La llamaron “ingenierita”, ignoraron sus argumentos, recibió agresiones verbales y tuvo que valerse de tips para ganar el respeto de los trabajadores. Marianna Gómez Vargas es ingeniera en tecnologías electrónicas y maestra en tecnologías de la información y labora en ambientes con predominio masculino. No ha sido fácil, pero se dedica a lo que le gusta y para lo que tiene habilidades, capacidades y conocimientos. Sabe que está abriendo brecha a sus congéneres.
Solanghe González Chávez, administradora financiera con maestría en alta dirección, desempeña un alto cargo directivo en una empresa de telecomunicaciones, y coincide en que está haciendo camino para las que vengan. Ella labora entre ingenieros; la mayoría, varones. En el sector la proporción de mujeres oscila en 30 por ciento. No obstante, hace 15 años, en sus inicios laborales, los números estaban aún más cargados hacia los hombres.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), 27 de cada 100 hombres y ocho de cada 100 mujeres que ingresan a la universidad en México estudian alguna ingeniería. Sólo tres de 10 profesionistas que eligieron carreras relacionadas con ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (conocidas como STEM por sus siglas en inglés) son mujeres.
Desde la infancia
La ingeniera Clelia Hernández, directora de Expertus, asegura que la brecha empieza desde la infancia porque no se fomentan en las niñas sus habilidades STEM, y esa diferencia aumenta hasta la participación en el mercado laboral. La Secretaría de Educación Pública ha advertido que en el país habrá déficit de ingenieros para 2025, pero no se fomentan las habilidades entre las mujeres con esas capacidades.
Marianna narra a La Jornada que desde que estudiaba, las pocas compañeras que había en la carrera experimentaban burlas y discriminación sólo por el hecho de ser mujeres en un terreno tradicionalmente masculino. “Si querías ir al baño te hacían bromas: decían que estabas en tus días (en referencia a la menstruación) y que por eso tenías que ir con urgencia. Algunos profesores decían: ‘voy a explicar un poco más lento para que las mujeres puedan entender’ o había comentarios machistas en general.
“Mi primer trabajo fue en una empresa trasnacional proveedora de Pemex. Cuando te asignaban a una plataforma petrolera era un tema, porque había puros hombres. Sólo tienen baños y dormitorios para ellos”. Después laboró en empresas de telecomunicaciones.
“¿Ella qué a va a hacer aquí?”
Muchas veces escuchó: “Y esta mujer, ¿qué a va a hacer aquí?” En esos tiempos, hace 13 años, escuchó “allí viene la ingenierita” como expresión de menosprecio. A veces “les hablabas y no te hacían caso, les tenías que gritar, y decían: ‘es que no escuché ese sonidito de la voz’. Algunos eran muy irrespetuosos”.
En esa empresa laboraban varias venezolanas, quienes le “pasaban tips. Decían: ‘siempre trae una herramienta en el bolsillo; si sucede algo, te los madreas’, pero eso no ocurrió”. Reconoce que al final se logra domarlos y se trabaja bien, pero no es sencillo.
Solanghe empezó a trabajar en plantas de tratamientos de aguas. “De ahí me jalan al sector de telecomunicaciones y había sólo una mujer” directiva. Cuando la enviaron a Vietnam a dirigir un proyecto, los hombres la ignoraban y lo percibió como algo “cultural”, pero sabe que también era un asunto de masculinidad tóxica, que se niega a reconocer como jefa a una mujer. Al final logró superar ese trance, porque fueron su capacidad, sus conocimientos y liderazgo los que hablaron por ella.
“He percibido que el ambiente de hombres es muy agresivo”, por lo que “nosotras tenemos que esforzarnos más, para demostrar” lo que somos, lo que no le pasa a los hombres. Ahora 500 personas están bajo su dirección y sabe que alguien muy cercano a su jefe es misógino, pero no hace caso a esos desplantes.
Marianna y Solanghe saben que son “muy buenas” en lo que hacen, y esa es su carta de presentación.