Todas las transformaciones sociales han implicado cambios económicos, políticos, jurídicos, ideológicos y filosóficos, pero, además, hasta ahora, se han llevado a cabo mediante enconadas luchas.
La primera transformación que experimentó nuestra sociedad fue la destrucción de la cultura de los pueblos originarios que se mantuvo durante 300 años. La Colonia, aparte de la subordinación y explotación de los indígenas y mestizos por los españoles, implicó también la sustitución de sus lenguas; la imposición de una nueva concepción del mundo y de la vida; la sustitución de sus creencias religiosas y la conformación de una mentalidad subordinada a la metrópoli. En todo esto jugó un papel fundamental la filosofía escolástica en sus diversas vertientes. Es cierto que existieron figuras compasivas como Bartolomé de las Casas o Motolinía, pero, como se sabe, “una golondrina no hace verano”. Los mencionados abogaron por los indígenas, pero la dominación siguió su marcha como una realidad inexorable. Lo increíble fue que muchos indígenas lograran preservar sus lenguas y formas de vida hasta hoy, mediante una heroica resistencia de 500 años.
Como sabemos, la invasión de Francia a España propició la independencia de los pueblos latinoamericanos y éstos encontraron en la filosofía de la Ilustración el arma teórica para combatir al colonialismo. Esto puede comprobarse en la Constitución de Apatzingán o en los Sentimientos de la nación, influidos por la filosofía de Juan Jacobo Rousseau. A la Independencia le siguió la instauración del liberalismo. Este paradigma implicó una interrelación entre economía, política, ideología y filosofía formulada por filósofos como John Locke, Adam Smith o John Stuart Mill. Una mayoría de mexicanos luchó, con las armas en la mano, contra los conservadores para lograr esa nueva transformación y fue un indígena excepcional llamado Benito Juárez quien la dirigió, culminando ese proceso en 1867.
Además, gracias al consejo del doctor Gabino Barreda, se estableció una educación positivista basada en la ciencia y no en la teología. Fue por ello que se fundó la Escuela Nacional Preparatoria y se promulgó la ley de educación. En la primera década del siglo XX, esta concepción fue combatida por los jóvenes filósofos Antonio Caso, José Vasconcelos y Pedro Henríquez Ureña (dominicano) desde una posición espiritualista basada en Platón, Bergson o Boutroux, entre otros, dejando de lado la reflexión sobre los graves problemas de una sociedad que estaba a punto de estallar.
Fue por ello que Alfonso Reyes escribió que la Revolución Mexicana no había tenido filosofía. Reyes tenía razón, a medias, si pensamos en la revolución francesa o rusa, pero también hay que tomar en cuenta el anarquismo de Bakunin, Kropotkin o Proudhon o el socialismo utópico de Owen, Fourier y Saint Simon, que influyeron, entre otros, en los hermanos Flores Magón. La Revolución Mexicana culminó en la Constitución de 1917, que incorporó una serie de reivindicaciones sociales. Entonces se inició un “periodo de transición” que implicó la conformación de un Estado nacionalista y corporativo que en el periodo cardenista adoptó la educación socialista.
Este hecho enfrentó de nuevo a la derecha en contra de la izquierda. Una expresión de esta lucha fue la célebre polémica entre el maestro Antonio Caso y su antiguo discípulo Vicente Lombardo Toledano. Este último fue un destacado dirigente sindical quien sostuvo la concepción estalinista del marxismo basada en un determinismo economicista. En el marco de la filosofía y la política, el presidente Lázaro Cárdenas acogió, en 1939, a un importante grupo de filósofos, escritores y científicos que huyeron de España ante la caída de la república en manos del franquismo. Este grupo benefició altamente a la cultura mexicana. De igual forma aceptó el exilio de León Trotski, para enojo de los estalinistas.
Al terminar el periodo cardenista, el Estado pasó a manos de una burocracia que se enriqueció a su sombra y cuyo carácter autoritario y represivo suscitó la formación de movimientos armados que se basaron en concepciones político-filosóficas procedentes de Lenin, el Che Guevara o Mao Tse Tung, entre otros, y cuya violencia trató de conjurarse mediante un pacto democrático en 1977. En ese periodo la oposición de izquierda encontró su apoyo en la obra de Antonio Gramsci; sin embargo, el gobierno en manos de José López Portillo nos condujo a una terrible crisis económica en 1982 por su política de petrolización de la economía, su ineptitud y su corrupción manifiesta.
Esta crisis, junto a los cambios internacionales propiciados por Reagan y Thatcher, fue utilizada por Miguel de la Madrid y su grupo para iniciar en México una “revolución conservadora” denominada “neoliberalismo” que ha durado más de 36 años. El neoliberalismo fue concebido por un grupo de economistas, politólogos y filósofos, convocados por Friedrich Von Hayek, quienes propusieron esta estrategia para la nueva etapa del capitalismo trasnacional. Así, tenemos filosofías que iluminan el camino del cambio histórico, pero otras que llevan a los movimientos sociales por sendas tortuosas cuyo único propósito es la explotación y saqueo de los pueblos. En 2018, Andrés Manuel López Obrador gana la Presidencia proclamando el fin del neoliberalismo y el inicio de la “Cuarta Transformación”. Surge la pregunta: ¿cuáles son los principios filosóficos que fundamentan esta transformación?