La primera vez que supe de nuestro querido Gustavo fue en 2007, en una placita de la ciudad de Valencia, España. Las compañeras del caracol zapatista y la CGT participaban en un mercadillo vinculado a la Feria del Libro Anarquista. “Te recomiendo un montón este libro”, me dijo Rut Moyano. Sergio de Castro, quien conoció a Gustavo durante la revolución oaxaqueña de la APPO en 2006, que le prologó su libro Oaxaca, más allá de la insurrección, también me recomendó el libro; “es mi texto de referencia”, recuerdo que me dijo. Se referían al Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder, publicado por primera vez en 1992, una especie de Biblia del posdesarrollo, escrito de forma colectiva y coordinado por Wolfgang Sachs, en el que la entrada “Desarrollo” fue escrita por Gustavo Esteva.
La edición que me recomendaron fue prologada por Gustavo en 2001: “Ha quedado atrás una era. Pero la nueva, la que dará sentido a ese tránsito, aún no acaba de comenzar. […] Prevalece en diversos círculos, particularmente en los centros de poder económico, el afán de cambiarlo todo… para que nada cambie”, escribió. Para mí, que buscaba generar un marco teórico crítico para mi tesis doctoral que me ayudara a entender qué significaba la propuesta zapatista ante las propuestas en Europa y del Estado Español de impulsar el “codesarrollo”, fue oro puro.
Al leer a Gustavo, encontré las claves para desmontar un discurso y unas prácticas basadas en el “desarrollo”, para generar otro adaptado al fenómeno migratorio. En lugar de luchar por un mundo sin fronteras, el “codesarrollo” implicaba continuar con el utilitarismo de las remesas de los migrantes, mientras fuera de las cámaras, se reprimía a los migrantes sin papeles, se les perseguía por su color de piel y encerraba en centros de internamiento para extranjeros; en definitiva, se les consideraba y se les trata como delincuentes. Gracias a Gustavo la apuesta fue centrarme en los empeños colectivos y emancipatorios de los migrantes organizados.
Gracias al Diccionario del desarrollo conocí a uno de los mejores pensadores del siglo XX, Iván Illich, el mejor crítico radical de la modernidad. Me maravillé cuando me enteré que Gustavo había sido su amigo y discípulo. En varios textos explicó cómo lo conoció y cómo el contacto con su perspectiva lo impulsó a girar de la izquierda marxista a una nueva forma de análisis basada en las propuestas illichianas de ámbitos de comunidad y de la convivencialidad. En 1983, Gustavo conoció a Illich: “Esa noche José María Sbert nos invitó a cenar a su casa. Quedé sacudido y deslumbrado. Su edificio intelecutal estaba construido por palabras como convivialidad y vernáculo, que yo había oído en pueblos y barrios, no en la academia”.
Decidí sumarme a ese grupo de personas críticas con el “discurso del desarrollo” y apoyar las iniciativas de abajo y a la izquierda, cuyas prácticas y horizonte se ceñían a construir la autonomía, a fortalecer los “ámbitos de comunidad”. Lo contacté a él y a los pensadores que pude que difundían el pensamiento illichiano. Primero me entrevisté con el anarquista Braulio Hornedo, en Cuernavaca, quien me recomendó comprar las Obras Completas de Illich, publicadas por el FCE; escribí a Javier Sicilia y Joan Robert, sin éxito. Gracias a que Gustavo firmaba con su correo los artículos que publicaba en La Jornada, le escribí y me invitó a pasarme por la Unitierra de Oaxaca para conocernos, hablar de Illich y de coordinarnos para apoyar las iniciativas de los pueblos.
En 2012, Braulio me regaló Repensar el mundo con Iván Illich, coordinado por Gustavo. Allí él señaló: “El mundo cae a pedazos a nuestro alrededor. Caen las ideas que formaron la mentalidad moderna en los últimos 200 años, tanto las que condujeron al desastre actual como las que intentaron la emancipación”. Gustavo no se quedaba en la crítica, en La Jornada escribió alguna vez que la crítica al sistema era importante, pero que la lucha implicaba también la construcción de algo nuevo, su referente eran los hermanos zapatistas. Esteva, invitado por el zapatismo, fue su asesor en los diálogos de San Andrés y siempre un gran promotor de las iniciativas de los pueblos y de las luchas de abajo, inspirado en gran parte por Illich.
Me encontré con Gustavo por fin en 2009; me sorprendió su cercanía, su don de gentes, alejado de otros pensadores que se colocaban por arriba de los que aprendemos. Platicamos sobre la crítica al desarrollo, sobre zapatismo, la CNTE, la APPO, sobre la desescolarización y, sobre todo, del legado de su amigo Iván. Me invitó a participar en uno de los seminarios de la Unitierra, la organización que fundó en Oaxaca para apoyar a los pueblos y a visitar proyectos que estaban impulsando. Así nació nuestra amistad. Continuamos el contacto por correo electrónico. Me envió dos veces textos que aún no había publicado para que entendiera desde su perspectiva qué pasaba en México y el mundo. Nos interpeló a las organizaciones solidarias, a sus amigas y amigos, para que difundieramos las luchas de los pueblos y también en dos ocasiones para apoyarlos en la reconstrucción del Istmo tras los dos últimos terremotos.
Pese al enorme cariño y admiración que mucha gente le profesó, también recibía críticas, al ser una figura pública de renombre internacional. No obstante, colocaba la amistad por arriba de cuestiones políticas.
Illich fue para Gustavo, lo que para mí representó él, un profeta “alguien que lee bien el presente y descubre en él las tendencias profundas: les quita los velos que las cubren. Illich anticipó con lucidez espeluznante el desastre actual, la decadencia de las instituciones, la forma en que una tras otra empezaron a producir lo contrario de lo que pretende su existencia. Hizo ver con precisión cómo la corrupción de lo mejor es lo peor. Anticipó la forma en que la gente reaccionaría ante el desastre”. Gustavo murió el 17 de marzo a los 86 años. En su último correo me comentó que se encontraban en cuarentena él y su mujer, por tener cuadros de salud complicados. Me envió sus últimos artículos “expresan las actitudes en Unitierra ante el mundo que ha empezado a latir y el que muere”. Gustavo será siempre un símbolo de lo que ha empezado a latir, descansa en paz, querido compañero.