En la entrega anterior hablábamos del espontáneo sentimiento de comunidad que flotaba en el aire durante el homenaje a Germán Palomares organizado por Eje Ejecutantes. Era un sentimiento tan sorprendente como agradable, aunque no faltó el humor involuntario de aquél que comentaba en el lobby: “Aquí está la crema y nata del jazz en México”. No pude reprimir la risa, pero rápido la disfracé de ataque de tos para no herir susceptibilidades.
Comentábamos también los cinco exitosos años de Germán como gerente de Horizonte, y fue entonces que le preguntamos por qué había salido de ahí en 2018.
“Fue para tomar el cargo de director general de Comunicación Social de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes”.
¿Y no te costó trabajo tomar esa decisión?
“No, no, no, al contrario. Mientras en el Imer no encontraba eco a mis propuestas y mis planteamientos, yo sabía que con el ingeniero Jiménez Espriú iba a ser totalmente lo contrario.”
¿No les hacían caso a tus propuestas en Horizonte?
“Digamos que el Imer es un ente petrificado. Es muy difícil que acepten ideas nuevas, ideas diferentes a lo que significan sus prejuicios radiofónicos. Tuve una jefa terrible los primeros cuatro años. Después llegó un jefe que pudo haber sido muy bueno, pero el director general prefería mantener todas las cosas en calma y no tomar riesgos.”
Algunos de los jazzistas que tocaron aquella noche nos daban sus impresiones sobre el homenajeado.
Alberto García (pianista). Germán es una persona que todos nosotros, los músicos, necesitamos. Es alguien que ama demasiado la música. Cuando ve que alguna persona está recién saliendo al mundo, él ya se está interesando mucho en esa persona y quiere que el mundo lo vea. Desde los que estamos comenzando, hasta la gente que ya es muy reconocida, él está atento, va a sus conciertos. Germán ama tanto la música como a los músicos; él nos alienta, nos motiva.
Chucho López (trompetista). Conozco a Germán desde hace 40 años, desde que llegué a México. Lo conocí en un festival de jazz en el Teatro de la Ciudad; yo estaba muy joven, y desde entonces entablamos una amistad bonita. Siempre ha sido una persona muy respetuosa, nunca le he oído un mal comentario hacia ningún músico, por eso tiene amistad con todos. Ha tenido una fuerte amistad con músicos muy importantes, como Enrique Nery y Popo Sánchez.
Pepe Morán (pianista). Es un personaje que siempre ha estado presente en la vida de la familia Morán; lo recuerdo desde que estaba yo muy chavo, como amigo de mi papá (Chilo Morán). Él siempre está en los conciertos de jazz, es una de sus pasiones. Es un muy buen locutor, su voz es inconfundible y su gusto por decir las cosas del ambiente jazzístico. Lo hace maravillosamente. Es muy querido por toda la familia.
Marco Morel (guitarrista). Germán es de esos personajes que crearon la figura de Gestión Cultural mucho antes de que existiera este término. Su énfasis en apoyar a los músicos creativos que buscan una identidad mexicana en el jazz ha sido determinante para que el trabajo de estos compositores sea una constante en sus programaciones de conciertos, de radio, de TV o en cualquier medio en donde esté trabajando. La trascendencia de Germán es que es un mexicano de tiempo completo.
Miguel Villicaña (pianista). Conocí a Germán Palomares Oviedo hace ya muchos años. Yo tocaba con un trío de jazz en el restaurant Angus, en la Zona Rosa de la Ciudad de México, y un día llegó a cenar ahí junto con Roberto Morales, el director de Jazz FM; les gustó mucho el trío y empezaron a ir con bastante frecuencia y de ahí nació una amistad y una cercanía; y de parte de él mucho apoyo para mi carrera. Fue muy satisfactorio poder tocar en este homenaje tan merecido.
El Foro Cultural Coyoacanense Hugo Argüelles iba de erupción en erupción. Uno tras otro, los ensambles iban esparciendo energía y euforia por todo el escenario. Y fue precisamente en medio de este tipo de intensidades, que la presencia de César Olguín, bandoneón en mano, enriqueció y contrastó la noche entera; su despreocupado y elegante andar, el intenso aplomo, la serenidad con que instaló la atmósfera –triste atmósfera– de Adiós Nonino en medio de la algarabía, nos dejó con la boca abierta, con el ánima por los cielos. Inmediatamente después, con un suspiro, el maestro agradeció la ovación y se fue despacio, con ese otro rostro de la belleza bajo el brazo y la melancólica sonrisa de Piazzolla entre los dedos.
Salud