Los hilos cuentan historias ensambladas con agujas, alzan la voz para exigir una sociedad justa, derribar estereotipos patriarcales, dejar memoria, pero también para gritar que las mujeres juntas son más fuertes, porque el deseo es: “Nos queremos vivas y felices”. La exposición Des-bordando: Con el corazón morado presenta una selección de bordados feministas en el Museo Nacional de Culturas Populares.
“No olvides mi nombre” se llama el tejido de Ana Santiago Vela, quien plasmó unas manos de mujer entrelazadas, rodeadas de flores y un símbolo del género femenino, que podría representar una corona para difuntos. Se explica: “Es un recordatorio constante para no normalizar las violencias y las desapariciones forzadas, para no ser indiferente ante el dolor”.
Las demandas y muestras de sororidad con puños en alto comparten espacio con otros temas, como la maternidad, el cuerpo femenino y la sexualidad sin tabúes, o el cáncer de mama, en esta exhibición que se inauguró en convergencia con el Día Internacional de las Mujeres, establecido por la Organización de Naciones Unidas para hacer conciencia de la lucha por la inclusión y la igualdad de derechos de las mujeres cada 8 de marzo.
Cerca de un centenar de piezas, que iniciaron su exhibición el pasado 3 de marzo, fueron hechas por unas 70 participantes que respondieron a la convocatoria del colectivo Lunas Violetas. Las obras “fueron elaboradas por mujeres que con el corazón batiente y la puntada firme plasman palabras, emociones, luchas e imágenes en la tela, para inspirarnos, acompañarnos y arroparnos”, difunde el museo ubicado en Coyoacán, donde la muestra concluye el 3 de abril.
El bordado fue una de las actividades femeninas que se enseñaban a las niñas desde la época colonial, como parte de la formación para ser una esposa hacendosa. En la época contemporánea se convirtió en medio de expresión artística.
Al ingresar a la sala se informa: “El bordado es un medio de expresión, su manufactura da cuenta no sólo de la creatividad y la habilidad de las manos que lo elaboran, sino también de los avances tecnológicos, las ideologías y las cosmogonías que conforman las tradiciones y la memoria de una sociedad. Recordamos y reconstruimos nuestras historias de vida a través del bordado”.
Al entrar en el vestíbulo de la sala Cristina Payán se lee el texto: “Todos los derechos para todas las mujeres” impreso con agujas sobre una gran prenda. Sobre los muros de color violeta se colocaron las costuras feministas en distintos formatos, como pequeños bastidores redondos, prendas de vestir, intervenciones en fotografías, pañuelos verdes o bolsas de mandado; también hay mantas tejidas en las orillas con crochet, así como hacían las abuelas para ir a las tortillas.
Ahora cobra un nuevo sentido, como cuando Stephy Pm y Reyna Morales plasmaron en una servilleta: “Soy la nieta de quien sí se dejó, de quien calló, de quien tejió la orilla de esta servilleta, porque ‘eso hacen las mujeres’. Soy la nieta de quien sí se dejó, pero que ahora me dice: ‘no te dejes’”.
En uno de los lienzos un colibrí bebe de la dulzura de las flores, para representar el poder de retroceder cuando se es violentada. “Esta ave es la única que puede volar hacia atrás, la flor de sangre simboliza la fertilidad en las culturas mesoamericanas”.
Enseguida, montada sobre un ave, desnuda, comparte que “sanar es re(ex)sistir”. Otra, afirma contundente: “Mi cuerpo no es un templo; es un jardín salvaje y muerde”.