Monterrey, NL., La idea de que el mexicano no le tiene miedo y se burla de la muerte no tiene raíces profundas, se remonta apenas a los años 20 del siglo pasado, porque, si se revisa y se vuelve en el tiempo, vemos que antes de la Conquista, en Mesoamérica se respetaba y temía profundamente, y a ese Mictlan “oscuro, frío, húmedo y apestoso”, también muy distinto del infierno cristiano.
Así lo explicó el arqueólogo Leonardo López Luján en la conferencia que ofreció este sábado en el contexto de la feria universitaria del libro UANLeer 2022, a propósito de su nuevo libro, Los muertos viven, los vivos matan: Mictlantecuhtli en el recinto sagrado de Tenochtitlan, publicado por El Colegio Nacional, instancia invitada de honor en el encuentro editorial regio.
El director del Proyecto Templo Mayor detalló que fueron los intelectuales de principios del siglo XX, como Gabriel Fernández Ledezma y Diego Rivera, quienes crearon una nueva escatología en la que el personaje central es La Catrina, lo cual ahora “forma parte de la cultura oficial, al grado de que en noviembre santificamos esa idea de la muerte simpática, tanto, que ha llegado a James Bond y a desfiles creados de manera totalmente artificial.
“Si revisamos la historia, tenemos que en el México colonial y el virreinato los habitantes de este país tenían un profundo respeto y miedo por la muerte. Si vamos a antes de 1521, ese temor era tanto o más. En el México prehispánico hay seres esqueléticos, descarnados, como en una película de zombies, que están ávidos de sangre y corazones humanos. Pero, al mismo tiempo, es paradójico que el mismo dios de la muerte, Mictlantecuhtli, es quien promueve la vida. Lo vemos en varias escenas con un cuchillo de pedernal cortando un cordón umbilical; es decir, auspiciando la vida.”
El investigador recordó que en 1994, al excavar en el área conocida como la Casa de las Águilas, con su maestro Eduardo Matos Moctezuma, “comenzaron a aparecer ofrendas, un momento apasionante y mágico; detectamos vestigios de caldo de guajolote, que se quemó resina de copal y se depositó sangre humana; hallamos desde un pez sierra, una bola de hule, hasta máscaras de jade.
“En aquel momento decidimos hacer un par de túneles. Los ingenieros no nos permiten hacer muchos porque el sustrato de esa parte de la Ciudad de México es muy inestable por las arcillas. Nos metimos por abajo de la calle Justo Sierra y encontramos algo espectacular que no habíamos imaginado: dos esculturas de cerámica tamaño natural de un ser descarnado.
“Las figuras estaban completas, pero por la presión y la vibración de los autos que tenían encima se habían roto en mil pedazos. Poco a poco las desmontaron los restauradores para llevarlas al taller. Fue un gran esfuerzo armar ese rompecabezas, se tardaron un año en cada escultura para unir todo. Como las piezas pesaban 120 kilos cada una tiene una estructura metálica como alma sustental.
“El resultado final es espectacular. Las esculturas hoy día son los tesoros del Museo del Templo Mayor. Una se exhibe de manera permanente en la sala 4 y la otra está itinerando, ahorita en Holanda y la próxima semana viaja a Corea.
“Son de cerámica, estaban policromadas, con círculos amarillos que nos remiten a los símbolos amarillos con puntos rojos que en el arte mesoamericano significan descomposición. A diferencia de las caricaturas de Posada que son esqueletos, el dios de la muerte, como Mictlantecuhtli, o entre los mayas, es un cadáver en descomposición.
“Las esculturas antes de ser enterradas, cuando terminó el reinado de Moctezuma I, en 1469, fueron bañadas de sangre; de esa manera se alimentaba y nutría a los dioses.”
El arqueólogo añadió que fue en el periodo clásico, entre el 150 y 650 dC cuando la imagen de la divinidad de los muertos se reprodujo por doquier, sobre todo en el centro de México y Occidente.
“Los mexicas fueron los grandes maestros de la representación de la muerte, sea como esqueletos o como individuos que dan su último suspiro, y también hay muchas imágenes femeninas, así como animales, que remiten a ese inframundo temible, al que se llegaba después de descender nueve pisos. Luego de nuestro hallazgo, la imagen de Mictlantecuhtli se ha incorporado a la cultura popular.”
El arqueólogo informó también que apenas hace 15 días regresaron al trabajo de campo en el Templo Mayor en el Centro Histórico de la Ciudad de México, luego de dos años de confinamiento por la pandemia, y que están muy entusiasmados por los hallazgos que se están dando, entre ellos las estrellas de mar del Océano Pacífico: “Imagínense, a 2 mil 200 metros sobre el nivel del mar, que cubren el esqueleto de un jaguar; el sitio es un lugar privilegiado en descubrimientos arqueológicos; obviamente, no podemos excavar en cualquier lugar. Uno de mis grandes sueños sería excavar el zoológico de Moctezuma, pero arriba todos los días se realiza una reunión llamada ‘la mañanera’, y seguro no me van a dejar”, bromeó López Luján.