Es de alta significación la coincidencia entre George Kennan, considerado el arquitecto de la guerra fría desatada por Truman tras la Segunda Guerra Mundial, así como de un grupo de pensadores dedicados a los asuntos estratégicos de EU, la UE y el mundo euroasiático, incluyendo a China. Que tal coincidencia sea con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, no es asunto menor en tiempos de una hiperrusofobia desatada por los grandes poderes y medios de “Occidente”, con fétido hedor totalitario en censuras a granel, desde el ballet y cine rusos hasta Tchaikovsky y Dostoievsky al tiempo de despliegues balísticos en Polonia y República Checa, cercanos al territorio ruso. Esa cercanía se traduce en capacidad de primer ataque (Daniel Ellsberg, The Doomsday Machine, 2019).
La más inesperada advertencia sobre los riesgos de la expansión de la OTAN a las ex repúblicas soviéticas fue George Kennan, como ya se indicó (“Estado de guerra/I”, La Jornada).
Pero hay otras opiniones de personajes claves en el mismo sentido en coincidencia con los riesgos de la ampliación de la OTAN, como Jeffrey Sachs, entre los principales asesores gubernamentales de EU; William Perry –ex secretario de Defensa de W. Clinton; Bernie Sanders, senador y ex candidato presidencial, y Noam Chomsky, uno de los principales intelectuales críticos–. El gobierno chino comentó que “la OTAN azuza las tensiones entre Rusia y Ucrania a un punto de quiebre (breaking point)”.
Importa la advertencia china porque la diplomacia de fuerza de EU en Ucrania alienta y alimenta desde el golpe de Estado de 2014 a cuerpos paramilitares antirrusos de corte neonazi. Los persistentes ataques ucranios, abiertos y clandestinos contra la población rusa de Lugansk y Donietsk ocurrieron junto al abandono de los Acuerdos de Minsk, que contienen los protocolos de paz que firmaron Rusia y Ucrania en 2014 y 2015 para poner fin a sus conflictos.
Tras el llamado yeltsinismo –saqueo colonial que llevaba a Rusia al desastre–, Putin conduce una transición merecedora de toda atención del porqué y, en especial, sobre las especificidades del cómo llegó a reincorporar a Rusia como potencia.
En lo primero, su política exterior de seguridad operó desde lo más cercano y obvio: la unilateral decisión de Washington de ampliar la OTAN fue inmediatamente percibida por Putin como una amenaza mayor y además como una inmerecida injusticia del principio especial del equilibrio nuclear y termonuclear. La equidad internacional en materia de seguridad es percibida como mínimo inmediato para evitar una guerra general termonuclear. El proceso de gatillage de guerra general nuclear-terminal (GGT) no está sólo en botones e instrumentos, sino también en la dinámica del sistema social. De ahí mi preocupación cuando esta semana en que se publicará este artículo, la Casa Blanca anunció que después de una reunión de la OTAN en Bruselas, Biden visitará Polonia, que suscribió, junto con la República Checa, la iniciativa del entonces presidente George W. Bush para el emplazamientos en sus territorios de un sistema de operación automática de los cohetes balísticos intercontinentales (ICBM, en inglés). Nadie como el hasta ahora conocido ex planificador de escenarios de guerra nuclear durante el gobierno de Kennedy como Daniel Ellsberg quien enteró al mundo desde su conocimiento especializado por qué desde incluso antes de esos años, EU había adoptado la postura del primer uso en el lanzamiento de su cohetería nuclear. Aún más, gracias a su libro The Doomsday Machine, se infiere que ha sido siempre algo permanente y además de que existen complejidades en el sistema que podrían gestar accidentes con efectos terminales a la biosfera terrestre de la cual nuestra especie es parte.
Sobre el sistema automático de ICBM, Putin exclamó, según consigné en un artículo de 2007 en La Jornada, que “el “sistema autómata se refiere a una postura estratégica y capacidad operativa (balística-satelital-computacional), conocida como Launch-on-Warning (lanzamiento inmediato al detectar un ataque [LoW, en inglés], desarrollada por EU, la URSS y Rusia”.
Aunque la documentación desclasificada es escasa, documentos del Archivo de Seguridad Nacional indican que en el otoño de 1969 Georgy Arbatov, del Instituto de Estudios sobre EU y Canadá de Moscú, comentó a Helmut Sonnenfeldt, del Consejo Nacional de Seguridad de EU, sobre las dificultades estratégicas de LoW. Irónico, dijo que “no había problema”, porque “ninguno de los dos esperaría en caso de recibir advertencia de un ataque. En lugar de ello, vaciarían sus silos lanzando un contrataque de manera inmediata”. Kissinger, con calculada ambivalencia, “aceptó y desestimó” los altos riesgos de GGT “accidental” o por una “falsa alarma” del LoW, aunque advirtió: “Si Ucrania quiere sobrevivir y actuar en el mundo no debe tomar lado en la confrontación este-oeste”.