Otros saberes, cuya probada pertinencia intentó destruir la soberbia occidental hasta el día de hoy, colonizando nuestras mentes y nuestros actos, cuando nos hicieron creer que la fórmula neoliberal de “volumen de producto X con insumos por hectárea, cuyo valor se concreta en el mercado” es la única posibilidad socioeconómica agraria. Mientras, si se devuelve a los productores su fórmula ancestral de “volumen y variedad de la masa alimenticia producida por hectárea, con horas de Trabajo Solidario, tiene un valor global igual al número de personas alimentadas satisfactoriamente, más los excedentes trocados en el mercado local o comercializados en las urbes”, sin contar el tiempo colectivo que quedó libre para realizar otras tareas comunitarias e individuales.
En entregas pasadas hemos tratado la colonización política universalmente repudiada y nuestra colonización mental olímpicamente ignorada, cuya más evidente manifestación es la aceptación sin cuestionamientos de proseguir una política agraria basada en monocultivos depredadores del medio ambiente para producir mercancías, ignorando y destruyendo los remanentes de policultivos virtuosos generadores de alimentos y regeneradores del medio. Hemos tratado el tema del destino de los salarios de los sembradores de vida para comprar comestibles que no sólo incrementan los capitales de la agroindustria, sino que propician cuerpos inmanejables, sobre todo en niños y jóvenes angustiosamente aprisionados en volúmenes y formas que no pidieron y que nadie se atreve a combatir realmente, porque no tenemos nada que ofrecer a cambio salvo etiquetas con advertencias (que aplaudimos, por cierto).
Pero, si los mexicanos hemos sido capaces de resistir las peores desgracias infligidas por las clases dominantes extranjeras y propias, podemos tener el valor y la entereza necesarios para sacar la resiliencia de los conocimientos sobre nuestra Madre Tierra y reinventarnos, sacudiéndonos los dogmas neoliberales que alcanzan a doblar la mano de la mismísima 4T. O sea que es el tiempo preciso de cambiar el rumbo de la política agraria que ha demostrado hasta la náusea no ser camino viable para obtener la soberanía alimentaria en ninguna parte del mundo, y, dado que los mexicanos conocimos y conocemos otra producción campesina, podemos usar la experiencia milenaria de la que algunos cientos, o tal vez incluso miles, guardan aún memoria, para planificar otra política, asegurando constitucionalmente la tenencia de la tierra contra todo intento de desviar su vocación pluriagrícola, con la recuperación de suelos sin fertilizantes químicos y un manejo de las aguas sustentable y equitativo; invirtiendo en instalaciones y equipo para la conservación de los excedentes y su reparto en favor del mercado interno, devolviendo a los mexicanos el acceso a los productos de las milpas y sus complementos hortícolas y frutales y de fauna de corral.
Tenemos la obligación de ayudar a planificar la soberanía alimentaria de este país que nos verá morir más o menos pronto, porque permitimos seguir en silencio, aunque no fueran cómplices, el camino perverso impuesto por la FAO desde las décadas de los años 40 a 50 del siglo XX. Debemos exigir que los apoyos del gobierno al campo sean inteligentes, donde tal vez frutales y maderables contribuyan al desarrollo de familias campesinas, pero que no sustituyan la producción de alimentos. Porque, actualmente, se dan paradojas donde los sembradores de vida destruyen selva para sembrar botones que ya nadie vigila y lo que les importa es su cuota en dinero para comprar comestibles. Porque México no tiene una política alimentaria para su mercado interno, debemos exigir que se introduzca en este tema la misma lógica de la soberanía energética, con la respectiva protección de sus trabajadores y el acotamiento de zonas de producción neoliberales y, o para la exportación, pero dejando cada vez más espacio (físico, político, económico y social) a la producción campesina, sustento de una verdadera soberanía alimentaria.
No ha de ser muy difícil si unimos respetuosamente nuestros conocimientos a los saberes tradicionales que permitieron a Tenochtitlan ser una gran urbe contemporánea de las metrópolis europeas, poblada por gente bella cuyo retrato colectivo quedó de manifiesto en sinnúmero de murales y objetos. Podemos dar el salto hacia el lado izquierdo, sacudiéndonos las rémoras que nos paralizan, porque ahora son tiempos de cambios.