Madrid. En el pasado las cosas tenían un olor más intenso. Así lo constatan numeroso estudios científicos que confirman que como sociedad hemos ido perdiendo esos matices. El Museo del Prado decidió recuperar los olores del siglo XVII para contemplar de otra manera a uno de sus artistas predilectos, Jan Brueghel El Viejo, concretamente a su cuadro El olfato, que forma parte de una serie de cinco obras en las que recrea con su pincel miniaturista y evocador los cinco sentidos del ser humano, cuyas alegorías realizó su amigo Rubens.
En la exposición, el cuadro cobra vida a través de los olores de un ramillete de flores, de unos guantes de cuero, de una higuera y su sombra, de la flor de un naranjo, de la fragancia del jazmín y de una rosa, y de la sutileza de un lirio.
El humanista italiano y uno de los pensadores más refinados de su época, Federico Borromeo, quedó cautivo de los cuadros que pintaba Jan Brueghel, por su perfeccionamiento en los detalles, por la recreación de un universo que parecía no tener fin, por su manera casi científica de trasladar al óleo una realidad rica en matices. Al ver El olfato, le confesó que cuando “contemplaba esa obra era capaz de sentir los olores de las flores de primavera”.
Ese pasaje, extraído de uno de los libros de Borromeo, llevó a Alejandro Vergara, jefe de conservación de pintura flamenca y escuelas del norte del Museo del Prado, a imaginar una exposición en la que, además de la vista también se utilizara el olfato.
El proyecto se inició en julio del año pasado, para lo que los responsables del Museo del Prado acudieron a la Academia del Perfume, consultaron a científicos del Centro de Superior de Investigaciones Científicas y acudieron a Gregorio Sola, perfumista reputado.
La investigación consistió en identificar los elementos del cuadro que emitían olores. Eligieron 10 para recrearlos y explicar de otra manera una obra de arte.
El montaje es sencillo: se eligió la primera sala dedicada a Brueghel El Viejo para colocar en el centro El olfato y en la pared contigua, las otras cuatro pinturas que evocan, cada una, al resto de los sentidos. En el otro costado el sistema olfativo desarrollado por la empresa Puig y con la tecnología de Samsung llamada AirParfum, que permite al espectador cambiar de olores de inmediato, ya que la carga que emite no contiene partículas de alcohol, sólo es aire, así que no provoca congestión nasal.
En una pantalla, el visitante elige el olor que quiere conocer; entonces, se identifica el detalle del elemento del cuadro, como si se estuviera viendo con una lupa, y de ahí emite la fragancia, que dura en el aire unos segundos.
Experto en flores
La elección de la obra de Brueghel se realizó por su evocación a la singular flora que había en Bruselas a principios del siglo XVII, de más de 80 especies, así como a algunos animales como el sabueso o la civeta, y objetos relacionados con el mundo del perfume, como guantes, recipientes con sustancias fragantes, un ambientador que se calienta en un lujoso brasero y alambiques para destilar las esencias.
Brueghel pintó la serie de Los cinco sentidos en 1617 y 1618. La mayor parte de la carrera de Brueghel se desarrolló en Bruselas y Amberes. Fue uno de los primeros especialistas en pintar flores. En una ocasión afirmó que tardaba en finalizar sus cuadros porque incluían especies que florecían en diferentes épocas del año.
La primera fragancia del cuadro que se muestra en la exposición la llamaron “alegoría”; se inspira en el ramillete de flores que huele la figura alegórica del olfato. Está compuesto por una combinación de rosa, jazmín y clavel. La segunda son los guantes de cuero, ya que las élites en la edad moderna los perfumaban para enmascarar el mal olor del curtido, así que la fragancia que se huele es ámbar según una fórmula de 1696.
El tercero es la higuera, en el que se interpreta el olor vegetal, húmedo, verde y refrescante de la sombra de este árbol en un día de verano. El cuarto elemento es la flor de naranjo, del que se extrae la esencia de neroli, por destilación al vapor de agua. El quinto son las flores de jazmín, cuyo olor en la noche es más opulento que en la mañana.
El sexto elemento es la rosa, un olor fresco, floral, aterciopelado e intenso con facetas verdes y un ligero toque frutal, combinado con notas especiadas y de miel. Se necesitan 300 mil flores, recogidas a mano al amanecer, para tener un kilo de su esencia.
Jan Brueghel pintó ocho variedades de rosas, entre ellas la centifolia y la damascena, las más utilizadas en perfumería, explicó Sola.
El séptimo olor es el del lirio, que es la materia prima más cara de la perfumería, con un valor superior al doble del oro debido a su complejo y lento proceso de elaboración. El octavo es el narciso, cuya esencia en la época de Brueghel se obtenía por destilación, y su fragancia, muy original, “es fuerte y embriagadora, con matices frutales de albaricoque y melocotón, combinada con notas de cuero, casi aceituna y un fondo floral pajizo”.
El noveno es la civeta, animal que tiene una bolsa entre las patas traseras de la que se extraía la algalia, sustancia resinosa usada antiguamente en perfumería. Su olor es fuerte, casi a excremento. Por último, el nardo, que era utilizado en esa época en perfumería; cuando se pintó el cuadro procedía de México y era uno de los elementos más codiciados.
La exposición se podrá ver hasta el 3 de julio.