Ciudad de México. La poeta, crítica y docente Dolores Castro, “devota de la sencillez, pero enemiga de las concesiones”, falleció a los 98 años.
En el Palacio de Bellas Artes se le rendirá homenaje el 7 de mayo, informó el Instituto Nacional de Bellas Arte y Literatura (Inbal).
Castro perteneció a una de las más nutridas generaciones de escritores, la llamada Generación del 50, que reunió a figuras como Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Concha Urquiza, Amparo Dávila, Griselda Álvarez, Margarita Michelena, Sergio Magaña, Emilio Carballido y el nicaragüense Ernesto Cardenal.
Sus restos mortales son velados desde ayer en la agencia funeraria Gayosso, en la sucursal Colima de la colonia Roma.
En abril pasado, la también docente recibió un homenaje virtual en el que agradeció el festejo y el “interés profundo” del público, que la hizo sentir “muy acompañada”.
La ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Lingüística y Literatura 2014 leyó entonces su poema No sé por qué le asusta el movimiento, con los versos: Por temor de morir se finge muerta / o dormida. // Y no sé si al calor de tanta muerte / fingida, / algún día resista / muy quieta, muy despierta, muy viva”.
Destacaba su labor como maestra, que mantuvo hasta el final de su vida, pues creía firmemente “que leer y escribir puede salvar no sólo a una persona, sino a un país”.
María de los Dolores Castro Varela, nacida en la ciudad de Aguascalientes el 12 de abril de 1923, es una de las voces líricas más entrañables de México y una de las pocas mujeres de su tiempo que estudió la licenciatura de derecho y la maestría en letras, en la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-co (UNAM).
A este diario, la nonagenaria poeta le describió su disciplina creativa: “estar al día me permite escribir todavía. Quien escribe como ayer o antier está perdido; quien no tiene una imagen, aunque sea oscura, de lo que ocurre, de qué va a hablar y, sobre todo, de qué va a escribir. Un escritor tiene que dar testimonio no solamente de su persona, sino de él en su época. He visto y escuchado mucho en los años que tengo. Desde lo último de la Revolu-ción Mexicana”.
Durante la presentación en 2019 de Canto a México, de Ernesto Cardenal, la ensayista reconoció en el nicaragüense a un guía: ‘‘Fue absolutamente necesario para que yo siguiera escribiendo y dando clases hasta el fin de mis días”.
Castro siempre buscó con su poética decir “algo que valga la pena y de la forma más clara, evitando el rebuscamiento y las palabras de adorno”.
De acuerdo con la crítica literaria, “su poesía es difícil, en tanto que no desea perdurar en la memoria, mediante el efecto de la sonoridad, sino por la creación de una imagen.
“Su escritura es una constante de la ternura, así hable de la infancia, de la muerte o el dolor. Con ternura se acercaba a todo.”
Dolores Castro formó también parte del grupo Ocho Poetas Mexicanos. Se les llamó así por la antología que reunió su obra, publicada por Alfonso Méndez Plancarte. El grupo estuvo integrado por Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Javier Peñalosa, Honorato Ignacio Magaloni, Efrén Hernández, Octavio Novaro y Rosa-rio Castellanos.
Fue fundadora de Radio UNAM y colaboró en la Dirección de Difusión Cultural de esa casa de estudios. También condujo el programa Poetas de México en el Canal 11, junto con Alejandro Avilés.
Durante décadas fue maestra de muchas generaciones de poetas. Enseñó literatura en la UNAM, la Universidad Iberoamericana y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, entreotras instituciones.
Fue jefa de redacción en la revista Poesía de América, donde conoció a Cintio Vitier, José Lezama Lima, Fina García Marruz, Fernández Retamar y otros.
Tuvo siete hijos, 13 nietos y cuatro bisnietos. Castro fue distinguida con el Premio Nacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz. En 1980, ya viuda del poeta Javier Peñalosa, decidió concursar por el Premio Mazatlán, el cual le fue otorgado y con el que obtuvo un dinero extra para su familia.
Dolores Castro no tenía una historia negra qué contar, un anhelo de suicidio o alguna leyenda oscura que le asegurara convertirse en un icono de la cultura mexicana, apuntó Yendi Ramos en la entrevista que le hiciera a la autora, publicada en el número 908 de La Jornada Semanal, en julio de 2012. En esa misma conversación, Castro se confiesa una poeta feliz y católica, que no se ha sentado a conversar con el diablo:
–¿Ha platicado con Dios? –preguntó Ramos.
–Sí, aunque decirlo es sentirme importante, pero sí he sentido su majestuosidad. Eso me hace una persona religiosa.
–¿Con el diablo
–No. Me da miedo.
–Si usted no fuera la poeta Dolores Castro, ¿que poeta le hubiera gustado ser?
–Me hubiera gustado ser… pero no una mujer, hubiera sido Ramón López Velarde.
Fue testigo y vivió distintos acontecimientos históricos, como la Revolución Mexicana, la Guerra Cristera, el cardenismo y la educación socialista, la liberación femenina y el movimiento estudiantil de 1968 hasta conocer la revolución tecnológica como Internet.
Es autora de los poemarios El corazón transfigurado (1949), Dos nocturnos (1952), Siete poemas (1952), La tierra está sonando (1959), Cantares de vela (1960), Soles (1977), Qué es lo vivido (1980), Las palabras (1990), Poemas inéditos (1990), No es el amor el vuelo (1995), Tornasol (1997), Sonar en el silencio (2000), Oleajes (2003), Íntimos huéspedes (2004), Algo le duele al aire (2011) y Sombra domesticada.
La ciudad y el viento (1962) es el título de su única novela. En su ensayo Dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial (1989) da cuenta, entre otras cuestiones, sobre el ser poeta: “El poeta superior dice lo que efectivamente siente. El poeta inferior lo que cree que debe sentir. El poeta medio dice lo que decide sentir”.
Su obra completa, Viento quebrado, fue editada en 2010 por el Fondo de Cultura Económica.