La guerra de Vladimir Putin contra Ucrania es horrible y bárbara. Pero todavía es posible terminarla con una solución diplomática en la que Rusia retire sus fuerzas a cambio de la neutralidad de Ucrania. Putin dio señales de estar abierto a esa posibilidad en su reciente conversación telefónica con el presidente francés Emmanuel Macron: “esto es, ante todo, acerca de la desmilitarización y neutralidad de Ucrania, para asegurar que Ucrania nunca será una amenaza para Rusia”.
Una forma de traducirlo a acciones podría ser que la OTAN y Ucrania renuncien a un futuro ingreso a la alianza, a cambio de que Rusia se retire de inmediato de esa nación y prometa no volver a atacarla.
En una solución diplomática, todos tienen que ceder algo. Putin no podrá restaurar el imperio ruso y Ucrania no podrá unirse a la OTAN. Estados Unidos tendrá que aceptar los límites a su poder en un mundo multipolar (una verdad que también es aplicable a China).
Es verdad que una solución diplomática no casa muy bien con el clima actual. El mundo está horrorizado por la perfidia de Rusia y conmovido por la heroica resistencia del pueblo ucranio. Pero la supervivencia de Ucrania (y tal vez incluso la del mundo) depende en última instancia de que la prudencia se imponga a la bravura justiciera. Kiev está pidiendo que le envíen más aviones de combate y más artillería pesada, y que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea. Todas estas medidas aumentarían el riesgo de una confrontación directa entre Rusia y la alianza, que podría convertirse rápidamente en un enfrentamiento nuclear.
La respuesta instintiva de la dirigencia europea y estadunidense ha sido aplastar a la economía rusa, para dar una clara demostración de que la barbarie no reditúa. Visto en esta perspectiva, un acuerdo negociado parece apaciguamiento; pero el acuerdo sería para salvar a Ucrania, no para entregarla. La guerra económica también conlleva grandes riesgos. Provocará enormes trastornos mundiales, y tarde o temprano se alzarán voces que pidan pasar de las medidas económicas a una respuesta militar. Entre tanto, los combates continuarán, con enorme derramamiento de sangre y el resultado probable será que Rusia termine ocupando el país de cualquier modo.
La diplomacia puede funcionar incluso en lo peor de una confrontación. De hecho, es esencial para la resolución de disputas entre grandes potencias en la era nuclear. Un buen ejemplo es la crisis de los misiles en Cuba. Sea que se culpe por el incidente a Estados Unidos (por haber apoyado una invasión de Cuba en 1961) o a la Unión Soviética (por haber desplegado armas atómicas en la isla en 1962), el conflicto puso al mundo al borde de un apocalipsis nuclear.
Al final, la crisis se desactivó con diplomacia y concesiones mutuas, no con una victoria unilateral. El presidente estadunidense John F. Kennedy aceptó sacar los misiles desplegados en Turquía y prometió nunca más invadir Cuba, y el premier soviético Nikita Kruschev aceptó sacar los misiles de la isla. El mundo tuvo suerte. Como demostró más tarde el historiador Martin Sherwin, faltó poco para que estallara una guerra nuclear entre las dos potencias, a pesar de los esfuerzos de Kennedy y Kruschev para evitarla.
En respuesta a la guerra de Putin, Estados Unidos y Europa implementaron enseguida un conjunto impresionante de medidas económicas para la desconexión comercial y financiera total de Rusia. Algunas de esas medidas fueron: el congelamiento de las reservas del banco central ruso y otros activos privados, la confiscación de yates, la interrupción de flujos tecnológicos, la suspensión de coberturas de seguros y la expulsión de títulos rusos de las bolsas.
Pero sanciones como las mencionadas casi nunca disuaden (y menos aún, derriban) a un régimen despiadado. Estados Unidos intentó medidas similares para sacar del poder al presidente venezolano Nicolás Maduro, pero lo único que logró fue aplastar la economía. Según el Fondo Monetario Internacional, el PIB per cápita de Venezuela se redujo más de 60% entre 2017 y 2021, pero Maduro sigue firme (y ahora Estados Unidos lo corteja por el petróleo venezolano). Las sanciones estadunidenses tampoco derribaron los regímenes de Irán y Corea del Norte.
Además, es probable que las sanciones contra Rusia vayan perdiendo eficacia con el tiempo. Tras producir en lo inmediato caos y trastornos mundiales a gran escala (con encarecimiento del petróleo e interrupción de importantes cadenas de suministro) crearán incontables oportunidades de arbitraje para que Rusia venda sus productos a entidades no alcanzadas por las sanciones de Estados Unidos. China y otros países no estarán dispuestos a hacer valer un régimen de sanciones que en la siguiente ocasión podría usarse contra ellos. De modo que Rusia no estará tan aislada como Estados Unidos y Europa creen. Tras el shock inicial de las nuevas sanciones, es probable que sus oportunidades comerciales aumenten en vez de disminuir.
Además de las sanciones económicas, Estados Unidos y Europa están enviando armas a Ucrania. También es muy improbable que esto impida una ocupación rusa, pero aumentará las oportunidades de que Ucrania se convierta en otra matanza interminable, como ya lo han sido Afganistán, Libia y Siria. Y lo peor es que los flujos de armas a Ucrania generan riesgo de una confrontación militar directa entre Rusia y la OTAN. Afganistán, Libia y Siria no tenían armas nucleares, pero Rusia tiene casi 6 mil, de las que se calcula que unas mil 600 están activas y desplegadas.
La diplomacia puede fallar, pero eso no quiere decir que no valga la pena intentar. Como dijo Kennedy: “No negociemos jamás por miedo, pero no tengamos miedo jamás de negociar”. Esa actitud salvó al mundo en 1962 y puede volver a salvarlo ahora.
Los observadores de Rusia no se ponen de acuerdo respecto de los motivos reales de Putin. Muchos creen que no se detendrá hasta recrear el imperio ruso. Si así fuera, que Dios nos ayude. Otros creen que busca destruir la democracia de Ucrania y asfixiar su economía, para que no pueda convertirse en faro para el pueblo ruso. Pero otros sostienen que el ruidoso rechazo de Putin a la ampliación de la OTAN (y a la intromisión política de Estados Unidos en Ucrania, que incluyó su apoyo al levantamiento contra el presidente prorruso Viktor Yanukovych en 2014) es auténtico.
Es hora de poner a prueba esa tesis. ¿Y si la neutralidad de Ucrania realmente fuera la clave de la paz? La diplomacia no es apaciguamiento: es prudencia, y puede salvar a Ucrania y al mundo de una catástrofe ilimitada.