El periplo político colombiano de estos últimos cinco años tras los acuerdos de paz se encarna en la apuesta por un cambio tectónico en el régimen del poder. Las elecciones de 2022, tanto de Congreso (marzo) como en presidencia (mayo), son su principal manifiesto.
Desde el poder movilizador de los paros nacionales de 2019, la gente se fue a las calles en marchas en todo el país. La pandemia no frenó el valor de quienes desde diferentes formas de expresión salieron a exigir un cambio radical en el régimen del poder político y económico. La respuesta del gobierno fue la represión y el hambre.
Este impulso movilizador tuvo que decidir entre la profundización del enfrentamiento directo con el gobierno o la posibilidad de la transformación política a través de las elecciones de 2022. Esta última fue la decisión del pueblo movilizado, el cúmulo de rabia se canalizó hacia la apuesta pacífica por el cambio. Es otra forma de arder.
El 13 de marzo se celebraron las primeras elecciones donde los colombianos votaron las consultas internas por los partidos para escoger candidatos presidenciales, y eligieron los representantes a la Cámara y los senadores. Se enfrentaron los partidos Liberal, Conservador, unas coaliciones de independientes de centro-derecha y el Pacto Histórico (PH) encabezado por Gustavo Petro, político de izquierda.
Los primeros escrutinios mostraron que la oposición alcanzó un número histórico de escaños en el Senado y Cámara, y una participación en las consultas primarias presidenciales en favor del PH muy por encima de la de otros partidos; por ejemplo, el Pacto Histórico obtuvo 5.5 millones de votos en la consulta, mientras el segundo puesto rozó 4 millones. Francia Márquez, líder afrocolombiana candidata a la presidencia por el PH, ratificó el descentre político del país al lograr en votación el tercer lugar entre los candidatos de las consultas.
La alarma surgió esa misma noche, cuando el PH encontró más votos por la consulta primaria que por su votación en Cámara y Senado, y cuando un grupo de analistas de sistemas identificaron anomalías en los resultados. Pronto se compartieron fotos y pruebas de las irregularidades y una cifra contundente aclaró el panorama: en 30 mil mesas de votación no había votos del PH para el Senado. También se encontró que en gran cantidad de mesas se había contabilizado doble los votos de algunos partidos que competían con el Pacto Histórico.
Toda la semana una movilización de voluntarios formó los comités de escrutinio de votos acompañados de jueces con el fin de verificar la votación. Esto en medio de un debate sobre “fraude” o “error” que se calentaba en la escena pública. Se encontraron miles de irregularidades que han sido demandadas ante las instancias autorizadas y día a día dan cuenta de correcciones. Estas demandas darían por lo menos cuatro curules más al PH, pasando de 15 a 19 con proyección de dos más. Esto convirtió al PH en la fuerza más importante en el Senado, aunque no mayoritaria.
A mitad de la semana el discurso empezó a enrarecerse cuando los partidos de derecha, y el propio Álvaro Uribe Vélez hablaron de fraude y de la necesidad de un reconteo. La izquierda matizó sus quejas y declaró su defensa a los mecanismos creados para solucionar las quejas, un sistema arcaico pero apropiado por la población que estaba logrando corregirlo. A su vez, la prensa escribió sobre las irregularidades en la designación del registrador.
El escrutinio ciudadano anunciando el aumento de curules se convirtió en la preocupación del partido de gobierno, el Centro Democrático, que empezó a denunciar que había irregularidades y buscó parar el escrutinio denunciando fraude. El sábado el presidente Iván Duque pidió convocar a la Comisión Nacional de Garantías Electorales y el domingo el registrador nacional anunció que iba a pedir al Senado el reconteo total de votos de esta legislatura, algo que pasaba por primera vez en la historia del país y que según expertos, no estaba entre sus facultades ni en las posibilidades reales.
Petro en la noche del domingo anunció que no era posible este recuento porque se había perdido la cadena de custodia de los votos y que, ante la falta de garantías electorales, no iba a participar en ningún debate presidencial hasta que se garantizara la transparencia del voto. Expresó su temor por la posibilidad de un golpe de Estado impulsado por el ex presidente Uribe.
El lunes el debate nacional amaneció incendiado con una derecha dividida sobre qué hacer. El partido de Uribe presionaba el recuento total de votos –algo materialmente irrealizable– que podía poner en riesgo hasta el calendario electoral que espera en un par de meses las elecciones presidenciales. Para el cierre de este texto, la Comisión Nacional de Garantías Electorales se reunió con los partidos políticos y la decisión del reconteo total de votos fue reversada. Sólo tres partidos defendieron el reconteo, entre ellos Centro Democrático.
Las bases tectónicas del poder en Colombia están en movimiento. Esto ocurre en medio de la disputa de un mundo unipolar frente a uno multipolar que obligó a Biden a reconocer el gobierno de Maduro, por encima de las quejas del gobierno colombiano. A esto se le suma una derecha local que ha perdido terreno, pero no iniciativa; sus estertores son provocadores y peligrosos.
Otros dolores son los del parto de un nuevo régimen. Al final la apuesta ciudadana fue la movilización electoral; las contracciones de su nacimiento exigen al PH ser sumamente pulcros en unas elecciones que, según ellos, se deben definir en la primera vuelta.
* Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su último libro es Levantados de la selva