En 1978 fui invitado a Moscú, capital de la Unión Soviética (URSS) al lado de compañeros como Enrique Semo y Roger Bartra para participar en un congreso sobre capitalismo contemporáneo. Académicos y funcionarios del gobierno soviético nos escucharon con atención y se mostraron muy interesados a cerca de México. Algunos de esos funcionarios, a pregunta expresa, me contestaron que los ciudadanos soviéticos carecían de permisos para viajar al extranjero, excepto en unos cuantos casos. La razón era que podían ser agredidos por personas en países fuera de la URSS; yo sostuve un punto de vista contrario: si en la URSS existía realmente el socialismo, los residentes en ella serian bienvenidos en cualquier lugar.
Pasaron los años y me puse a estudiar ese asunto de los ciudadanos soviéticos al parecer encerrados en sus territorios. Era cierto que sobre todo en los principios de la consolidación de la URSS los ciudadanos soviéticos eran recibidos con júbilo por muchos habitantes del planeta, pero en muchos otros casos ante todo miembros de las élites y clases dirigentes amenazaban y no pocas veces agredían a quienes venían de la URSS y bajo el supuesto de que todos eran rusos. Se llegaba a agredir no sólo a partidarios del régimen predominante en la URSS, sino también a sus opositores de izquierda, anarquistas, empezando por el propio León Trotski. El colmo de estos ataques es la agresión incluso contra partidarios del zar y no pocos anticomunistas. El pecado original de todos ellos era ser rusos, aunque otros fueran oriundos de otras naciones de la URSS.
En relación con Rusia, nos encontramos con dos pesadillas de diversos grupos humanos. Una es la de conglomerados de gentes que desde hace centurias quisieron imponer su dominio sobre lo que ha sido Rusia y territorios bajo su imperio. Se ha querido transformar a Rusia en una fierecilla domada (recordando a Shakespeare) pero se piensa que el oso ruso es una terrible fiera que no ha sido domada. Las potencias herederas de la civilización occidental quisieran “tercermundializar” a Rusia y colonizarla para aprovechar sus grandes recursos materiales y humanos, así como para llevarle los beneficios de la civilización, pero se ha fracasado en el intento.
En la pesadilla occidentalista se tiene presente lo que declaró la emperatriz Catalina la Grande (1729- 1796): “La única forma de defender mis fronteras es extendiéndolas”, y con ello aparece el fantasma del eterno expansionismo ruso.
La otra pesadilla es la de los propios rusos; que casi siempre se consideran en alerta por el expansionismo de otras naciones que quisieran imponer su comando en la patria de León Tolstoi. Ello implica crear muros, grupos armados defendiendo puestos fronterizos y aumentar la industria armamentista. Haciéndose eco de este desasosiego, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ha declarado que se usarían armas nucleares si Rusia se hallara en estado de mucha inseguridad.
La pesadilla se tornó más grave debido a la revolución iniciada en 1917 en las tierras del imperio zarista, el dirigente máximo de esa revolución, Vladimir I. Lenin, declaró el 27 de noviembre de 1920 que el país había retornado a la paz, pero que la guerra volvería, pues el capitalismo y el socialismo no podían coexistir. Sostuvo que perecería la república de los sóviets o el capitalismo mundial, pero sólo habría un vencedor. Creo que su profecía se cumplió plenamente. Pero antes del derrumbe de la URSS muchas personas pensaban que los comunistas extenderían sus fronteras hasta terminar con ellas. Recuerdo que en mi infancia, estando en Texas y California, Estados Unidos, me impresionaba que los niños fueran adiestrados para acudir rápidamente a refugios si se presentaba un ataque aéreo ruso, lo cual era más que una fantasía de los gobernantes estadunidenses, pues Moscú no pensaba suicidarse en una guerra nuclear.
Atendiendo a su propia pesadilla, los gobernantes rusos han aprendido a generar enormes recursos defensivos y a responder con ataques fulminantes a cualquier ofensiva en su contra. El propio Adolfo Hitler, sorprendido ante la capacidad del llamado Ejército Rojo y de las guerrillas soviéticas para contrarrestar la invasión nazi, declaró en una conversación con Fritz Todt, el 29 de noviembre de 1941: “¿Cómo es posible que un pueblo tan primitivo haya logrado tantos adelantos técnicos en tan poco tiempo?” Hitler cayó en su propia trampa debido a sus delirios racistas. El pueblo soviético, incluyendo a sus sectores rusos, no tenía nada de primitivo y terminó derrotando a la barbarie fascista de la cruz gamada.
En 1978 en Moscú observé a rusos y ucranios conviviendo pacíficamente. En la guerra actual entre Rusia y Ucrania se han revitalizado las dos pesadillas, las cuales sólo podrán desaparecer si los pueblos involucrados en este conflicto bélico son capaces de imponer a sus minorías rapaces y belicistas negociaciones efectivas para lograr la paz.