A unas semanas del comienzo de la ofensiva rusa, el conflicto bélico ha generado ya alrededor de 13 mil muertos y por lo menos 2.5 millones de desplazados, según estimaciones internacionales. Naturalmente, la destrucción que se abre paso por el territorio ucranio ha dejado una estela de daños materiales y sanciones económicas que, por sí solas, sin considerar las lamentables pérdidas humanas, representan un alto riesgo para la economía global.
El conflicto ha irrumpido en la escena mundial en el peor momento: mientras la economía global enfrentaba presiones inflacionarias por las múltiples disrupciones que provocó la pandemia de covid-19, ahora llega la guerra.
En menos de un mes, Rusia ha acumulado diferentes sanciones, como expulsión de sistemas de intercambio financiero, el congelamiento de sus reservas internacionales, la cancelación del oleoducto Nord Stream 2 y la prohibición para que Estados Unidos importe petróleo.
Empresas globales como Goldman and Sachs, Mac Donald’s, Coca-Cola, Nike, Procter & Gamble, entre otras, han detenido inversiones pactadas o abandonado el mercado ruso en su totalidad. Las fortunas y activos de los oligarcas de esa nacionalidad no han corrido con mejor suerte y han recibido castigos internacionales.
Diseñadas con el objetivo preciso de incrementar la presión económica y política hacia el régimen de Vladimir Putin, el amplio abanico de penalidades ha sido efectivo. El valor de su moneda ha caído notablemente, las instituciones bancarias se han saturado de clientes rusos que pretenden retirar sus ahorros y los productos de ese país enfrentan, y seguirán enfrentando, dificultades para encontrar compradores.
No obstante su efectividad, las sanciones han mermado notablemente la capacidad para reactivar la economía, particularmente en relación con el control de la inflación y el restablecimiento de las cadenas globales de suministro dañadas por los fenómenos biológicos recientes, lo que incrementa la incertidumbre y la falta de confianza en los mercados.
La contribución de Ucrania y Rusia a la producción de materias primas es considerable. Juntos representan aproximadamente 28 por ciento de las exportaciones globales de trigo. Rusia concentra 11 por ciento del total mundial de ese grano; adicionalmente, produce 12 por ciento de petróleo, 16 del gas natural, 6.1 de aluminio, 6.1 de níquel, 4.3 del cobre y 43 por ciento del paladio, a nivel global.
A este respecto, analistas han señalado posibles repercusiones en la fabricación de semiconductores destinados a la industria automotriz.
La duración y severidad del hueco dejado por las materias primas rusas se ha manifestado ya en los precios de los energéticos. En las últimas dos semanas el precio del petróleo se ha incrementado 15 por ciento; si se consideran los últimos dos meses este porcentaje asciende a 40. Anualmente ha subido 80 por ciento.
El acercamiento inesperado de Estados Unidos a los gobiernos de Venezuela e Irán, naciones eminentemente petroleras, da cuenta de que el tablero geopolítico ha comenzado a restructurarse de maneras insospechadas. Los países cuyas economías dependen notablemente de su sector manufacturero corren el riesgo de experimentar choques negativos en términos de intercambio por los altos precios de materias primas y/o energéticos; son países que, por cierto, no cuentan con las herramientas para aplicar políticas contracíclicas.
No obstante, quizás el factor más preocupante del fenómeno en cuestión radica en el posible incremento en los precios de los alimentos.
Una crisis alimentaria ocasionada por la inflación de estos productos tendría serias consecuencias en gobernabilidad.
Finalmente, es importante considerar que, al congelar las reservas internacionales, Washington ha recordado a los gobiernos del resto del mundo que el control y el propietario del dinero es finalmente el gobierno y que el valor de éste descansa en la capacidad política –y en última instancia militar– de hacerlo valer.
El equilibrio entre la capacidad disuasiva de las sanciones económicas y su efecto devastador es crucial. Rusia ha servido de ejemplo para quienes apuestan por la agresión armada para la resolución de conflictos, pero también para los que conciben la situación de ese país como recordatorio de que las instituciones y canales que hacen posibles las sanciones son una amenaza constante que les impide participar en “igualdad de condiciones” en el concierto de las naciones.
Sin menospreciar la importancia de las penalidades económicas, la periodista ruso-estadunidense Masha Gessen ha insistido desde hace un lustro en que éstas no son efectivas si no vienen acompañadas de “sanciones morales” para las autoridades rusas, esto es, de repercusiones en plano narrativo discursivo. Aunque encierran peligros propios, las medidas adoptadas por empresas que controlan las redes sociales han demostrado ser sumamente eficaces al arrebatarle al gobierno ruso la oportunidad de crear una narrativa victoriosa, condición que el presidente Zelensky ha aprovechado enteramente a su favor.
Aunque no se trate de una victoria militar, la estrategia de comunicación llevada a cabo por quienes se oponen a Rusia ha sido determinante al ejercer presión sobre corporativos globales, los cuales han calibrado su respuesta ante la invasión, no sólo por el costo humano, sino por los riesgos de reputación que representa.
¿Será Occidente también eficaz para crear y administrar una narrativa que ayude a aminorar las posibles dificultades económicas por venir?