El fantasma de la hambruna se enseñorea en el mundo. Los millones de exiliados de Ucrania buscando un lugar repercutirá en la alimentación global. El fantasma de la hambruna, de difícil ubicación, podría ser calificado como una situación traumática que afecta lo mismo al exiliado que al que lo recibe.
Todo aquel que ha tenido que abandonar su suelo natal se vuelve exiliado. La escritora española de mis afinidades, María Zambrano, concebía el exilio en clave mística, como un rito de iniciación que ha de ser consumado atravesando varias moradas hasta alcanzar el verdadero exilio.
Los dos estados previos que se deben padecer y las dos figuras que se han de encarnar antes de convertirse en exiliado son, primero, la del refugiado, que es aquel que todavía no experimenta el abandono, al sentirse acogido por un nuevo lugar donde puede hacerse un espacio propio, y, en segundo lugar, la del desterrado que tampoco padece la orfandad, pues todavía alimenta la esperanza de volver a su tierra y ello le lleva a sufrir solo por la expulsión y la lejanía física del país perdido.
En cambio, la definición de exiliado le alcanza sólo a aquel que ha dado un paso más allá del refugiado y del desterrado.
Es decir, un paso más allá en el abandono, porque es aquel que ya ha perdido la esperanza del regreso y vive por ello en la ausencia, no sólo de la propia tierra, sino de cualquier tierra.
El exiliado vive en el no lugar, en el desamparo; está fuera y vive en vilo, caracteriza más que nada no tener lugar en el mundo, ni geográfico, ni social, ni político, ni ontológico. No es nadie, ni un mendigo; no es nada, haberlo dejado de ser todo para seguir manteniéndose en el punto, sin apoyo ninguno, que dice la poeta del exilio María Zambrano.
El exiliado constituye una conciencia dolorosa de la negación, de la imposibilidad de vivir y de morir. De este encuentro en ese difícil filo entre la vida y la muerte, es el superviviente, alguien que estaba destinado a morir que fue rechazado por la muerte, lo dejaron con vida, pero solo y hundido en sí mismo, naciendo y muriendo al mismo tiempo.
En suma el duelo, las pérdidas, el lenguaje, la compulsión a la repetición y la pulsión de muerte es describir a los millones de exiliados ucranios cuyo destino serán graves neurosis traumáticas que en lugar de emerger de la vida, parece sumergirse cada día que pasa, en las sombras, en la oscuridad, en el hambre, en un mundo terrorífico plagado de fantasmas, de muerte y desesperanza con un lenguaje verbal desgastado y por vida afectiva, el terror y el odio en paisaje de vacío, de no deseo, condenados a un permanente peregrinar.
(Ver Claros del bosque, de María Zambrano, editorial Cátedra.)