La geopolítica trata de pensamientos y modos de ver el mundo imperiales, al servicio de los estados más poderosos. Surgió de ese modo y sigue siéndolo, aunque algunos intelectuales se empeñan en una suerte de “geopolítica de izquierdas”, o hasta “revolucionaria”.
La geopolítica surge a comienzos del siglo XX entre geógrafos y estrategas militares del norte, que vinculan las realidades geográficas con las relaciones internacionales. El término apareció por primera vez en un libro del geógrafo sueco Rudolf Kjellén, titulado El Estado como forma de vida. El almirante estadunidense Alfred Mahan desarrolló la estrategia del dominio naval, mientras Nicholas Spykman delimitó las regiones de América Latina donde Estados Unidos debe mantener un control absoluto para garantizar su dominio global.
La geopolítica tuvo un gran desarrollo en la Alemania de principios del siglo XX, alcanzando gran difusión durante el nazismo. En América Latina, los militares de la dictadura brasileña (1964-85), como Golbery do Couto e Silva, se basaron en la geopolítica para defender la expansión de Brasil, para terminar de ocupar la Amazonia y convertirse en el hegemón regional.
No me interesa profundizar en esta disciplina, sino en sus consecuencias sobre los pueblos. Si la geopolítica trata de las relaciones entre estados, y en particular sobre el papel de los que buscan dominar el mundo, el gran ausente en este pensamiento son los pueblos, las multitudes oprimidas que ni siquiera son mencionadas en sus análisis.
Buena parte de quienes justifican la invasión rusa de Ucrania llenan páginas denunciando las atrocidades de Estados Unidos. Uno nos recuerda: “Estados Unidos realizó 48 intervenciones militares en la década de 1990 y se involucró en varias guerras sin fin, durante las dos primeras décadas del siglo XXI” (https://bit.ly/36hrNbt).
Agrega que en ese periodo, los estadunidenses “realizaron 24 intervenciones militares alrededor del mundo y 100 mil bombardeos aéreos, y sólo en 2016, durante el gobierno de Barack Obama, lanzaron 16 mil 171 bombas sobre siete países”.
La lógica de estos análisis, dice algo así: el imperio A es terriblemente cruel y criminal; pero el imperio B es mucho menos dañino porque, evidentemente, sus crímenes son mucho menores. Como Estados Unidos es una máquina imperial que asesina cientos o decenas de miles cada año, ¿por qué levantar la voz contra quien mata apenas unos pocos miles, como Rusia?
Este es el modo de hacer política rastrero y calculador que no toma en cuenta el dolor humano, que considera que los pueblos son sólo números en las estadísticas de la muerte, o los considera apenas como carne de cañón, como números en una balanza que sólo mide beneficios empresariales y estatales.
Por el contrario, los de abajo ponemos en primer lugar a los pueblos, a las clases, colores de piel y sexualidades oprimidas. Nuestro punto de partida no son los estados, ni las fuerzas armadas, ni el capital. No ignoramos que existe un escenario global, naciones expansionistas e imperialistas. Pero analizamos ese escenario para decidir cómo actuar como movimientos y organizaciones de abajo.
En El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916 durante la Primera Guerra Mundial, Lenin analizó el capitalismo monopolista como causa de la guerra. Pero no tomó partido por ningún bando y se esforzó por transformar la carnicería en revolución.
De ese modo trabajó Immanuel Wallerstein. Su teoría sobre el sistema-mundo pretende comprender y explicar cómo funcionan las relaciones políticas y económicas en un planeta globalizado, con el objetivo de impulsar la transformación social.
Se trata de herramientas útiles para los pueblos en movimiento. Porque la comprensión de cómo funciona el sistema, lejos de conducirnos a justificar alguna de las potencias en pugna, nos lleva a prever las consecuencias que tendrá sobre los de abajo.
El zapatismo nombra como “tormenta” el caos sistémico que estamos viviendo y además considera que es necesario comprender los cambios en el funcionamiento del capitalismo. Respecto de lo primero, la conclusión es que hay que prepararse para enfrentar situaciones extremas, que nunca hemos vivido. ¿Hemos pensado que pueden utilizarse armas atómicas en los próximos años?
Respecto de lo segundo, aunque los zapatistas no lo mencionan de forma explícita por lo que recuerdo, es evidente que el 1 por ciento más rico ha secuestrado los estados-nación, que no existen medios de comunicación, sino de intoxicación y que las democracias electorales son cuentos de hadas, cuando no excusas para perpetrar genocidios. En consecuencia, no se dejan enredar en la lógica estatal.
Estamos ante momentos dramáticos para la sobrevivencia de la humanidad. Debemos elevar la mirada y no dejarnos arrastrar en el lodazal geopolítico. Cuando la bruma es tan espesa que impide distinguir la luz de la sombra, confiemos en los principios éticos para seguir adelante.