Kiev está en llamas. Y muchos intelectuales atlantistas al parecer también. Subiéndose al tren de la “nueva causa” (¡todos de repente “aman a Ucrania”!). “Solidarizándose”. “Descubriendo nuevas realidades”. “Revalorando sus teorías”, pero en realidad explotando un momento estelar y tragedia humana para empujar viejos pensamientos y políticas rancias.
Bernard-Henri Lévy (BHL), uno de los “nuevos filósofos franceses” −que no tiene nada de nuevo ni de filósofo− ya estaba en Odessa (bit.ly/3IdMgLi). Conocido por haber apoyado casi todas las guerras en las pasadas tres décadas −Bosnia, Kosovo, Afganistán, Iraq, Libia, Siria...−, y aprovechar sus viajes para hacer grotescas sesiones de fotos; una fue condenado al fracaso (pobres kurdos...), ahora “está apoyando a Ucrania”. Si los ucranios de veras piensan en ganar esta guerra mejor harían mandándolo a Rusia en calidad de “arma intelectual de destrucción masiva”.
En fin. Las poses así dicen más sobre quien las toma, que sobre el objeto de tal postureo. El éxtasis de las élites intelectuales y políticas europeas durante el Euromaidan (2013-2014), una masiva protesta ciudadana que irrumpió en Kiev cuando el gobierno dio marcha atrás a su ruta de la adhesión a la UE, secuestrada luego por la extrema derecha nacionalista e instrumentalizada por EU (no, no fue un “golpe de la CIA”) −y donde p.ej. BHL cuando todo se acabó se sacaba fotos con gestos napoleónicos en las barricadas vacías−, fue más bien una muestra de la profundidad de la crisis del proyecto europeo.
Las banderas de la UE enarboladas en Kiev cuando eran odiadas en todo el continente arrasado por la sádica austeridad y ajustes de la Troika impuestos para salvar a los bancos (¡Grecia!), eran un bálsamo para los corazones de las élites: “¡el sueño europeo estaba vivo y alguien, los ucranios, estaban dispuestos a morir por él (y por nosotros)!”.
Algo parecido ocurre ahora. La guerra −claramente los “nuevos amigos de Ucrania”, no se preocupan por los ucranios que mueren en ella− es otra chance para sentirse bien y recargar las baterías ideológicas. Europa pudo haber fracasado en su manejo de la crisis migratoria, la pandemia o en enfrentar a sus propios autoritarios (Polonia, Hungría), pero hoy nuevamente “sus valores importan”.
Para Timothy Snyder un destacado historiador estadunidense que ya desde hace años aparte de su neonoltenismo (“Hitler=Stalin”) viene promoviendo un moderado, basado en la seguridad, liberalismo de la guerra fría ajustado al siglo XXI (bit.ly/3IfcOLV), Ucrania −igual que en tiempos de Euromaidan−, es un regalo de los cielos: “una fuente de inspiración” y “una chance para Europa a renovarse” (bit.ly/36lcVbP). Apuntando a una curiosa figura de la “política de inevitabilidad” que introduce en uno de sus libros ( The road to unfreedom, 2018) para, supuestamente, deslindarse de los lugares comunes intelectuales como p.ej. el “fin de la historia”, asegura que la guerra en Ucrania nos enseñó que fue un error creer que “el capitalismo, la democracia y la libertad han sido triunfantes” o que “en Europa ya no habría guerra” [como si Bosnia o Kosovo hubieran sido alucinaciones] (nyti.ms/36lcs9q).
Vaya. Las élites intelectuales atlantistas −80 años después de Walter Benjamin y sus Tesis sobre la historia (1940)−, descubriendo que la historia no es lineal, acumulativa y que no se puede “predecir”, tal como creían y aseguraban −Snyder incluido−, por las últimas tres décadas desde el colapso de la URSS. Cuando hace 30 años, a contrapelo del reinante optimismo del “fin de la historia”, Eric Hobsbawm, se atrevió a hacer su propia predicción y pintó el panorama de la posguerra fría lleno de guerras, enormes desigualdades, desastres ecológicos y otras ruinas del neoliberalismo ( The age of extremes: The short twentieth century 1914-1991, 1994, p. 558-585) −todo lo que estamos experimentando y algo que explica mejor lo que pasa en Ucrania− ha sido ridiculizado (entre otros por Tony Judt, amigo y mentor de Snyder)
Snyder no es el único. Otros destacados “ Cold war warriors tardíos” también aprovecharon para descubrir que “la historia regresó/aceleró” (bit.ly/3MNpk98) o que “todo lo que sabían sobre el siglo XXI fue un error” (bit.ly/361a8EC). Lo hizo incluso el propio Francis Fukuyama según el cual con la guerra en Ucrania “el fin de la historia llegó a su fin” (sic). Pero al mismo tiempo según él −curiosamente− “los valientes ucranios demostraron que el espíritu de 1989 sigue vivo” (on.ft.com/35RyZuv) y que “la derrota rusa hará posible el nacimiento de una nueva libertad que nos sacará de una depresión del declive global de la democracia” (bit.ly/3vYVyYZ).
Una predicción bastante grande para alguien cuyas predicciones −como él mismo lo ha admitido− no se han cumplido. Pero he aquí justo el meollo de esta operación intelectual: comer un pastel y tenerlo. Bajo apariencias de una (auto)crítica −como la de Snyder o de Fukuyama−, retornar suavemente, con ayuda de Ucrania, al “espíritu de 1989”, o sea, a la época del avance no obstruido del capitalismo y de la democracia liberal, reforzados ahora “con el nuevo espíritu”. Al final, como bien remarca en el contexto de hoy Mike Davis, “nuestras élites son simplemente incapaces de idear algo nuevo” (bit.ly/34PKRNa).