Madrid. A los 91 años, en su casa de Madrid y con el deber cumplido de haber revolucionado el mundo editorial, falleció Mario Muchnik, editor visionario, fotógrafo obsesivo, lector voraz y riguroso, coleccionador de objetos, curiosidades y anécdotas.
Este hombre, que amó sobre todas las cosas al libro, fue el descubridor para los lectores en español de autores fundamentales del siglo XX, como Primo Levi, Arthur Miller, Oliver Sacks y Elias Canetti, entre otros.
Muchnik nació en Buenos Aires en 1931, en el seno de una familia culta, de la alta burguesía argentina y que varias generaciones atrás habían tenido algún vínculo con la literatura, con la industria editorial.
El origen judío y ruso de sus ancestros, pero sobre todo tras el ascenso al poder en Argentina del peronismo, que expropió las empresas familiares, lo llevó a deambular por varios países; primero en Estados Unidos, donde estudió en la Universidad de Columbia su carrera universitaria y su doctorado en física. Pero fue en Nueva York, cuando ya era un científico en ciernes y había escrito su primer libro divulgativo sobre las teorías de Albert Einstein, cuando vivió una experiencia que le cambió la vida: acudió a una obra de teatro de Arthur Miller, Las brujas del Salem; desde ese día se empeñó en traducir la pieza y editarla en formato de libro, para lo que acudió a su padre, Jacobo Muchnik, quien fue un editor esencial de la primera mitad del siglo XX en Argentina, al publicar libros de autores como Rafael Alberti, Witold Gombrowicz, Jorge Guillén, Franz Kafka y Ernesto Sábato, entre otros.
A partir de entonces, su vínculo con el mundo editorial fue intenso, actividad que compaginaba con sus otras grandes vocaciones: la fotografía, la ciencia y el coleccionismo.
Después de convencerse de que se quería dedicar a la edición de libros decidió trasladarse a vivir a París durante un tiempo, en la década de los 60, para, posteriormente, intentar rehacer su vida en Buenos Aires, mas no fue posible, sobre todo porque se mostró desencantado de su propio país. Fue cuando decidió vivir en la Barcelona de los años 70, que entonces era el centro neurálgico del boom latinoamericano y donde coincidían algunos de los grandes autores de nuestra lengua como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, entre otros.
Fue cuando refundó Muchnik Editores, sello creado por su padre hacía varias décadas en Argentina y que cerró por las expropiaciones. Entonces convirtió a la capital catalana en su centro de operaciones para editar y difundir a algunos de los grandes autores del siglo XX, no sólo los latinoamericanos del boom, sino también a los autores españoles que emergían en los albores de la dictadura, todavía sometidos a cierta censura, y a otros autores europeos, que el propio Muchnik conocía y que pertenecían también a la tradición judeo-europea, como Primo Levi.
Después trabajó durante muchos años en la editorial Anaya, donde fundó el sello Anaya-Mario Muchnik; después creó el sello independiente Taller de Mario Muchnik, en el que sólo publicaba seis títulos por año de narrativa y ensayo.
En esta etapa descubrió obras como El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg, investigación del hijo de Natalia Ginzburg, o la literatura de viajes con Bruce Chatwin, quien elevó el género a una categoría superior. O los primeros libros de un autor de revolucionó la sicología, Oliver Sacks.
En la década de los 90, Muchnik tradujo a Primo Levi, autor de Si esto es un hombre, y a Art Spiegelman, dibujante de Maus. Asimismo, publicó, entre otros, a autores de mucho éxito como Kenizé Mourad, Elias Canetti y JM Coetzee, quienes recibieron el Nobel.
Su enorme legado está en su fondo editorial, pero la inmensa aportación que dio a la literatura del siglo XX está detallada en sus libros de memorias, considerado por todo editor como uno de los fundamentales de la profesión: Lo peor no son los autores, que publicó en 1999, y en el que cuenta sus avatares de 1967 a 1997, que después enriqueció con Banco de pruebas: memorias de trabajo, 1949-1999, y Normas de estilo, que publicó en 2000.
El cine también fue una de sus grandes aficiones, pero sobre todo la fotografía: no se separaba de sus cámaras Leica, con las que retrató a algunos de los grandes autores del siglo XX, entre ellos algunos de sus grandes amigos, como Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Elías Canetti, Primo Levi, Roberto Calasso e Italo Calvino.