Se celebran logros y se exhiben obras grandes y cuantiosas, se nos revela la esencia misma de la 4T encarnada en el AIFA, pero no son suficientes para disimular las voces de la calle. Éstas no llegan a conformar un reclamo preciso y en toda forma, pero las fintas y embates de transportistas y lugareños con demandas locales o gremiales, siempre salpicadas de anécdotas o quejas, denuncias a sotto voce o cautelosas sobre la violencia, el abuso del poder y el crimen organizado, mantienen presencia cotidiana.
El panorama nacional no se esclarece con las inauguraciones de obras emblemáticas, calificadas sin más como epopeyas, pero la intervención interminable del Presidente contra sus críticos más bien lo oscurece. Nunca habíamos asistido a un uso tan libérrimo de la libertad de expresión por parte de un mandatario que lleva en su mandato una enorme capacidad de intervención pública como Presidente.
Las convocatorias a moderar el lenguaje oficial siguen sin ser oídas, y lo peor sería que de la negativa a escuchar pasáramos a escaramuzas que se trocaran en encontronazos mayores. El indudable comando del Presidente sobre las fuerzas armadas está muy bien, aunque lleve a no pocos a temer cierto tufo de militarismo, que parece desprender tanto encargo de “civiles” al Ejército y la Marina, pero entrados en una espiral de violenta confrontación física, simplemente las garantías pueden hacer mutis. Con el letal aderezo de la participación siempre aviesa de la criminalidad avituallada con lo más moderno de las armas de destrucción masiva.
Estamos en un embrollo que apunta a mayores enredos, y no sólo por las montoneras in crescendo de la delincuencia. Todo apunta a que la inflación, más que decrecer pronto, aumente golpeando en su paso la maltrecha capacidad de compra de la mayoría trabajadora y, por mal que les pese a los austerifílicos, afectando unas finanzas públicas siempre colgadas de alfileres.
Al despuntar la segunda mitad del gobierno del presidente López Obrador, el escenario se complica y se desafina el coro. Las arrebatadas decisiones legislativas sobre la propaganda, a más de anticonstitucionales, contribuyen al ridículo en que desde hace años nos metió la oposición al prohibir a los políticos hacer política formal, que siempre conlleva propaganda, y que ahora se revirtió a los deseos manifiestos del Presidente de salir el 10 de abril confirmado en su puesto, a pesar de que nadie, que se sepa, llamó al respetable a revocarle el mandato.
La obsesión contra el instituto electoral y sus más destacados funcionarios ha llevado demasiado lejos al Presidente y a la 4T, a merodear el pantano de los excesos retóricos que no es un dato menor, aunque peor resultan los abusos de poder que auspicia su carácter mayoritario en los órganos del Estado.
De una situación tan pantanosa y resbalosa como ésta, el Estado y nosotros con él podemos deslizarnos a caídas imprevisibles y sin la experiencia mínima para capear temporales que, es posible prever, estén cargados de electricidad y ventarrones. Sin más, contexto y perspectivas pueden complicarse a la luz de los desajustes mayores que traen los subsidios gasolineros, las presiones renovadas sobre el gasto público y la inveterada penuria fiscal convertida ya en miseria de los servicios públicos y caída libre de la inversión estatal.
Hablar de regresión puede ser un abuso de lenguaje, pero la circunstancia se ha oscurecido ominosamente por la criminal invasión rusa de Ucrania y las más que veleidosas maneras de encarar esta coyuntura por parte del gobierno. No bien se acaba de salir de la pandemia y su contagio, ahora se tiene más inflación y menos crecimiento, una guerra abierta y cargada de amenazas nucleares que nos pone en peligro claro e inminente. Terra ignota.
Nos espera una travesía sin instrumentos para navegar y sin radar. Sólo nos queda tratar de estar lo mejor preparados para lo que pueda venir, que no será tranquilo y mucho menos venturoso. Vientos hostiles y con velas rasgadas. Panorama lúgubre y sin placebos. De laberintos sin pausa y de proezas inundadas de ilusiones.