El hecho de que en México las y los periodistas enfrenten prácticamente solos una tarea que debería ser responsabilidad de muchos y muchas instituciones es una de las manifestaciones más dolorosas de haber intervenido –como se hizo desde la década de los 90– con criterios políticos y de control en el complejo terreno de la generación y difusión del conocimiento a escala nacional. El resultado es que ahora uno de los polos más importantes de información –las y los periodistas– está, además de aislado, prácticamente en estado de sitio. Es claro que se busca reducirlos y silenciarlos. Y sin embargo, la prensa crítica e independiente sigue siendo no sólo muy importante, es estratégica y vital para millones de mujeres y hombres, niños y niñas. Representa ahora la única oportunidad de ampliar sustancialmente el horizonte de lo cotidiano y, con ello, abrir la posibilidad de que surjan iniciativas de organizaciones independientes que permitan que cientos de miles accedan a la responsabilidad de pensar y actuar de manera colectiva con un fin mucho más allá de su entorno familiar y territorial inmediato. Es decir, en medio de la barbarie que por momentos –muy frecuentes– vive el país y el mundo, la posibilidad de crear un sustrato de conocimiento amplio y de participación que es la base más firme que puede tener cualquier proyecto de transformación para el futuro de México y Latinoamérica.
En nuestra nación, la generación y difusión del conocimiento –desde la década de los 40, corporativamente sometida– se reorganizó y transformó de fondo, a partir de un contexto de cambio del país posterior al 68. A mediados de los 70 surgió un periodismo nuevo (entre otros, La Jornada, en 1984) y, al mismo tiempo, se fortaleció una idea y práctica de la educación superior como polo de reflexión y crítica social y regional. Al mismo tiempo, coincidió en ese propósito el auge de las organizaciones sociales y políticas (por ejemplo, en 1979 la CNTE y, luego, el proyecto de Sindicato Único Nacional de Trabajadores Universitarios, Suntu). De tal manera que para fines de la década de los 80 en el país ya se habían fortalecido amplias corrientes de conocimiento y organización que claramente buscaban dar por terminado el control del país a cargo del PRI. No se consiguió, y se impuso como respuesta la opción neoliberal, que en las universidades y educación en general sustituyó el tejido de conciencia y organización por un paquete de promoción individual y mercantil (pago según el mérito, alta selectividad en el ingreso a la educación, financiamiento basado en evaluación, empresas como clientes y gobierno vertical y autoritario en las instituciones. La universidad se achicó sustancialmente como polo de crítica y reflexión y como espacio de ciencias y humanidades libres y se inhibieron o manipularon electoralmente los esfuerzos organizacionales. Se creó así un vacío que deja toda la responsabilidad de la información crítica a los periodistas, ya sin el respaldo de un contexto de universidades y organizaciones que inhiban la existencia de zonas de fuego libre contra los comunicadores.
La reflexión y la ciencia y las humanidades ahora no incluyen como algo natural y preponderante lo que pasa en las comunidades de Michoacán, Chiapas, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Sonora, Nayarit, Yucatán, Chihuahua ni sus luchas por la tierra, el agua, los productos de su trabajo, la vida y la paz. Ni las situaciones de empleados, trabajadores precarios, mujeres y niñas. Lo importante es la NASA, el SNI redundante, las empresas, los premios al mérito, la “excelencia”, las distinciones y lugares sólo “a los mejores”, la comercialización de cursos y diplomados de extensión universitaria, la investigación financiada, las decisiones discrecionales de la autoridad y se sigue, aún hoy, sin ofrecer paridad en el ingreso a las mujeres y los jóvenes de origen popular y negando en los hechos el derecho a la gratuidad. También los y las estudiantes están ahora en riesgo de asaltos y acosos. Este es el rumbo que el PRI dio a las universidades en los 90 y cuya enorme ventaja es que ha garantizado desde hace dos décadas que no haya movimientos sociales significativos en las universidades. Y es paradójico que el actual gobierno mantenga y refuerce. Pero con todo esto se entiende el silencio universitario y por qué la preocupación por una guerra devastadora no es de las universidades, sino de los zapatistas, que han construido su proyecto educativo a partir de una concepción mucho más humana y ahora independiente de los poderes hegemónicos. Por eso la caravana solidaria y contra las guerras del capital como la de Ucrania.
A la memoria de Gustavo Esteva.
* UAM-Xochimilco