En torno del inicio de la primavera boreal de 2022 gran número de países creen llegado el momento de “dar vuelta a la página” de la pandemia y han actuado o, al menos, anunciado la decisión de actuar en tal sentido en el futuro inmediato. Me parece prematuro en todos los casos y, en algunos, precipitado e imprudente. Por desgracia, la pandemia –nutrida por el virus que la originó y por una o más variantes, no conocidas lo suficiente– dispone de amplios espacios territoriales y humanos para continuar expandiéndose, aunque las vacunas y unos tratamientos experimentales ya los hayan estrechado.
El tránsito de una pandemia devastadora –hasta el 15 de marzo: 458.5 millones de casos confirmados; muertes por encima de 6 millones 47 mil, y 4 mil 378 millones con vacunación completa– a una endemia “como tantas otras”, con la que se pueda vivir, no sólo no ha concluido, sino que no se han cubierto las condiciones para hacerlo factible y aceptable, desde los ángulos sanitario, económico, social y humano. Si se adopta la decisión política colectiva de corregir el rumbo en el manejo de la pandemia, me parece que se requeriría el resto del presente y la mayor parte del próximo año para establecer esas condiciones, cerrar los espacios de ampliación a la pandemia y, sólo entonces, instaurar el manejo multilateral del covid-19 y de su prevención y tratamiento.
Los espacios territoriales para la continuada expansión de la pandemia se hallan en los países con índice de vacunación hasta 39 por cada 100 residentes y, sobre todo, aquellos con índice inferior a 20. El mapa de la OMS, que se actualiza cada día, registra entre estos últimos a no menos de 20 países, 18 de ellos en África, y entre los primeros, a otros 15 además, africanos también en su mayoría. África es la gran reserva territorial, pero no la única, para la expansión de la pandemia. El espacio humano para esta ampliación se encuentra de hecho en todo el mundo, todavía. Lo integran, en primer término, quienes han rechazado las vacunas, sobre todo en los países ricos, y también los amplios estratos poblacionales del mundo en desarrollo sin acceso a servicios de salud pública razonablemente suficientes y eficaces.
Ya por muchas semanas, La Jornada publica la estadística de los 10 países en que se registra, día a día, el mayor número de nuevos contagios, es decir, de aquellos en que la pandemia sigue activa, muy activa. Veamos qué nos dice la semana del 6 al 12 de marzo. Sólo cinco de los 10 se situaron en ese rango los siete días de la semana: Sudcorea, Alemania, Países Bajos, Italia y Rusia. Ninguno de ellos en desarrollo, todos con sistemas de salud y seguridad social sólidos; sin presiones demográficas evidentes y, en general, de muy alto nivel educacional. Otros cinco –Francia, Japón, Brasil, Austria y Vietnam– aparecieron seis veces. De ellos, sólo dos en desarrollo. Hace tiempo, viendo cifras de este tipo, alguien sugirió que el covid-19 era una dolencia de los ricos. En la actual, rápida declinación de la oleada de ómicron, tal parece ser el caso si se atiende, no a los contagios acumulados, sino a su dinámica diaria más próxima: ocho de los 10 países en que el covid-19 se propaga ahora con mayor rapidez son países avanzados.
El inusitado y violento brote de nuevos contagios en Hong Kong parece ser el origen del igualmente importante resurgimiento de la pandemia en China a mediados de este mes. Centrado en Shenzhen, principal centro tecnológico, se ha extendido a dos tercios de las provincias. La prensa habla de “Wuhan, segunda edición”. Se le considera el más grave desde el inicio de la pandemia y ha provocado acciones de aislamiento y prevención de alcance similar a las de hace dos años, con efectos económicos restrictivos.
Más allá de las hipótesis generales, las cifras destacadas apuntalan, me parece, la idea de que –a pesar de la explicable fatiga, de la irritación social generalizada con que se observan ahora las medidas preventivas que nos han acompañado por dos años al menos, sobre todo el distanciamiento y el uso de cubrebocas– no ha llegado el momento de abolirlas. Deben continuar en vigor, de manera más selectiva y certera, mientras no se logre, a escala mundial, una vacunación equitativa eficaz y suficiente y mientras continúe estancado, como parece estarlo, el desarrollo de los fármacos, de las medicinas que permitan combatir la enfermedad. Sólo entonces se podrá, realmente, dar vuelta a la página.