Alguien en el gobierno y en las instancias del Estado deberá ya estar pensando seriamente en el significado que tienen para el país las transformaciones geopolíticas en pleno curso en el mundo.
No puede haber desatención en este asunto, pues los planteamientos que resulten de tal análisis y las decisiones que se tomen –o, peor aún, la falta de ellas– tendrán una repercusión decisiva durante mucho tiempo para esta sociedad. Lo ideal, claro, sería que ésas fueran lo menos perjudiciales para la población.
Lo que está en juego hoy será determinante. Si no existe esa estructura de pensamiento estratégico del más alto nivel, la más alta competencia técnica y analítica y el más lúcido liderazgo político, estamos en un muy serio problema.
El periodo que siguió a la caída del muro de Berlín y, poco después al colapso de la Unión Soviética, se ha acabado con la invasión a Ucrania y la matanza perpetrada por el régimen de Vladimir Putin. En esa treintena de años ocurrieron muchas transformaciones.
Fue una larga época generadora de grandes conflictos a escala global, en lo económico, político y militar. Lo que sigue se está ya definiendo y aparecen como centros de poder Rusia, la Unión Europea, China y Estados Unidos.
México no es una isla, tampoco es una nación aislada a la manera de la antigua Albania de Enver Hoxha, eso es literalmente imposible, además de indeseable. Este país se ubica en una zona especial del mundo, definida por su extensa colindancia con Estados Unidos. Éste es un hecho y sus consecuencias han sido y son ciertamente grandes. Hoy adquiere una nueva dimensión en el marco del reordenamiento geopolítico, la disputa del poder y las áreas de influencia.
Recurro al pragmatismo, método que aporta ventajas cuando se consideran aspectos de la soberanía o seguridad nacional, pero igualmente relevantes cuando se trata de las posibilidades y las oportunidades para generar progreso y bienestar real para la población.
La ideología existe. Los principios son otra cosa. La distinción es relevante. Los principios exigen una clara especificación que ordene el espacio jurídico, político y social de las relaciones, entre las personas y frente al Estado y al gobierno; también la que se crea entre los Estados. Esto debe darse en un marco de libertades. Libertades, las más posibles, las más extendidas. La pobreza no es en ninguna parte un cimiento de las libertades.
En las tres décadas de la posguerra fría, el capitalismo mostró severas limitaciones sociales como proceso de acumulación. Las consecuencias son graves. Balances al respecto se han planteado de distintas maneras. Los conflictos son patentes. Lo mismo ha ocurrido en el campo político que ha derivado en nuevas versiones del populismo, el autoritarismo, las migraciones y la discriminación. Lo que queda del socialismo está muy lejos de ser un sistema triunfante.
Hace 30 años, a raíz de las transformaciones que se vislumbraban por la caída del Muro y del régimen soviético, en México se planteó el acomodo que podía hacerse ante las nuevas circunstancias. Un aspecto central de aquella situación fue el establecimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Aquello se debatió entonces dura y críticamente. El proceso ha sido problemático, pero hoy está en el centro de la dinámica de esta economía y de la capacidad de generar valor. Afecta diversos fenómenos sociales, como la configuración territorial interna, la migración al norte o el auge del narcotráfico.
La mayor parte de las divisas proviene de la inversión de Estados Unidos y la exportación de las manufacturas producidas en las plantas de empresas extranjeras localizadas en este territorio y de las compañías nacionales asociadas con esa dinámica. Destacan también algunos bienes agrícolas y servicios. Se reciben enormes montos de remesas de los mexicanos expulsados por la falta de oportunidades aquí y se les trata de récords, como si fuera gesta deportiva.
No se aprovecharon plenamente las oportunidades, ni del lado público o el privado, que se abrían a las inversiones, los proyectos productivos, el uso de los recursos materiales, la generación de más empleo y mejor remunerado, las innovaciones tecnológicas, los ingresos del gobierno por la vía de los impuestos. No se aprovecharon las oportunidades de extender y fortalecer los márgenes de maniobra y de negociación. China sí que lo hizo.
Hoy, se da una nueva oportunidad para negociar y plantarse ante las disputas políticas y militares de las grandes potencias. ¿Dónde habrá que mirar entonces?, ¿a China?, ¿Rusia?, ¿algún eje latinoamericano? El asunto es de dónde pueden acarrearse beneficios tangibles; los excedentes para mejorar el nivel de vida de la población y reducir la desigualdad económica y social. América del Norte adquiere un nuevo perfil geopolítico y es imprescindible descifrarlo.
Un Estado y un gobierno activos, con una visión clara de las relaciones globales y regionales de poder, con estrategias para la generación y distribución de la riqueza y del ingreso, estaría en posibilidad de extender el horizonte más allá del estancamiento productivo y la reproducción de la pobreza y falta de bienestar.
El entorno económico es adverso y apenas comienza a perfilarse un largo periodo que lo será aun más: con inflación alta y crecimiento reducido y una alta posibilidad de que acabe en una recesión profunda. La realidad impone ajustes drásticos y un reposicionamiento que requerirá de ideas claras, argumentos bien armados y una estrategia bien definida de los objetivos que se fijen y las formas de negociación.