A fines del siglo XIX comenzó a tomar cuerpo un desarrollo urbano que nació con el nombre de Colonia Americana, mismo que se cambió por el de Juárez, en 1906, por el centenario del natalicio del Benemérito. Destinada a ser una zona de postín, los lotes eran de grandes dimensiones, las calles amplias y arboladas y los servicios urbanos de primera.
Las calles se bautizaron con nombres de ciudades europeas que iban bien con la arquitectura afrancesada que prevalecía en la época. Se construyeron hermosas mansiones, algunas privadas y edificios de departamentos de pocos pisos.
A partir de los años 50 del siglo XX, en gran medida por el decreto de congelación de rentas que se emitió como medida de emergencia por la Segunda Guerra Mundial –al igual que en otros países–, que lo eliminaron al terminarse la conflagración, en México se quedó vigente durante medio siglo. Esto ocasionó el deterioro y destrucción de gran parte de las construcciones de las antiguas colonias, en las que se incluyó el Centro Histórico.
Finalmente, al comienzo de los 90, el decreto se eliminó y comenzó la lenta recuperación urbana de esos viejos barrios que en su mayoría fueron ejemplo de belleza y armonía: las colonias San Rafael, Santa María la Ribera, Juárez, Roma, Condesa y el ya mencionado corazón de la ciudad. La Juárez ahí va, lenta pero consistente; por fortuna, hay algunas calles que se mantuvieron bastante bien, como Praga.
Aquí se levanta un pequeño templo poco conocido, en estilo neogótico alemán. Es la parroquia del Santo Niño de la Paz, llamado popularmente Santo Niño de Praga, por estar en esa vía. La primera piedra se colocó en 1923 y tras algunos avatares, finalmente se terminó en 1938.
Originalmente fue la capilla de la casa de la familia Escandón, una de las grandes fortunas del porfiriato. Con decirles que uno de sus integrantes, Antonio, regaló a la Ciudad de México el monumento a Cristóbal Colón, que hasta hace unos meses ocupaba una glorieta del Paseo de la Reforma.
La mansión donde vivían ocupaba un predio enorme en la esquina de la emblemática avenida y la calle Praga.
En 1921, la señora Catalina Escandón organizó un patronato con sus amistades más adineradas para cumplir la promesa que le hizo en 1911 al Papa San Pío XI de que a la imagen del Niño Dios, que él mismo bendijo, se le conociera como el Santo Niño de la Paz y se le rindiera culto público.
El acto tenía que ver con los difíciles momentos que pasaba México con la Revolución, después de la caída de Porfirio Díaz.
Durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, en que se decretó la prohibición de cultos, la iglesia del Santo Niño de la Paz se convirtió en un bastión que enfrentó exitosamente la persecución callista gracias a la resistencia y organización de las familias más opulentas e influyentes que habitaban en la colonia Juárez.
Justo enfrente, en el 14, se encuentra una hermosa casona amarilla con techos verdes que alberga La Casa Bell, excelente restaurante que ofrece el tradicional servicio y calidad de Grupo Bellinghausen, hijos todos del legendario Prendes.
Los que no se cuecen al primer hervor seguro recuerdan el acogedor restaurante en la calle 16 de Septiembre, decorado con murales que retrataban a los personajes relevantes de la política, el arte y la farándula de la primera mitad del siglo XX.
Los múltiples herederos del fundador han abierto diversos restaurantes por distintos rumbos de la capital, pero todos guardan la misma calidad de excelencia que le imprimió don Amador Prendes y las mismas deliciosas recetas. Algunos clásicos: sopa de lenteja, filete Chemita, los tacos de pato o de rib eye con tuétano y la salchicha estilo alemán.
La Casa Bell tiene encanto especial, comenzando por su original arquitectura que se desarrolla alrededor de un gran patio arbolado y... su historia. El nombre se debe a que fue la casa del famoso payaso Ricardo Bell, que por las descripciones de los viejos cronistas del siglo XIX era un personaje notable que iba mucho más allá de lo que usualmente son los payasos.
A pesar de haber nacido en Inglaterra, desde niño que llegó a México se compenetró con la idiosincrasia del capitalino y desarrolló con gran ingenio el chiste político y era un gran imitador, además de contar con un talento musical sobresaliente que le permitía tocar con habilidad muchos instrumentos.