Es el sitio que concentra al ambientalismo más avanzado del país y, en consecuencia, al más radical. Ello se debe a que es un espacio abierto a la libre creación y discusión realizada por una juventud que sueña nuevas utopías. No es casualidad que debajo de una enorme palmera se encuentre un desafiante anuncio: “Se buscan locos para cambiar al mundo”. Es Huerto Roma Verde (HRV)*, fundado hace 10 años en uno de los barrios más emblemáticos de la Ciudad de México, que con el paso del tiempo ha devenido en referente, nacional e internacional, para innumerables artistas, científicos, tecnólogos y activistas del ambientalismo. Hoy HRV tiene una oferta impresionante de cursos, talleres, foros, exposiciones, conciertos y campañas. Pero también de acciones concretas. Célebre fue su papel tras el sismo de 2017. El Huerto se convirtió en el centro neurálgico del apoyo a los afectados con 15 mil voluntarios básicamente jóvenes de los colectivos ciclistas y de otras organizaciones que ofrecieron comida, dormitorios, fármacos y fuerza de trabajo para remover escombros. En general el HRV tiene alianzas o convenios con 280 organizaciones de la sociedad civil, incluyendo a las principales universidades, así como con decenas de organismos internacionales. Sólo en agroecología desarrolla 62 proyectos en la cuenca del valle de México.
¿Qué aloja HRV en su predio de 8 mil 200 metros cuadrados que contenía los restos de un edificio derruido por los sismos de 1985 y que fue tomado por un puñado de jóvenes ocupas? HRV alberga casi todo lo que sueña un ambientalista verdadero como parte de una civilización posindustrial o poscapitalista en las dimensiones de salud alternativa, reciclaje de desechos, comida sana, lucha feminista, defensa de los animales, energías renovables, ecotecnologías, espiritualidad y, sobre todo, mucho arte y mucha ecología política. HRV está repleto de pinturas y esculturas ligadas a la naturaleza; en uno de sus rincones se lee en grande la consigna de Extinction Rebellion: “Sin justicia ambiental no hay justicia social y viceversa”. Su espacio lleva como eje nodal una torre en cuya cúspide ondea la bandera de la humanidad o de la especie humana (la imagen de satélite del planeta, nuestra casa común) ubicada en el centro de un anillo concéntrico de camas con plantas medicinales, aromáticas y alimentarias, pero también un “gaterío”, un gallinero, un área receptora de objetos para reciclar, una zona de salud, baños ecológicos, taller de cerámica y hasta una biblioteca. Notable es el área que convierte los residuos de comida de varios restaurantes en abono para varios proyectos agroecológicos como las chinampas de Xochimilco.
Hoy HRV está de fiesta. Para celebrar su primera década organizaron Fama Fest con la colaboración del British Council, 20 artistas y otras 30 organizaciones y llevando como propósito presionar a los gobiernos a declarar la “emergencia climática”, que en la actualidad es la mayor preocupación de los seres humanos (junto a la pandemia y la posible guerra nuclear), según revela el informe 17 del Foro Económico Mundial llamado Reporte del riesgo global, circulado en enero de 2022.
Soy uno más de los casi 3 mil asistentes al evento. Aquí el mundo es un multifacético espacio de colores, olores, sabores y valores, pues los visitantes tenemos acceso a toda una variedad de cocinas, sonidos, rituales y conferencias. Uno puede escoger entre paella vegana, pizzas vegetarianas o siete clases de tlayudas oaxaqueñas (con mezcales de antología). Sorprende la presencia de Greenpeace, de los aguerridos defensores de la Selva de los Chimalapas (Oaxaca), de varios pueblos indígenas y de Luis Donaldo Colosio (ambientalista convertido en presidente municipal de Monterrey), compartiendo con quienes batallan en la esfera del feminismo, la vida cotidiana y los hogares sustentables. A todos parece unirlos un objetivo común. Con emoción distingo el proyecto Zurciendo el Planeta, colectivo de mujeres de varios países dedicado al bordado de árboles; o de Casa Gallina, “que busca inocular, impulsar y vitalizar iniciativas vecinales sobre resiliencia, ambiente, creatividad en modelos alternos y estilos de vida en consumo responsable”.
HRV es, en suma, un laboratorio biosocial, en buena parte inspirado por las cosmovisiones de los pueblos indígenas y su concepto central del “buen vivir” y de su conexión con la Madre Tierra. Pero sobre todo es un horno hirviente de “civilizionarios” (https://bit.ly/3rpiMVh), un formidable centro de empoderamiento social. Necesitamos, uno, dos, 10, decenas de HRV, que se multipliquen como los agentes de la liberación social y ambiental. Esa es la única forma de detener la marcha hacia el colapso a la que nos conducen quienes conducen hoy al mundo.
*Véase: https://bit.ly/38uejd9.