De nuevo, el inefable senador demócrata Manchin se interpone entre el presidente Joseph Biden y sus compañeros demócratas en el Senado. Es la enésima ocasión en que este legislador, considerado “centrista”, niega el apoyo al presidente Biden y al Partido Demócrata, al que supuestamente pertenece. Esta vez, mediante el veto de una respetable economista, Sarah Bloom Raskin, para que ocupe el puesto de vicedirectora en el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, por considerar que es demasiado “progresista”. Se niega a sumar su voto para el nombramiento de una persona que ha manifestado preocupación por el daño que el uso de combustibles fósiles, el carbón entre ellos, causa al medio ambiente.
Es comprensible que un legislador discrepe de las posiciones de sus compañeros de partido en un sistema democrático en el que sobre cualquier intento por coartar la libertad de discrepar debe prevalecer la libertad de pensamiento. Pero en el caso de Manchin, el asunto va más allá de esas premisas de la democracia. Antes se opuso a la aprobación de medidas que incluían beneficios para las mayorías más desprotegidas y la protección del medio ambiente. Esas premisas están integradas en la plataforma del partido al que pertenece. En términos prácticos, su negativa a sumarse al voto de sus compañeros se suma al de los legisladores republicanos para derrotar una propuesta del presidente y de su propio partido.
Pero la lógica en la negativa de Manchin está en otro plano, y no es necesariamente el ideológico. Es su pertenencia a la industria del carbón en la que tiene fuertes intereses, como la American Electric Power, una de las más grandes contaminadoras del medio ambiente. (Rolling Stone, enero 2022). De alguna manera fue lo que una legisladora de ese estado declaró: “Todo lo que Manchin ha hecho desde que fue gobernador de Virginia, y ahora como senador, ha sido por su propio interés y de quienes llenan sus bolsillos.”
Igual que otros legisladores que se autodescriben “centristas” o moderados, su intención es oponerse a las propuestas que provienen de quienes ellos califican de “radicales de izquierda”: Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Alexandria Ocasio-Cortez y tantos otros, cuyo “radicalismo” consiste en apegarse a los principios de un partido que no tiene nada de radical y mucho menos de socialista. Es en este contexto que la idea del “centro” político, en realidad es una coartada que encubre intereses personales y de grupo que tienen poco o nada que ver con los de la sociedad en general y con una supuesta moderación política.
Biden dista mucho de ser el socialista que pretende destruir el sistema económico de libre mercado, según ha declarado la derecha más radical estadunidense. En todo caso, su pretensión ha sido dar un poco de aire al sistema y combatir la rapacidad que prevalece en las élites económicas de Estados Unidos.
El centro de personajes como Manchin no deber ser una coartada para que prevalezca un statu quo que ha beneficiado a muy pocos. Ha servido, en cambio, para oponerse a las metas del actual mandatario, que cabe repetirlo, distan de ser socialistas.
Nota contextual: en el plano de la política doméstica de Estados Unidos, una de las consecuencias de la criminal andanada de Putin contra el pueblo ucranio es la forma como ha reaccionado el Congreso. A pesar de que algunos senadores republicanos ligados al ex presidente Trump se han negado a condenar a Putin, cabe resaltar la unánime condena partidista al oligarca ruso y su camarilla.
Hay que aplaudir las sanciones contra Putin y su círculo de oligarcas, sin regateo alguno, pero tratar de evitar que se lastime el bienestar y orgullo del pueblo ruso, buena parte del cual parece estar en contra de esta cruel invasión.
En última instancia, entender el marco histórico ayudaría a evitar los errores del Pacto de Versalles y la creación de otro huevo de serpiente que derivará en la creación de un nuevo monstruo como Hitler.