De nuevo la primavera explota en la ciudad con la floración de innumerables especies y los árboles dan a luz hojitas verde tierno. Las jacarandas deslumbran con sus flores violáceas y las magnolias compiten con las suyas, enormes y elegantes color perla.
En parques, camellones y jardines tupidos setos de flores deslumbran con su belleza y colorido: lirios, clivias, hortensias, bugambilias, malvones, rosas, agapandos blancos y lilas que semejan fuegos artificiales y hasta una despistada nochebuena.
Desde siempre las flores han sido parte importante de la vida de los mexicanos; esta fascinación no murió con la conquista. Hasta la fecha se cultivan en las chinampas de Xochimilco y Tláhuac y en múltiples viveros. No hay casa, por humilde que sea, que no tenga botes con flores. Es parte esencial en las ceremonias: bodas, bautizos, fiestas patronales, Día de Muertos.
De esa ancestral veneración tenemos como muestra ejemplar una de las esculturas más bellas del panteón mexica, que representa a Xochipilli, dios del amor, las flores, los juegos, la belleza, la danza, el placer, las artes y las canciones. La palabra se conforma por los vocablos náhuatl: xóchitl, flor, y pilli, príncipe, lo que se traduce como príncipe de las flores, aunque también puede ser interpretada como flor preciosa o flor noble.
Esta obra maestra data del Posclásico tardío (1200-1521) y fue encontrada en las faldas del volcán Iztaccíhuatl a mediados del siglo XIX. Forma parte importante del acervo arqueológico del INAH, que la muestra en la sala Mexica del Museo de Antropología.
Una manera gozosa de celebrar la primavera es con una visita a Xochipilli. La portentosa escultura muestra a un hombre con las piernas cruzadas, los brazos suavemente recargados sobre los muslos y las manos suspendidas. El rostro conmovedor mira hacia los cielos. Una divinidad en éxtasis.
La figura, de proporciones perfectas, se asienta sobre un pedestal con flores y mariposas en cuyos trazos puede desentrañarse el universo. Una enorme flor une la parte inferior, geométrica, con la superior, de formas sinuosas y orgánicas.
El destacado esteta y filósofo Justino Fernández señala que las proporciones del conjunto, la composición y todo el labrado son de una belleza refinada y que es por entero magistral.
Como pocas piezas, Xochipilli muestra esa combinación de delicadeza y dramatismo tan característica de la escultura azteca o mexica. Su cuerpo, de proporciones perfectas, está exquisitamente cubierto de flores que contrastan con el rostro enigmático y oculto por una apretada máscara de piel que deja ver las oquedades de ojos y boca que le imprimen una actitud de espectación; aunque la nariz está mutilada, no le resta expresividad.
La cabeza está cubierta con un manto orlado de plumas y labrado con los glifos del Sol. De acuerdo con la especialista Bertina Olmedo, el dios parece estar reventando la superficie de la Tierra con las flores que germinan de su cuerpo gracias al calor y la luz del astro solar.
Se han identificado las flores y algunas de ellas tienen propiedades sicotrópicas, como la flor del tabaco, la datura o la enredadera del ololiuhqui, que se consideraban plantas sagradas, cuyo consumo ritual propiciaba la comunicación con la divinidad.
La parte de atrás no desmerece en elegancia y belleza: desde la frente cuelga hacía atrás un tocado bordeado de plumas que le cubre por completo la parte posterior de la cabeza y la espalda casi hasta la cintura. Lo adorna una gran flor de la que penden tres colgajos que rematan en dos plumas, cada uno forma una especie de borlas. Lo completan grupos de cuatro discos con puntos al centro y otros de cuatro barras verticales, todos ellos con símbolos solares finamente labrados en relieve.
Por donde se le vea, es una escultura sobresaliente que llena de emoción y la tenemos allí, en nuestro gran Museo Nacional de Antropología, para irnos a deleitar con ella como tantas veces queramos.
Ahora, vámonos a comer. En las cercanías, en la esquina de Constituyentes y avenida Chapultepec, está El Mirador, cantina restaurante que desde hace 117 años ofrece muy buena comida mexicana y algo de española, como la suculenta paella mallorquina. Tiene una carta con sabrosuras poco usuales, como la sopa francesa con ostiones, quesadillas de pancita blanca y epazote, puntas de venado, el filete sol al pil pil, sesos a la plancha y los camarones cantineros.