Más que las inversiones en armamento físico y en militares, las guerras del presente y del futuro se determinan por la tecnología. Quien logra intervenir los sistemas del enemigo triunfa, independientemente de los daños materiales y humanos ocasionados en las zonas atacadas.
Pensemos en los misiles trasatlánticos que cuestan millones de dólares. Cada misil, además de transportar bombas, incluyendo las atómicas, cuentan con cientos de subsistemas electrónicos digitales y mecánicos que realizan miles de operaciones y que permanecen conectados a un sistema central. Por medio de radares se rastrea el objetivo y se emiten señales a través de rayos que conducen al objetivo preciso. Esto sucede con misiles y también con los antimisiles que destruyen a los primeros antes de que lleguen a su objetivo.
Todo depende de que los sistemas de comunicación funcionen correctamente y quienes realizan las inversiones públicas y privadas más avanzadas en satélites, radares y en los sistemas de comunicaciones son los que dominan el espacio y quienes se adueñan del espacio dominan el territorio en pugna. En este proceso los hackers públicos y privados juegan un papel relevante.
En la guerra actual, en materia tecnológica no sólo participan Rusia y Ucrania, sino prácticamente todo el mundo, unos a favor de Moscú y otros a favor de Kiev. Si no de los dos bandos logra dañar las telecomunicaciones del contrario, puede ocasionar un caos en sus sistemas y dejarlo fuera de combate.
Pero la intervención a los sistemas de comunicación va más allá de las armas convencionales. También se busca afectar la comunicación de cada gobierno, de cada empresa importante y de todo tipo de redes de producción y distribución, desde los energéticos hasta los barcos y aviones militares y, en algunos espacios, hasta los transportes de pasajeros. Suena a un proceso de mentes perversas pero así funciona la guerra tecnológica.
Por medio de las redes se afecta la imagen del contrario al difundir información sesgada sobre sus acciones. A través de mensajes a la población y a la opinión pública internacional se le conmina a que tome partido por uno u otro bando.
Miles de especialistas en ciberseguridad en todo el mundo están involucrados y, por desgracia, la guerra tecnológica entre los bandos en pugna se mantendrá en el largo plazo. Así son las guerras posmodernas.