Madrid. La locura y sus entresijos más oscuros, las secuelas que deja el abuso sexual en la infancia, la severidad de la moralidad conservadora que condenó y quemó de forma literal a los “dementes incomprendidos” o a sus brujas, se exponen de forma cruda y bella en la ópera El ángel de fuego, del compositor ucranio Serguéi Prokófiev, que ahora se estrena en España en el Teatro Real de Madrid, con un rotundo éxito de público y crítica, sobre todo por las interpretaciones de los cantantes, la brillante dirección musical y la rupturista puesta en escena.
El Teatro Real de Madrid abrió el telón para ofrecer lo que en su día se concibió como uno de los grandes acontecimientos musicales en España y Europa. El estreno, con una producción nueva hecha en colaboración con la Ópera de Zúrich, de una de las piezas más complejas y difíciles de asumir para el gran público de Prokófiev (1891-1953), quien nunca llegó a ver su estreno, a pesar de que hubo varios intentos.
Había miedo por la dureza de la trama, pero también por el riesgo de lo que supone una obra musicalmente disruptiva, plagada de disonancias y en la que se entrevé la fuerza volcánica del brillante músico ucranio.
El libreto se basa en una novela homónima de Valeri Briúsov, en la que se cuenta el proceso de locura y enajenamiento de una mujer víctima de abusos sexuales en su infancia y que acaba desquiciada en la búsqueda de pócimas mágicas para conseguir los favores de un amor imaginario; precisamente, por esa aproximación al esoterismo, termina quemada viva en una plaza pública.
La puesta en escena del Teatro Real es fiel a la trama, sólo que en lugar de situarla en el siglo XVI se traslada a los años 60 del siglo XX, en la Alemania luterana, para lo que emplea una inmensa estructura móvil de metal y de madera, en la que hay cubículos cuadrados o rectángulos, que figuran a pequeñas estancias, en las que se van sucediendo las obsesiones y temores de la estructura mental de la protagonista. Porque la historia es al final una incursión sin filtros por la mente atormentada de una mujer castigada por la brutalidad, Renata, que, si acaso tiene momentos fugaces de felicidad cuando pasea libremente en su bicicleta.
A lo largo de cinco actos y siete escenas, el director de escena, Calixto Beito, profundiza no sólo en el tormento mental, sino también espiritual que siempre acaba confluyendo en lo más siniestro y oscuro de la crueldad humana.
El director musical de esta producción es el aclamado director valenciano Gustavo Gimeno, en lo que fue su debut en el Teatro Real al frente de su orquesta. Mientras la protagonista, la soprano lituana Ausrine Stundyte, interpretó el extenuante papel de Renata con una entrega total que fue recompensada por el público con una gran ovación. El barítono inglés Leigh Melrose dio la réplica en el papel de Ruprecht. Ambos lograron momentos de altísimo voltaje, tanto musical como dramatúrgico, que estuvieron acompañados por la calidez de los coros y de la orquesta. Destacó también el tenor ruso Dmitry Golovnin en el doble papel de Agrippa von Nettesheim y Mefistófeles.