Suecia. En el bosque sueco, el kulning sube y baja al son de una melodía aguda que es a la vez inquietante y extraña: Jennie Tiderman-Osterberg, las manos en megáfono, rompe la tranquilidad reinante para llamar a un rebaño de vacas con esta técnica ancestral que ella quiere preservar.
En los lindes de estos bosques de Dalécarlie tomará sólo un momento para ver a las bestias asomar sus hocicos entre los árboles, las campanas sonando en sus cuellos.
El gobierno del país escandinavo decidió presentar este año una solicitud para incluir en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco los fäbod, las fincas rústicas de veraneo donde nacieron estos cánticos tradicionales.
El kulning, una melodía escandinava que data de la Edad Media, resonaba antiguamente entre los bosques cuando los campesinos, en su mayoría mujeres, llevaban sus vacas y cabras a pastar en el verano para evitar que se comieran los cultivos.
Muchas fincas desaparecieron con la industrialización y el éxodo de muchos granjeros pobres a mediados del siglo XIX, provocando la extinción de muchas tradiciones campesinas.
Pero el kulning recuperó en los pasados años su reconocimiento gracias, en parte, a Disney, que le dio resonancia mundial al incluirlo en la segunda parte de la cinta animada Frozen (2019).
Para Jennie Tiderman-Österberg, la pasión por la música comenzó muy joven por una obsesión con la ópera, luego con el punk. Pero tras escuchar por primera vez el kulning, las cosas tomaron un nuevo giro para esta investigadora.
“La primera vez que utilicé el kulning, tuve la impresión de que mis pies echaban raíces”, contó a la Afp.
“Decidí que la misión de mi vida era dar a conocer el kulning y las otras tradiciones de las fincas veraniegas”, agregó.
En el fäbod, de Arvselen, un pequeño conjunto de casas de madera pintadas de rojo, Jennie practica su kulning para llamar a tres vacas del bosque.
El propietario de la finca, Tapp Lars Arensson, uno de los pocos hombres que practican el kulning, llegó a la finca familiar tras una carrera de actor, atraído por la vida simple del campo.
“Para mí no hay nada mejor. Es la verdadera vida”, comentó.
Su fäbod, es uno de los cerca de 200 que subsisten en Suecia, aunque eran decenas de miles a mediados del siglo XIX.
Y sólo un puñado de ellos aún practican el kulning.
Pero frente a su creciente popularidad, ese canto sin letra es practicado como una forma de arte en conciertos en todo el país.
Prestigiosas escuelas de música y profesores particulares ofrecen cursos de kulning.
En la Escuela Real Superior de Música de Estocolmo, un pequeño grupo de estudiantes de todas las edades se reúne para un curso.
Cada uno aprende a proyectar su voz como lo hacían sus antepasados para hacerse escuchar a kilómetros de distancia.
“La gente quiere aprender el kulning porque hay algo intrigante en usar la voz de esta manera potente”, explicó Susanne Rosenberg, cantante folclórica y profesora que ofrece el curso.
Sus estudiantes van de “una cantante de ópera que quiere aprender una nueva forma de utilizar su voz” hasta “alguien que sólo quiere llamar a los niños a la casa para la cena”, contó.
En una finca cerca de Gnesta, al sur de Estocolmo, Karin Lindström ofrece cursos al aire libre.
Aunque hoy día no tenga uso agrícola, la tradición secular puede aportar otras ventajas a quienes la practican, con sus sonidos potentes y seguros.
“La personalidad está muy estrechamente (ligada) a la voz y mucha gente no ha podido expresarse plenamente”, indicó Lindström. “Es muy liberador”.