En la segunda mitad de marzo, con el inicio de la primavera boreal, continuó la gradual moderación de la intensidad de la pandemia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que las nuevas infecciones se situaron, entre el lunes 14 y el domingo 27, en 25.7 millones, para un acumulado de 480.2 millones, próximo ya al hito de 500 millones de personas contaminadas – half a billion, como dicen los usuarios del sistema métrico inglés–.
La menor intensidad de la pandemia resulta evidente al advertir que en la segunda de las dos semanas del periodo, los nuevos casos (7.8 millones) fueron menos de la mitad (43.6 por ciento) de los contados la semana precedente (17.9 millones). La caída en el número de defunciones fue aún más marcada. En la primera de las dos semanas se computaron 62 millones, más de cuatro veces las observadas en la segunda: 15 millones. De cualquier modo, las cifras absolutas hablan, como dije hace dos semanas, de una pandemia devastadora, que ahora infecta cada día a casi 2 millones y mata a alrededor de 5 mil 500 personas. No es aún el momento de plantear el abandono generalizado de las medidas preventivas –como lamentablemente está ocurriendo en muchas partes–.
Hace dos semanas señalé también que África subsahariana representa la más vasta reserva territorial para la continuada expansión de la pandemia al reunir las condiciones que la favorecen: pobreza generalizada, sistemas de salud pública incipientes o inexistentes (tres médicos por 100 mil habitantes en Sierra Leona), altos niveles de desnutrición y morbilidad generales, vacunación inferior a 20 esquemas completos por 100 residentes, entre otras. Los dos últimos años, respecto de la pandemia, África fue vista como “un desastre a punto de ocurrir”.
En más de un sentido, empero, la experiencia de África con la pandemia agrupa particularidades que permiten calificarla como una excepción. Así lo documenta un ensayo periodístico reciente (Nolen, Stephanie, “Trying to Solve a Covid Mystery: Africa’s Low Death Rates”, The New York Yimes, 23/3/22), escrito en Kamakwie, Sierra Leona, con amplia base documental y gran número de testimonios. Esta nota lo usa como principal fuente informativa.
Son varias las cuestiones que conforman la excepción africana. Enfrentados a una situación caracterizada por el extremadamente bajo número de “infecciones, hospitalizaciones y decesos por covid-19 en África central y occidental”, los epidemiólogos y otros especialistas se preguntan: “Simplemente, ¿no se ha contado a los enfermos y a los fallecidos? O, si la pandemia ha sido ahí menos letal o contagiosa, ¿por qué? De haber tenido igual severidad, ¿cómo fue posible dejar de advertirla y registrarla?” La respuesta, como era de esperarse, combina elementos de las tres cuestiones.
El problema de la subnumeración de enfermos y fallecidos se presenta, con diversos grados, en todo el mundo, sobre todo en países de bajo nivel de desarrollo económico e institucional. Sierra Leona se preparó razonablemente para responder a la pandemia. Ahora, muchas instalaciones construidas o adaptadas para atender covid-19 permanecen desiertas, mientras la demanda abruma a las dedicadas al tratamiento de malaria, sida, tuberculosis y malnutrición crónica. ¿Habría sido preferible decicar los recursos, siempre escasos, a ampliar estas últimas o, como se hizo, canalizarlos a las primeras?
Entre las numerosas razones que tratan de explicar la escasa incidencia de la pandemia en África suele subrayarse la muy baja mediana etaria: 19 años, vis-à-vis 43 en Europa y 38 en EU. En África un cuarto de la población tiene menos de 25 años y sólo 3 por ciento alcanza o supera los 65. “Menos gente vive lo suficiente para desarrollar deficiencias de salud… que elevan el riesgo de enfermar y morir por covid. Los jóvenes infectados suelen ser asintomáticos, lo que puede explicar el bajo número de reportes.”
Se ha hablado de muchos otros factores: baja densidad poblacional, escasa movilidad relativa, vida en espacios externos, urbanización limitada –“teorías cada vez más difíciles de aceptar”–. Estas y otras indefiniciones han llevado de nuevo a la cuestión original de asignación de recursos: “Vacunar a 70 por ciento de africanos tenía sentido hace un año, cuando se pensaba que las vacunas dotaban de inmunidad de largo plazo… [Ahora se sabe que] la protección disminuye y la inmunidad de rebaño no es alcanzable… Ya no se trata de proteger a la gente, se trata de evitar el surgimiento de nuevas variantes… Es fundamental evitar caer en la ilusión de que África está a salvo”.