El renombrado intelectual y disidente Noam Chomsky habló con la organización Truthout no solo sobre los recientes hechos en Ucrania , y dio su visión sobre la cultura política en Estados Unidos, el universo ideológico del Partido Republicano, el fervor político y la prohibición de libros.
C. J. Polychroiuou: Noam, los último reportes sobre la guerra en Ucrania indican que Rusia ha cambiado su estrategia con la intención de partir el país “como Corea del Norte y del Sur” de acuerdo con funcionarios ucranios. Mientras, la OTAN refuerza el frente oriental, como si Rusia planeara invadir Bulgaria, Rumania y Eslovenia. Washington guarda silencio sobre la paz en Ucrania. Escuchamos a Biden pronunciar un discurso de masculinidad tóxica contra Putin en su reciente visita a Polonia que hizo que el presidente francés Emmanuel Macron le advirtiera no usar lenguaje incendiario pues él está tratando de lograr un cese el fuego. Incluso el veterano diplomático estadunidense, Richard Haass, dijo que las palabras de Biden pueden hacer más peligrosa la situación. ¿Alguna vez Estados Unidos ha creído que los conflictos pueden resolverse de otra manera que no sea la intimidación y el uso de la fuerza?
Noam Chomsky: Aquí hay varias cuestiones, todas importantes y dignas de más discusión. En cuanto a la situación militar actual, existen dos versiones radicalmente distintas: la que nos es más familiar es la del jefe de la inteligencia militar de Ucrania, el general Kyrylo Budanov: el intento de Rusia de derrocar al gobierno ucranio fracasó, así que Rusia se repliega hacia el sur y este del país: Tiene ocupada la región del Donbás, al este de la costa del mar Azov, y planea un “escenario coreano” para dividir al país.
El jefe de la Dirección Principal Operativa del Estado Mayor de la Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, el coronel general Sergey Rudskov, cuenta una historia diferente: una interpretación del “misión cumplida” en Irak, sin los elementos dramáticos. Dos historias con el mismo final que, sospecho, es el correcto.
Occidente, de manera plausible, adopta la primera narrativa. Es decir, la historia de que Rusia es incapaz de conquistar ciudades a unos cuantos kilómetros de su frontera, defendidas por fuerzas militares muy limitadas apoyadas por milicias.
¿En verdad Occidente adopta esta historia? Sus acciones indican que prefieren la versión de Rudskov: una maquinaria militar rusa increíblemente poderosa y eficiente que, tras lograr sus objetivos en Ucrania, ahora se prepara para invadir Europa, y probablemente someterá a la OTAN. De ser así, es necesario reforzar el frente occidental de la alianza para prevenir una inminente invasión de esta fuerza monstruosa.
Otra idea se sugiere sola: ¿Será posible que Washington desea sacar provecho del gran regalo que Putin le dio, al dividir a Europa para justificar la necesidad de reforzar al frente oriental que, como bien se sabe, no está en peligro de invasión?
Hasta ahora, Washington no se ha alejado de lo que planteó en aquel pronunciamiento político crucial de septiembre pasado, en que alentó a Ucrania a unirse a la OTAN y “concretar la estructura de defensa estratégica Estados Unidos-Ucrania y cooperación en materia de seguridad”, al proveer a esta nación con avanzados sistemas antitanque y otras armas así como un “robusto programa de entrenamiento y ensayos que mantenga el estatus de Ucrania como socio de Oportunidades Óptimas para la OTAN”.
Hay muchas discusiones rebuscadas sobre los profundos recovecos en el alma retorcida de Putin que lo llevaron a invadir Ucrania. Al recurrir a la agresión criminal, llevó sus ejercicios militares anuales más cerca de la frontera en un esfuerzo por llamar la atención para que se tomaran en serio las preocupaciones sobre seguridad de Rusia, mismas que sí son consideradas importantes por diversos diplomáticos estadunidenses; directores de la CIA y muchos funcionarios de alto rango que advirtieron a Washington de lo insensato que era ignorar dichas preocupaciones.
Quizá explorar el alma de Putin es el enfoque correcto para comprender la decisión que tomó en Febrero de 2022. Hay otra posibilidad: tal vez quiso decir lo que él y otros líderes rusos desde el presidente Boris Yeltsin han repetido los últimos 25 años sobre la neutralización de Ucrania. Pese a que el pronunciamiento provocador de Biden fue silenciado en Estados Unidos, Putin bien pudo haberlo escuchado y por eso decidió escalar sus ejercicios anuales y llevarlos a la agresión.
Es solo una posibilidad.
La prensa reporta que “Ucrania está lista para declararse neutral, abandonar tu intento de unirse a la OTAN y promete no desarrollar armas nucleares si Rusia retira a sus tropas y Kiev recibe garantías de seguridad”.
Esto conlleva a la pregunta: ¿Desistirá Estados Unidos y hará esfuerzos para salvar a Ucrania de más miseria en vez de interferir con estos esfuerzos al rehusarse a participar en las negociaciones y mantener la postura expresada en septiembre pasado?
La misma pregunta nos lleva al improvisado llamado de Biden a Putin de replegarse, sin ofrecerle ninguna vía de escape, que es reconocida como una virtual declaración de guerra y podía tener aterradoras consecuencias. Ésta causó considerable consternación en todo el mundo, incluido su equipo, que se apresuró a asegurar que sus palabras no significaban lo que él dijo. A juzgar por la postura de su círculo cercano en temas de seguridad nacional, es difícil confiar.
Biden explicó que su comentario fue un exabrupto espontáneo de “indignación moral”, repulsión ante los crímenes del “carnicero” que gobierna Rusia. ¿Existen otras situaciones actuales que puedan inspirarle indignación moral?
No es difícil pensar en casos así. Uno de los más aterradores es el de Afganistán. Literalmente millones de personas enfrentan hambruna en una tragedia colosal. Hay alimentos en los mercados, pero la falta de acceso a los bancos hace que la gente, aunque tenga dinero, vea a sus hijos morir de hambre.
La razón principal es que Washington se niega a liberar los fondos que Afganistán depositó en bancos en Nueva York para así castigar a los pobres afganos por atreverse a resistir una guerra que Washington les impuso durante 20 años. Los pretextos oficiales son aún más vergonzosos: Estados Unidos retiene los fondos de los afganos hambrientos en caso de que los estadunidenses quieran reparaciones por los crímenes del 9/11, de los que los afganos no son responsables. Recuerden que el Talibán ofreció rendirse completamente, con lo que hubieran entregado a todos los sospechosos de Al Qaeda (sólo eran sospechosos al momento de la invasión estadunidense, como confirmó más tarde la FBI). Pero Washington respondió que “Estados Unidos no se inclina por negociar rendiciones”. Eso lo dijo el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, y el presidente George W. Bush le hizo eco.
Si existe alguna indignación moral por este crimen actual, es difícil verla.
No es el único caso. ¿Hay lecciones qué aprender? Quizá, pero aunque parecen muy simples, merecen algunas palabras. La indignación moral por los crímenes de Rusia en Ucrania es comprensible y justificada; pero extrema selectividad de dicha indignación mora sólo es comprensible porque es habitual y no tiene justificación.
Es difícil encontrar un principio moral más elemental que la Regla de Oro de la tradición judía: “Lo que odias que te hagan, no lo hagas a otros”.
No hay regla más elemental, ni violada con mayor consistencia. Esto también es cierto para el corolario: la energía y atención deben centrarse donde hagan el mayor bien. En lo que respecta a asuntos internacionales, eso significa enfocarse en las acciones del Estado al que uno pertenece, particularmente en sociedades más o menos democráticas en las que los ciudadanos juegan un papel determinante.
Podemos deplorar los crímenes en Myanmar, pero no podemos hacer mucho por aliviar su sufrimiento y miseria. Podríamos hacer mucho por las víctimas que huyeron o fueron expulsadas y que están en Bangladesh. Este principio es ciertamente elemental; y decir que en la práctica no nos apegamos a él es una subvaloración enorme.
No es que no comprendamos ni honremos el principio; lo hacemos con pasión verdadera cuando el principio es observado en las sociedades de nuestros enemigos oficiales. Admiramos muchísimo a los rusos que valientemente condenan la severa autocracia rusa y se oponen a la invasión. Esto es una gran tradición nuestra. Honrábamos efusivamente a los disidentes soviéticos que condenaban los crímenes de su propio Estado, pero nunca nos importó cuando aplaudían grandes crímenes estadunidenses. Lo mismo con los disidentes chinos e iraníes. Es sólo cuando el principio se aplica a nosotros cuando apenas y podemos verlo.
Una de muchas dramáticas ilustraciones de esto es la invasión estadunidense a Irak. Ésta puede ser criticada como un “error garrafal estratégico” (de acuerdo con Barack Obama), pero no como lo que fue: una agresión asesina y sin provocación; el “crimen internacional supremo” según los juicios de Nuremberg.
En consonancia, la dramática selectividad de la indignación moral es comprensible, y podemos agregar que no es un invento de Estados Unidos. Nuestro predecesores, como potencias imperiales hegemónicas, no eran distintas, incluida Gran Bretaña.
En cuanto a la pregunta de si Estados Unidos alguna vez cree que los conflictos pueden resolverse por medios pacíficos: sin duda. Hay ejemplos que merecen observación cuidadosa. Podemos aprender mucho de temas internacionales si queremos.
Justo ahora somos llamados a celebrar el notable ejemplo de una iniciativa estadunidense para resolver pacíficamente un conflicto en la cumbre del Neguev, entre Israel y cuatro dictaduras árabes que “expandirá el potencial de paz y resolución de conflictos en toda la región”, de acuerdo con el secretario de Estado Antony Blinken, representante de Washington en la reunión histórica.
La cumbre reúne a los estados más brutales y violentos de la órbita estadunidense, sobre la base de los Acuerdos Abraham que formalizaron relaciones tácitas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Marruecos, con Arabia Saudita presente de manera implícita mediante su satélite, la dictadura de Bahréin. Quien los reunió en la cumbre fue Egipto, que ahora sufre la más despiadada dictadura de toda su horrible historia, con unos 50 mil prisioneros políticos y una brutal represión. Egipto es el segundo mayor receptor de la ayuda militar estadunidense, después de Israel.
No es necesario analizar al primer beneficiario de la ayuda militar estadunidense, recientemente designado como un “Estado Apartheid” por Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
Los EAU y Arabia Saudita comparten la responsabilidad primaria de lo que la ONU describe como la peor crisis humanitaria del mundo: Yemen. El saldo de muertes oficial alcanzó el año pasado los 370 mil, la cifra actual se desconoce. El destrozado país sufre hambruna masiva. Arabia Saudita ha intensificado el bloqueo del único puerto, usado para importar alimentos y combustible. La ONU emite advertencias extremas, incluida la amenaza de muerte por desnutrición de cientos de miles de niños. Estas advertencias hacen eco en especialistas estadunidenses, notablemente Bruce Riedel del Brookings Institution, quien fue un analista de algo rango de la CIA en temas de Medio Oriente durante cuatro presidencias. Él sostiene que la “acción ofensiva” de Riad debe ser investigada como un crimen de guerra.
Las fuerzas sauditas y emiratíes no pueden funcionar sin aviones, entrenamiento, inteligencia y refacciones. Gran Bretaña también participa del crimen junto con otros poderes occidentales, pero Estados Unidos los encabeza.
La dictadura marroquí también fue acogida por la iniciativa de paz de Donald Trump. En sus últimos días como presidente, Trump reconoció formalmente la anexión del Sahara Occidental a Marruecos en desafío al Consejo de Seguridad de la ONU y a la Corte Internacional de Justicia, lo que incidentalmente afianzó el virtual monopolio de Marruecos sobre el potasio, un recurso vital irremplazable que ahora está bajo dominio de Estados Unidos.
Autorizar la criminal anexión de Marruecos no es de extrañar. Siguó al reconocimiento, por parte de Trump, de de la anexión de la meseta de Golán a Israel y la expansión de Gran Jerusalén, y en ambos casos también se violaron resoluciones del Consejo de Seguridad.
El apoyo que Trump dio a las violaciones al derecho internacional ocurrieron en ese espléndido aislamiento que Estados Unidos a menudo disfruta, como cuando se trata del rechazo internacional a su tortura a Cuba durante 60 años.
Estos casos ilustran algunos de los compromisos con el “Estado de derecho” y el sagrado respeto a la soberanía que Washington ha demostrado durante 70 años en Irán, Guatemala, Brasil, Chile, Irak y demás… El mismo compromiso que Estados Unidos requiere para ponerle el tapete de bienvenida a Ucrania para que ingrese a la OTAN.
La cumbre que ahora celebramos es una consecuencia natural directa a los Acuerdos Abraham. Por implementarlos, Jared Kushner fue nominado para el Premio Nobel de la Paz (por el profesor de leyes de Harvard Alan Dershowitz).
Los Acuerdos Abraham en la actual cumbre del Neguev no son la primera vez que Washington ha demostrado su dedicación a resolver conflictos de manera pacífica. Después de todo, Henry Kissinger ganó el premio Nobel por sus logros en la paz de Vietnam poco después de lanzar uno de los más extraordinarios llamados al genocidio en la historia de la diplomacia: “Una masiva campaña de bombardeos en Camboya. Todo lo que vuele y todo lo que se mueva”. Las consecuencias fueron horrendas, pero qué importa.
El premio de Kissinger trae a la mente la presunta propuesta de un físico israelí quien afirmó que (el fundador del partido Likud y ex primer ministro), Menachem Begin debería ganar el premio Nobel de física. Cuando se le preguntó por qué respondió: “Ya le dieron el de la paz, ¿por qué no el de física?”.
A veces la ocurrencia es injusta. Jimmy Carter merecía el Nobel de la Paz por todos sus esfuerzos después de dejar la presidencia, si bien el comité del premio enfatizó que mientras estuvo en el poder, su “vital contribución para lograr los acuerdos de Campo David entre Israel y Egipto fueron un logro lo suficientemente valioso para ser nominado” al galardón de la paz.
Los esfuerzos de Carter en 1978 fueron, sin duda, llevados a cabo con las mejores intenciones, pero no funcionaron así. Begin abandonó el proyecto israelí de establecer un Sinaí egipcio, pero insistió en que los derechos de los palestinos fueran excluidos de los acuerdos, y los asentamientos ilegales se incrementaron dramáticamente bajo la dirección de Ariel Sharon, siempre con el vital apoyo de Estados Unidos y en violación a las directrices del Consejo de Seguridad.
Como señalaron los analistas estratégicos israelíes, el retirar la disuasión que venía de Egipto dejó libre a Israel para escalar sus ataques contra Líbano que llevaron finalmente a la invasión de 1982, respaldada por Estados Unidos, que mató a unos 20 mil libaneses y palestinos, y destruyó mucho del país, sin siquiera tener un pretexto creíble.
Ronald Reagan finalmente ordenó a Israel frenar el asalto cuando bombardeó Beirut, lo que fue una vergüenza internacional para Washington. Israel obedeció pero conservó su control sobre el sur de Líbano con constantes atrocidades contra “aldeanos terroristas”, que es como denominó a quienes se oponían a su brutal ocupación.
También instaló una horrenda cámara de tortura en Khiam, que se conservó como memorial después de que la guerra de guerrillas de Hezbolá lo obligó a retirarse. Yo la visité antes de que fuera destruida por un bombardeo israelí que destruyó ese recordatorio de sus crímenes.
Sí, hay casos en que Estados Unidos, como cualquier otra potencia hegemónica imperial, ha buscado resolver conflictos por vías pacíficas.
En casa, los republicanos respaldan severas políticas contra Rusia, pese a que su Gran Líder continuamente cambia su cantaleta sobre Putin según los acontecimientos. La pregunta es: ¿Por qué sigue habiendo apoyo entre los republicanos hacia Rusia y Putin, especialmente en el extremo derecho del espectro político? ¿Qué motiva a la extrema derecha a romper filas con el Partido Republicano en favor de Rusia, cuando una imponente mayoría de la opinión pública en el país apoya a Ucrania?
No es solo Rusia y Ucrania. Mientras Europa condena la “política intransigente” del primer ministro Viktor Orban en Hungría, éste se ha vuelto muy querido por gran parte de la derecha estadunidense. Fox News y su principal presentador, Tucker Carlson están a la cabeza, pero otros prominentes “conservadores” se están unen en las odas al régimen proto fascista cristiano nacionalista que Orban ha impuesto al destruir la libertad y la democracia en Hungría.
Todo esto refleja el conflicto dentro del Partido Republicano, o para ser más exactos, lo que queda de lo que una vez fue una formación política legítima y que ahora está a la par de facciones europeas con orígenes neo fascistas.
Trump aceleró la tendencia que comenzó en el momento en que Newt Gingrich tomó el control del Partido Republicano hace 30 años. Y Trump ahora está siendo rebasado en su derechismo, algo que era inimaginable hasta hace poco. Mucho del liderazgo se enfila hacia el modelo de Orban y más allá, trayendo consigo a masas idólatras. Creo que el debate del partido sobre Rusia y Ucrania se debe analizar con esto como telón de fondo.
Los abogados de los republicanos intensifican sus esfuerzos por prohibir libros sobre raza, como si la esclavitud y la opresión racial en Estados Unidos fueran imaginarias y no hechos históricos. ¿Existe un nexo entre prohibir libros y limitar el derecho al voto? ¿Estos actos representan otra indicación de que en Estados Unidos se gesta una guerra civil?
La prohibición de libros no es nada nuevo en Estados Unidos, y eliminar los votos de la gente “equivocada” es tan tradicional como el pay de manzana, por usar una frase hecha. Ahora regresan con más fuerza a medida de que la organización Republicana, al sentir que volverá al poder, parece migrar hacia una especie de proto fascismo.
Algunos cautelosos analistas predicen una guerra civil. Al menos, una crisis interna muy seria está tomando forma. Se ha hablado mucho del declive de Estados Unidos y hasta cierto punto es real, y su factor principal es intrínseco. Si lo vemos profundamente, mucho del deterioro social interno es resultado del impacto brutal de los programas neoliberales de los pasados 40 años. Es suficientemente malo que Hungría vaya a la deriva hacia un nacionalismo proto fascista cristiano, pero cuando le pasa al Estado más poderoso en la historia del mundo, las implicaciones son ominosas.
Imponer severas sanciones contra países que se niegan a obedecer las órdenes de Washington es, desde hace mucho, una táctica establecida en Estados Unidos. Incluso los académicos que viven en países bajo sanciones son tratados como indeseables. En general la cultura política de Estados Unidos no tolera a que las voces disidentes sean escuchadas en la arena pública. ¿Quisiera comentar sobre las características fundacionales de la cultura política de Estados Unidos?
Es un tema demasiado amplio para tratar aquí, y demasiado importante para comentarlo casualmente. Vale recordar que no es nada nuevo. Todos recordamos cuando el augusto Senado cambió el nombre de las “papas a la francesa” por el de “papas de la libertad”, en una furiosa reacción a la imprudente negativa de Francia a unirse al asalto criminal de Washington contra Irak. Podríamos ver algo similar pronto si el presidente Macron de Francia, una de las pocas voces razonables en el círculo occidental, sigue llamando a la moderación de palabra y acción para explorar opciones diplomáticas. El caer fácilmente en el alarmismo viene de muy atrás, y ya había alcanzado profundidades ridículas cuando Estados Unidos entró a la Primera Guerra Mundial y todo lo alemán se convirtió en un anatema.
La plaga que mencionas no se limita a Estados Unidos. Recientemente escuché que una respetada publicación de filosofía en Inglaterra le devolvió, sin leer, un escrito a un colega, con una nota que explicaba que el trabajo no podía ser considerado para publicación porque él es ciudadano de un país bajo sanciones: Irán.
Europa se opone firmemente a las sanciones, pero como de costumbre, sigue a su amo, incluso al extremo de censurar el artículo de un filósofo iraní. El gran regalo de Putin a Washington fue intensificar esta subordinación a su poder.
Puedo agregar aquí muchos ejemplos de mi experiencia personal, pero no debe pasarse por alto cómo lo maligno se extiende a distancias insospechadas.
Vivimos tiempos peligrosos. Recordamos bien cómo el reloj hacia el apocalipsis pasó de marcar minutos a marcar segundos bajo Trump, y ahora está a 100 segundos de llegar a la media noche, o el final. Los analistas que ponen a tiempo ese reloj dan tres razones: guerra nuclear, destrucción ambiental y el colapso de la democracia y de la libertad en la esfera pública, lo cual socava la esperanza de que ciudadanos informados y entusiastas impulsen a sus gobiernos a resistir la carrera hacia el desastre.
Esta guerra en Ucrania ha exacerbado las tres tendencias desastrosas. La amenaza nuclear se incrementó claramente. La imperiosa necesidad de reducir considerablemente el uso de combustibles fósiles ha sido revertida por la adulación de los destructores de la vida en la tierra que proclaman su compromiso con salvar la civilización de los rusos. La democracia y la libertad están en ominoso declive.
Todo esto evoca lo que pasó hace 90 años, pero ahora hay mucho más qué perder. Entonces, Estados Unidos respondió a una crisis y sirvió de guía hacia la democracia social, en gran medida revitalizada por el ímpetu deln movimiento laborista, mientras Europa se hundió en la oscuridad fascista.
Lo que ocurrirá ahora es incierto. La única certeza es que depende de nosotros.
Entrevista publicada en Truthout en el link: https://truthout.org/articles/noam-chomsky-russias-war-against-ukraine-has-accelerated-the-doomsday-clock/
* Po litólogo, economista y periodista.
Traducción: Gabriela Fonseca