Un mes y un día después de iniciada esta guerra, Rusia y Ucrania podrían estar cerca de alcanzar un alto el fuego, pero no se ponen de acuerdo a qué atribuir el eventual cese de hostilidades y un posible principio de arreglo de sus controversias.
Si le creemos al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en funciones de mediador, Ucrania y Rusia están cerca de ponerse de acuerdo en cuanto a cuatro de las seis divergencias esenciales que mantienen: Kiev aceptaría: renunciar a ingresar a la OTAN, dar al idioma ruso estatus de lengua oficial, rechazar que se instalen en su territorio armas ofensivas que Rusia podría considerar una amenaza, lo cual equivaldría a “desmilitarizar” el país; y participar en la definición de los parámetros de la seguridad colectiva en Europa.
Según Erdogan, continúan sin resolverse otras dos exigencias rusas: que Ucrania admita que Crimea es parte de Rusia y que el Donbás (las regiones de Donietsk y Lugansk), se proclamó independiente.
Pero el canciller ucranio, Dmytro Kuleba, no está de acuerdo con Erdogan y afirma que “es erróneo hablar de consenso en cuatro puntos”, porque en lo que respecta al idioma en Ucrania sólo habrá uno oficial: el ucranio. En general, agregó, “no es correcto clasificar los temas clave en cuatro o más puntos porque en los subgrupos (de negociaciones) se tratan de manera simultánea infinidad de distintas cuestiones”.
Vladimiir Medinsky, jefe de los negociadores rusos, por su parte, rebajó este viernes el optimismo al decir que para alcanzar un acuerdo es “insuficiente que Ucrania se declare neutral a cambio de ciertas garantías, sino que es necesario firmar un pacto comprehensivo que incluya varias posiciones vitalmente importantes para Rusia”.
Entre otras, Medinsky mencionó “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania, así como reconocer la pertenencia de Crimea a Rusia y la independencia del Donbás, sin los cuales “será imposible llegar a entendimientos”.
Planes y resultados
Sin embargo, se empieza a hablar de la posibilidad de parar esta guerra porque, más allá de lo que declaren rusos y ucranios, o los mediadores, un mes después de la invasión de las tropas rusas es evidente que no se produjo una exitosa operación relámpago en Ucrania ni el cambio de régimen en Kiev previsto por el Kremlin.
Al contrario, con cada día aumenta el riesgo de empantanarse en una guerra sin sentido y con numerosas bajas innecesarias, como sucedió a la Unión Soviética en Afganistán, lo cual amenaza con generar efectos negativos dentro de Rusia que se resentirán durante mucho tiempo.
La ofensiva de las tropas rusas comenzó, la madrugada del 24 de febrero anterior, simultáneamente en diez direcciones con la intención de forzar una rápida caída de Kiev y, con el pretexto de proteger el Donbás, ocupar toda la franja del sureste de Ucrania, quitándole el acceso al mar, tanto el de Azov como el Negro, para obligar al presidente Volodymir Zelensky a huir del país o firmar la capitulación de Ucrania bajo las condiciones que quisiera imponer Rusia.
Tras los avances iniciales, un mes después Zelensky sigue al frente de Ucrania y ésta no se ha rendido, mientras se incrementan las bajas del ejército ruso, tanto en muertos como en heridos, y sus problemas logísticos dificultan cumplir los planes iniciales, a pesar de tener superioridad indiscutible en número de efectivos y armamento.
En la primera semana, las tropas rusas lograron adentrarse decenas de kilómetros, y en algunos lugares hasta cientos, pero después se frenaron al encontrar una inesperada resistencia del ejército ucranio, que no deja de recibir armas desde Occidente, y del rechazo de la población en el interior del país.
A partir de la segunda semana, según los expertos militares que estudian los movimientos de tropas, se hizo evidente que el ejército ruso no puede avanzar en todos lados al mismo tiempo y, sin concentrar fuerzas en lo que llaman dos o tres teatros de guerra con amplio apoyo de la artillería y aviación, no podría hacerlo en ningún sitio.
Por eso, los hechos muestran que el Estado Mayor del ejército ruso empezó a improvisar y, desde mediados de marzo, fijó dos objetivos estratégicos: tomar la capital, Kiev, y rodear las tropas ucranias que se concentran en la zona del Donbás, al tiempo que no cesa el bombardeo de Kiev, Jarkov, Mariupol y otras ciudades.
Al concluir la cuarta semana de guerra, el ejército ruso sigue teniendo serios problemas logísticos y el ucranio no sólo se defiende, sino intenta tomar la iniciativa, pero no es claro si tendrá fuerzas y armamento suficientes para hacerlo y si está en condiciones de efectuar operaciones ofensivas que resulten efectivas frente a la aviación y los misiles rusos.
En ese contexto, rusos y ucranios siguen negociando y, en el fondo, si se acuerda cesar las hostilidades quieren hacerlo sin parecer perdedores en una guerra que, por el inmenso daño causado a la población civil de uno y otro lado, sería amoral que tuviera un ganador.