Los historiadores del futuro tendrán que enfrentarse a los misterios del sistema presidencialista. La presidencia monárquica y el partido único formaron un binomio impecable durante 60 años (1940-2000). Fueron 10 mandatos con todos los poderes de los monarcas absolutos, por lo que, en ánimo chocarrero, Cosío Villegas definió al sistema como monarquía absoluta, temporal y hereditaria por línea transversal.
Fueron diez monarcas con características muy similares. Tendían a ser absolutos, en el sentido de concentrar en sí mismos todas las potestades del Estado, se parecían al régimen hispánico anterior a la Independencia, pero eran muy distintos porque sólo eran vigentes seis años. El presidente designaba a su sucesor, en un proceso tan misterioso, que los actuales politólogos no han podido desentrañar. Quien dejaba el mando no lo prolongaba. Todos se replegaban a una discreta penumbra, algunos con enormes fortunas acumuladas durante su presidencia y otros, más austeros.
Los que nos opusimos a este sistema no podemos negar sus méritos, el mayor de todos la pacificación del país y la estabilidad política, pero además los 10 sexenios (sobre todo los primeros siete) lograron auspiciar un crecimiento económico mayor a seis por ciento del producto interno bruto durante medio siglo. Por supuesto, los críticos y los impugnadores del sistema tuvimos razón: no se logró abatir la desigualdad ni el autoritarismo y México siguió como país premoderno. Nuestras críticas no fueron oídas a tiempo y finalmente el sistema fue debilitándose, hasta que finalmente se abrió gracias a la decisión de un presidente neoliberal bastante oscuro, Ernesto Zedillo.
A él no le ha sido reconocido su mérito, pero se atrevió a respetar los resultados electorales, omisión creativa, es decir, no alteró lo que la gente había decidido y así, en 1997, el PRI perdió el control del Congreso de la Unión y la Ciudad de México, que había sido cuidadosamente defendida por el sistema, pero no sólo esto; permitió elecciones libres en 2000 y eso significó la alternancia, es decir, que un partido distinto al oficial lograra la Presidencia de la República. Con el tiempo se acreditará el mérito político de Zedillo, que fue quizás el más neoliberal de todos los presidentes, es decir, muy reaccionario en la política económica. Fue la primera vez que el presidente no designó a su sucesor, y eso cambió todo.