Todas las guerras tienen una lógica de suma negativa, un esquema perverso perder-perder, pero en el caso del conflicto en Ucrania, después del propio país invadido, los más afectados son los países en desarrollo, su economía vulnerable, y especialmente el costo de los alimentos básicos. Son los daños colaterales que suelen ser eclipsados por la destrucción directa in situ.
Por supuesto, hay que deplorar y condenar en primer lugar la pérdida de vidas humanas, la destrucción de los hogares, el éxodo masivo y la pérdida de la tranquilidad de los millones de ucranios que hoy sufren los horrores de la guerra y los fríos cálculos de la geopolítica mundial.
Enseguida hay que hacer conciencia de la amenaza reactivada sobre la existencia de toda la humanidad, por el resurgimiento del riesgo de una conflagración nuclear universal, como comentamos en este espacio de reflexión.
No obstante, también debemos evidenciar, y buscar revertir, el enorme daño que la guerra en Ucrania está teniendo en la economía mundial, y muy en particular en las ya de por sí difíciles condiciones de vida de los países en desarrollo, comenzando por lo más indispensable: los alimentos.
En efecto, el precio del trigo y otros productos básicos se ha disparado, lo que significa una amenaza para las personas más pobres de los países en desarrollo. Es una vida alterada por una vía distinta a la agresión física, pero una afectación real que también puede ser letal.
Ucrania es el tercer exportador de trigo y maíz del mundo. El precio del primero, sobre todo, ha subido cada día hasta alcanzar sus máximos históricos. En la bolsa de valores de Chicago, el lugar más importante para el comercio de los productos agrícolas, ese grano cuesta ahora 50 por ciento más que antes del ataque ruso a Ucrania.
La razón es muy simple: el enorme peso específico de los dos contendientes en el mercado mundial de suministro de ese cereal básico, “Rusia y Ucrania, juntas tienen una enorme cuota de aproximadamente un tercio del consumo mundial”, según Matin Qaim, director del Centro Alemán de Investigación para el Desarrollo.
Como explica el experto mundial en economía agrícola, el impacto en el mercado de los cereales apenas empieza, pues la mayor parte procedente de Rusia y de Ucrania se exporta en verano y otoño, “así que los grandes problemas aún están por llegar”.
Rusia también es un importante productor de potasio, elemento utilizado en los fertilizantes, lo que repercute directamente en el costo de los insumos del proceso productivo de los alimentos básicos.
Este conflicto bélico, pues, hará que el precio del trigo suba aún más, lo que será un gran problema para países en desarrollo que dependen de las importaciones de este tipo de alimentos. Líbano y Egipto importan la mayor parte de sus alimentos básicos, a menudo entre 70 y 90 por ciento. Kenia también depende de las compras de trigo al exterior, hasta en 80 por ciento.
En América Latina también habrá serias afectaciones. Los exportadores de plátano en Ecuador, los productores de carne en Colombia y los importadores de fertilizantes en Brasil enfrentan un problema similar. La invasión de Rusia en Ucrania ha puesto en riesgo la cadena de valor y los ingresos de millones de personas.
Ambos países compraban casi la cuarta parte de los plátanos que exporta Ecuador, pero con la devaluación de la moneda rusa y la crisis en esas economías, la importación se ha visto afectada y podría ser interrumpida.
Brasil adquiere cada vez más fertilizantes de Rusia para sembrar soya y otros productos, y tendrá muchas dificultades para satisfacer las necesidades de este insumo para su producción agrícola.
En el análisis global, el aumento de la inflación es uno de los mayores efectos indirectos de la guerra en América Latina. De la inflación se derivarían problemas más graves, por lo que para Benjamin Gedan, director adjunto del Programa Latinoamericano del Centro de Estudios Wilson Center, “en la región hay un fuerte descontento y podrían estallar protestas a gran escala en cualquier momento y en cualquier lugar”.
De manera específica, en México, el acero ocupa el segundo lugar entre los productos rusos más exportados a Latinoamérica, y es nuestro país el que más lo compra.
Rusia, al ser un importante productor de aluminio y paladio –elemento que se usa en los convertidores catalíticos– pudiera afectar las cadenas de producción de la industria automotriz, un escenario que repercutiría en México.
De acuerdo con expertos, ante el incremento mundial del precio de los energéticos, el costo para las finanzas públicas de mantener el precio de las gasolinas podría ascender en el año a más de 200 mil millones de pesos. Frente a la incertidumbre suscitada por la guerra, el Banco de México redujo de 3.2 a 2.4 por ciento su estimación de crecimiento para la economía mexicana en 2022. De igual manera, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos recortó su previsión de crecimiento de 3.3 a 2.3 por ciento.
En suma, es imperativo construir una solución civilizada a la guerra entre Rusia y Ucrania, por el bien de los directamente afectados, por los riesgos de una conflagración mundial de escala nuclear y por la economía de los más pobres.
*Presidente de la Fundación Colosio