Quienes desde distintos frentes han llegado a considerar el próximo 10 de abril, como el día D en nuestra vida política, yerran en todo. Comenzando por la idea equívoca de que lo acontecido el 6 de junio de 1944 lleva ese nombre por Dwight D. Eisenhower, máximo jefe de esa vital acción.
Lo cierto es que, partir de entonces, se le denomina día D a toda fecha en que se inicia un gran operativo militar. Obviamente el desembarco de las tropas estadunidenses, inglesas y canadienses en las costas de Normandía (seguramente la movilización guerrera más importante en la historia) se apropió de ese nombre y con razón: ese dato geográfico pudo ser cualquier otro en razón de variadas circunstancias, como las condiciones climáticas imperantes o la conveniencia estratégica de escoger otro lugar. Sin embargo, a las costas de Normandía, y no a las de Calais, se movilizaron más de 150 mil hombres, 23 mil paracaidistas, 50 mil vehículos, 7 mil embarcaciones, 11 mil 500 aviones.
Frente a estos datos, las 35 mil y tantas casillas y su menguado número de funcionarios en cada mesa recolectora de sufragios no tiene comparación. Obviamente, resulta ligeramente magnificada la hazaña ifesca, del próximo 10 de abril, aunque se facture al alza para mayor plusvalía.
Pues resulta que el iniciador y principal promotor de la idea de someterse a un plebiscito que le confirme el mandato que ya le fue otorgado por un periodo de seis años es, precisamente, quien más se expone y se arriesga, in-ne-ce-sa-ria-men-te, a un descalabro político. Aquí, la sola interrogante válida es la que debemos al filósofo mexicano más citado en los tiempos que corren: ¿Pero qué necesidad? La 4T, por supuesto, acrecentará las bases de apoyo de Morena; sin embargo, la correlación de fuerzas entre el Presidente y sus seguidores y la oposición (no sólo partidista, sino la que se disfraza y camufla en organismos, clubes y organizaciones de la llamada sociedad civil), da al primero un respaldo tan evidente que hace que la consulta popular resulte un ejercicio totalmente prescindible.
Actitudes como esta que el Presidente lleva a cabo con frecuencia, desconciertan sobremanera a sectores de la plutocracia nacional, que sigue empeñada en pensar el país como en los tiempos idos. Ellos no pueden entender qué pasa en el magín lópezobradorista, porque jamás se ponen en sus zapatos y, cuando lo intentan, se quedan únicamente en el calzado, es decir, se ubican en su situación, en su circunstancia, pero siguen siendo ellos, pensando como ellos, como lo han hecho siempre: con su escala de valores de siempre, aplicando sus propios pesos y medidas, sin tratar de entender o reconocer, simplemente que, aunque les parezca inconcebible, hay otras formas de pensar la vida. Por ejemplo, para estos barones (como les llamaba el siempre recordado Manuel Buendía) no puede caberles en su mollera que AMLO no decidió vivir en Palacio Nacional porque quisiera equipararse a cualquier miembro de las familias reales europeas. AMLO quiere recorrer esos pasillos y balcones en los que de pronto pueda toparse con el señor Juárez y decirle con un respeto infinito: “Benemérito”. Y el oaxaqueño lo corrija: ¿Cómo Benemérito, Andrés? Mi nombre, tú lo sabes, es Benito.
Los barones no pueden entender que López Obrador prefiera ser el único Presidente que ganó dos elecciones en un mismo sexenio, a tener que ganar dos veces para poder terminar su periodo. Recuerdo que en una plática emocionantísima con Omar Torrijos me dijo: “Estos yanquis no me entienden nadita. Ellos juran que todo mi revuelo es porque quiero entrar a la historia y yo, lo que quiero, pinches yanquis, es entrar a la Zona [la del canal]”.
Aquí los barones también se equivocan; Andrés Manuel no quiere riqueza ni lujo ni posición social. Quiere el poder para hacer cambios, transformar y, por supuesto, quiere historia, pero desde ya. Por eso se arriesgó con su idea de la consulta. Pese a todo, los votos en las urnas le darán un segundo aire muy vivificador. Andrés gobernará fuerte hasta el último día y, ese día, irá a entregar la banda, honorablemente portada durante seis años. Después de una breve y última mañanera, rumbo a San Lázaro, pue’que se aviente una última inauguración: la escuela primaria “Primero los pobres, desde niños”.
La próxima semana platiquemos: ¿Y el debido proceso? ¿Y la presunción de inocencia? ¿Y el derecho a conocer las acusaciones que al presunto culpable se le imputan? ¿El derecho a ser oído y poder rebatir acusaciones? ¿Esas minucias procesales no existen?
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