Madrid. Desde 2015, cuando se creó la organización de rescate de migrantes Proactiva Open Arms, se calcula que sólo este grupo de voluntarios, que surcan el mar en condiciones precarias y con un barco sencillo, han salvado la vida de alrededor de 60 mil personas quienes, en su mayoría, huyen de la guerra, del hambre y la persecución.
Es casi la misma cifra de los ciudadanos ucranios que han llegado a España en condición de refugiados en las semanas recientes y que recibieron un trato impecable del gobierno español y de la sociedad en general, involucrándose incluso los grandes bancos, como BBVA y Santander, que han destinado una parte de sus viviendas en propiedad para que esas familias vivande forma temporal.
Quienes han trabajado a lo largo de los años con refugiados o personas amenazadas lamentan que haya un recibimiento tan distinto según el origen. Mientras los ucranios reciben el “trato ideal”, otros, como los procedentes de Siria, Afganistán, Yemen o Nicaragua, tienen que vivir en un limbo jurídico, sin posibilidad de trabajar y subsistiendo en muchas ocasiones en condiciones infrahumanas.
“No tengo ojos azules”
Mohammad Okba es un sirio de 23 años, quien tuvo que huir de su país a los 19 años. Su vida corría peligro, su familia y él pasaban hambre, y su vida era amenazada por los bombardeos en su ciudad, Daraa, todo esto lo llevó a buscar un mejor futuro lejos. Fue un privilegiado si se compara con la ruta de la diáspora de sus compatriotas, pues una organización internacional ayudó a salir del país a 45 periodistas, como él, quienes fueron acogidos en España, Alemania y Francia.
Okba vive actualmente en un barrio de la periferia de Madrid, Orcasitas, y cuando estalló la guerra de Ucrania lanzó una reflexión pública en sus redes sociales: “24 horas para dar papeles a los refugiados ucranios en España. En mi caso, han tardado dos años y cinco meses para responder, aunque también llegué de una guerra con Rusia. Pero parece que es normal, pues no tengo ojos azules”.
Se calcula que hay en el mundo alrededor de 80 millones de personas desplazadas de manera forzada a consecuencia de las guerras, la violencia interna y las persecuciones. Es la mayor cifra de la historia, ya que en sólo una década se ha duplicado, en gran medida por la guerra en Siria, que ha generado más de 7 millones de refugiados, pero también por la situación en Afganistán, Yemen, la República Democrática del Congo y en países de América Latina, sobre todo en Colombia, Venezuela, Nicaragua y Honduras, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados.
Los ucranios que arriban a España, y que superarán en pocos días los 70 mil, han gozado de un sistema de acogida urgente que les otorga de inmediato la condición de refugiados, les permite la escolarización expedita para los niños y jóvenes, tienen papeles para trabajar y reciben un subsidio económico del Estado para adaptarse a su nuevo hogar.
El rescate del 17 de junio de 2021 de una embarcación inflable a la deriva en la que viajaba medio centenar de africanos en busca de recibir el estatus de refugiado. Foto Europa Press.
Brazos abiertos
En el caso de Okba, y de la mayoría de los refugiados o solicitantes de asilo de origen sirio, África o de otros países, resulta casi milagroso obtener la anhelada tarjeta de refugiado. De hecho, el año pasado, de 118 mil personas, el gobierno español únicamente otorgó cobijo legal permanente a 5 por ciento. A la mayoría sólo les concedió la condición de “protección internacional”, como la que recibió Okba a su llegada a España, estatus que le exigía tomar clases de español durante seis meses, pero a deambular por las ciudades en busca de una manera de ganarse la vida, con mucha dificultad para encontrar empleo.
Tuvieron que pasar casi tres años para que obtuviera el documento de refugiado, que sólo le permite moverse por la Unión Europea. En ningún caso puede viajar a su país.
Óscar Camps es el ciudadano catalán que fundó en 2015 la organización Proactiva Open Arms. La idea nació cuando vio por la televisión la imagen de un niño sirio que murió en su intento por llegar a suelo europeo por mar. Fue una gráfica que sacudió las conciencias de Occidente. Él decidió hacer algo, con un barco que tenía y que habilitó para recorrer el mediterráneo en busca de navíos a la deriva y en peligro de ser tragadas por el mar.
Se calcula que desde entonces han salvado a 60 mil personas y su visión de lo que ocurre ahora es similar a la de Okba: “Como ciudadanía, tenemos que exigir que se cumplan los derechos humanos y asumir la parte de culpa que nos corresponde. La guerra en Ucrania ha evidenciado que Europa sí tiene la capacidad de acoger a refugiados de guerra: En un mes, el continente ha acogido a 3 o 4 millones de personas. Así que resulta que la solidaridad, la empatía y la humanidad es algo intrínseco de la ciudadanía, cuando no interviene el discurso que trata de intoxicar”.
Lamentó que “no haya las mismas vías legales y seguras de las que disponen los ucranios para los refugiados del resto de conflictos armados que hay en el mundo actualmente. Y en el mar es mucho más difícil, no existen rutas seguras y legales y no se puede acceder a ese derecho universal que es de todos. Llevamos denunciando esta situación desde hace seis o siete años. Intentaríamos hacer lo mismo en avión en el resto de conflictos armados que hay en el mundo, pero no todos tienen acceso a ese derecho; lamentablemente; y así están las cosas”.
Camps denunció también la “doble moral” que se desnuda en situaciones así, pues España por un lado sigue practicando lo que llaman “devoluciones en caliente” en la frontera con Marruecos, que es la entrega en la frontera de migrantes detenidos por la policía y que ni siquiera reciben un trato amparado por la justicia ni se revisan sus casos uno a uno, sobre todo cuando entre ellos hay muchos que huyen precisamente de las guerras, como las de Siria o Yemen.
“Deberíamos convocar a todos los países a que hicieran frente a esta situación. No hablamos de una crisis migratoria sino de solidaridad y no es una guerra convencional, sino contra los derechos humanos. Es una guerra silenciosa que nos está afectando a todos”, añadió Camps.
Helena Maleno, una activista de derechos humanos de los migrantes, quien ha trabajado en el terreno sobre todo en la frontera con Marruecos, afirmó que “no se deberían crear refugiados de primera y de segunda, pero lo cierto es que se da un trato diferente a quienes huyen de violencias allende la frontera sur, frente a los refugiados de la guerra de Ucrania con los que ha habido buenas prácticas, tanto mediáticas como administrativas”.
La Comisión Española de Ayuda al Refugiado, cuya directora de campañas, Paloma Favieres, advirtió que “las personas que llegan por la frontera sur son merecedoras de la protección internacional, pero el supuesto del que parten no es necesariamente un conflicto bélico, sufren una persecución individualizada y, por tanto, no deben ser objeto de una protección temporal, sino que deben ser reconocidas como refugiadas. Pero desgraciadamente no empatizamos de la misma manera con nuestros vecinos de al lado que con territorios a miles de kilómetros o con aquellos de quienes nos separa un océano o un continente. Así que me parece muy buena oportunidad seguir insistiendo en que los refugiados, los conflictos y las guerras deben abordarse independientemente del lugar donde se produzcan”.