En el año 1967 se da en La Habana un importantísimo festival llamado Encuentro de la canción de protesta. A él acuden cantantes populares de todos los rincones del mundo y participan tres exponentes de la nueva corriente de trovadores cubanos: Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noé Nicola. El encuentro es organizado por Casa de las Américas y sirve, además de dar a conocer posturas e ideas políticas de izquierda, como propulsor del entonces llamado “canto joven de Cuba”.
Se dice que es a partir de ese Encuentro que nace el movimiento de jóvenes autores y cantantes cubanos, que habría de llamarse nueva trova. Al principio dicho movimiento estaba totalmente desorganizado y la orientación se establecía por algunas características renovadoras, que se daban en casi todos sus miembros. Por un lado, esos nuevos trovadores no se atenían a formas prestablecidas de la canción, y su lenguaje podía ir del más oscuro simbolismo a las expresiones de casa como las de la llamada “vieja trova” o la corriente intimista concida como filin. Su temática era variada, lo mismo canciones de amor, que elegías a los revolucionarios caídos, o temas de contenido propagandístico. Su música se notaba asimismo influida por el contacto con las nuevas corrientes de la canción sudamericana, española e incluso el jazz o el rock.
Tales influencias eran conscientemente asumidas e integradas a los nuevos desarrollos de la canción. Cantautores como los ya mencionados Pablo, Silvio y Noé, junto a Vicente Feliú, Mike Purcell, Pedro Luis Ferrer, Amaury Pérez, Enrique Núñez, Virulo o Belinda Roméu y agrupaciones como Tema 4, Manguaré, Moncada, Mayohuacán, Los Cañas, Síntesis, Mezcla, Nuestra América, Dúo de Adolfo Costales y Margarita Mateos, entre otros, elevaron así el contenido de esta nueva trova, tanto musical como literariamente, hasta llegar a convertirla en un ente de una riqueza y una variedad creativa impensables en esos días.
En 1972 la Unión de Jóvenes Comunistas propuso oficializar el movimiento, cosa que aceptaron sus componentes. No obstante, a juicio de Silvio Rodríguez, “nuestra institucionalización no supuso que nos convirtiéramos en asalariados del pensamiento oficial”.
Sin embargo, y pese a lo que se cree, el Movimiento de la Nueva Trova Cubana (MNTC) no tuvo durante sus primeros años la acogida de la mayoría del pueblo cubano. Durante esos años setenta, conocidos como el “quinquenio gris”, la gente prefirió la música de las agrupaciones soneras para divertirse y bailar.
El pueblo bailaba con Los Van Van, Los Latinos, La Monumental, La Riverside, Los Reyes 73, Los Irakere, en su versión popular cubana y, claro está, la otra música que gustaba era la extranjera, sobre todo el pop en español y el rock, procedente del mercado anglosajón, el cual se escuchó y vivió, durante esos años, de manera clandestina debido a sus restricciones de difusión y su consabida estigmatización ideológica.
Durante aquellos años fundacionales, los nuevos trovadores sólo encontraron un público minoritario entre la élite intelectual de la cultura oficial y algunos estudiantes universitarios. Su principal escenario de presentación fue Casa de las Américas, donde también acudían escritores y poetas latinoamericanos, a quienes por razones obvias les interesaba más la música de los jóvenes trovadores que la del “desenfreno” bailable, llámese son, rumba o chachachá.
Esa apatía del pueblo cubano por la nueva trova se produjo a pesar de que el régimen le facilitó todo tipo de mecanismos de difusión: desde programas televisivos, como Te doy una canción, hasta espacios de presentación en vivo y estudios de grabaciones. Aun así, la mayoría del pueblo los ignoraba, le desagradaban esos jóvenes de aspecto descuidado y canciones “raras”.
Muchos críticos afirman que el rechazo a estos trabajos se debía a la cultura que hay que tener para comprenderlos.
Grandes giras por el interior del país, conciertos en plazas, escuelas y fábricas organizados por la Unión de Jóvenes Comunistas empezaron por llamar la atención, convencer y “concientizar” a ese público apático.
A finales de septiembre de ese 1972, Silvio, Pablo y Noé viajan a Chile invitados por el gobierno socialista de Salvador Allende. Estuvieron en Santiago de Chile por más de dos semanas, ocasión en que realizaron actuaciones en el Estadio Nacional de Chile y, principalmente, en la Peña de los Parra, local donde compartieron experiencias con los principales músicos del movimiento chileno. Este vínculo, artístico y sentimental creció con el tiempo permitiendo que otros integrantes del MNTC viajaran al cono sur y otros países, incluido México.