La tragedia del estadio Corregidora, el pasado 5 de marzo, durante el partido de futbol entre Querétaro y Atlas, revela la implosión de un México salvaje. Tras la pandemia y meses de encierro, la violencia se hace presente en las gradas de manera brutal con toda impunidad debida al vacío de la autoridad. El fenómeno no es nuevo ni exclusivo de este país. Pero llaman la atención las imágenes grotescas de grupos de hombres golpeando, pateando, azotando, arrastrando adversarios. Cuerpos de aficionados bañados en sangre, algunos de ellos inertes en el piso. Los videos difundidos en redes sociales muestran escenas dramáticas de familias con niños pequeños huyendo de la brutal batalla campal.
La violencia ocurrida en el Corregidora ha conmocionado a México y al mundo. Es inadmisible. Merece no sólo la condena, sino la explicación. ¿Por qué llegamos a este comportamiento salvaje? Hay muchos razonamientos. El futbol como espejo que refleja la violencia imperante en el país, como fenómeno que lleva años. Nosotros discernimos un factor poco abordado: el fanatismo.
Quien piensa que el fanatismo sólo se genera en el ámbito religioso se equivoca. También opera en la esfera secular de la cultura donde se generan fanatismos políticos, ideológicos y deportivos.
Fanático es un galicismo: fanatique, que en la lengua francesa significa alguien que se deja llevar por un ardor excesivo, una pasión desmesurada por una religión, una ideología, una causa, un partido. Fanático no necesariamente es una expresión peyorativa; puede ser “fanático” alguien que tiene una admiración entusiasta por algo: un fanático de la pintura o un fanático de tal artista o equipo. En cambio, el fanatismo nos remite a sistemas de odio: a desmedidos apasionamientos de grupos, de colectivos o de sociedades. Gremios desbordados que quieren imponer su identidad a otros, mediante la intolerancia y la violencia. Ese es el fanatismo que lleva a un grupo de personas por inclinarse acríticamente a una causa o una doctrina religiosa, política o deportiva bajo una convicción absoluta e irracional; bajo una adhesión totalizante de una identidad cuyo celo lleva a la intransigencia y que puede desembocar en los excesos del sometimiento del otro con el uso de la violencia. Este fanatismo nos lleva a Querétaro.
Los fanáticos futboleros han creado reglas o han sentado las bases que desembocan en el fanatismo. Esto ha llevado a un alto nivel de lealtad a un club que no se puede encontrar en ningún otro lado. Khaled Montaser, periodista e investigador egipcio, se pregunta: “¿Cuál es el factor común entre el fanatismo futbolero y el fanatismo religioso? ¿Qué hace que el fanático del futbol pueda ser un candidato para el reclutamiento político religioso extremista?” En efecto, muchos integrantes del fanatismo futbolero son candidatos idóneos para la Hermandad Musulmana.
En Alemania se hizo un estricto estudio sobre los jóvenes fanáticos en el futbol. Los hinchas del PSS Sleman son jóvenes cuyas conductas de fanatismo venían como resultado de su interacción de comportamiento para ganar reconocimiento, reputación y dominio. Para mostrar su masculinidad como recompensa y satisfacción que logran al defender su camiseta de futbol, se involucran en la violencia y la anarquía. Los factores conductuales del fanatismo es mantener los conflictos para elevar de la autoestima. Hay adoctrinamiento y atributos simbólicos provocadores con técnicas de conflicto que resulta en el ataque de los partidarios de otros clubes. La conclusión de esta investigación fue que el fanatismo es una manifestación de la totalidad de apego de un individuo hacia el club. Dicha afición manifiesta una ruptura con las reglas de comportamiento social y moral. Usar la violencia puede ser resultado de muchos factores, como históricos, de rivalidad regional, de revancha deportiva, desacuerdo con decisiones arbitrales y el tipo de instalaciones o estadios que no son adecuados.
El futbol es más que un deporte, un espectáculo o un negocio millonario, es un fenómeno social de masas a escala planetaria. Ante el tedio de la pandemia y la falta de significación en las sociedades, el futbol se ha convertido en una respuesta lúdica de masas y de rencantamiento momentáneo frente a un mundo incierto y opaco. Ante un mundo en que no hay futuro, muchos jóvenes encuentran en el futbol su espacio que otorga sentidos. Una zona lúdica que emociona la vida de tedio, un lugar de embriaguez. Incluso sustituye a muchas religiones porque religa sentidos y anhelos de vida.
Mientras se habla tanto del fanatismo religioso que siembra muerte y terror, pocos miran al fanatismo del futbol. Ante la tragedia de Querétaro, todos somos responsables. Los programas deportivos se desgarraron las vestiduras ante la violencia en el Corregidora. Pero son poco críticos ante el hecho de muchos de ellos, fomentan la violencia. Conductores atacándose, provocándose. Un José Ramón Fernández punzante; David Faitelson, Hugo Sánchez, Álvaro Morales, André Marín y muchos, además de conocer de futbol, son pendencieros y brabucones entre ellos. ¿Dónde empieza la violencia?
Ser fanático del futbol no es negativo. Pero el fanatismo nos lleva al odio, la intolerancia y a la violencia. El acto en el Corregidora es una llamada de atención. Cuidado y despertemos al México bronco. La responsabilidad es de todos. Especialmente de la clase política, empresarios, líderes de opinión, youtubers y los medios. El fanatismo, sea religioso, político o deportivo, lleva a la oscuridad y al caos.