Ciudad de México. Existen varias razones por las cuales Bowie (Sexto Piso, 2016), del filósofo británico Simon Critchley, me gusta en extremo. En principio, porque me parece un trabajo estupendo dado lo que ofrece culturalmente y lo que aporta a la extensa bibliografía sobre la trayectoria de David Robert Jones, también porque brinda una extensa cartografía –en 115 páginas– sobre los temas que aparecen y desaparecen las poco más de cuatro décadas de trayectoria, por medio de 25 álbumes de estudio del músico.
A pesar de la extraordinaria cantidad de libros sobre Bowie (por ejemplo el monumental volumen Hero, de la periodista Lesley-Ann Jones, publicado por Alianza Editorial o David Bowie Is Inside, publicado por la española Malpaso), Critchley sale airoso de las comparaciones. Bowie es una meditación, un libro sobre su experiencia personal con la música del creador de Space Oddity. El texto fue escrito en 2016, el mismo año en que murió el cantante: “la mañana del 11 de enero, tenía el correo lleno de ofertas para hablar y escribir sobre su muerte”, comentó el filósofo. La trayectoria del creador de Blackstar no es un tema que haya atrapado a muchos especialistas universitarios, pocos son los trabajos que abordan del tema desde una óptica académica –David Bowie: el esteta que cayó a la Tierra, publicado por La Cifra Editorial, es uno de pocos–, por tal motivo la publicación de esta breve antología de textos es una tarea digna de aplaudirse.
En este compendio de fácil lectura, Simon Critchley ofrece anécdotas –una suerte de escritura recreativa– sobre la vida personal y profesional de Bowie y explica de qué manera la música de David Bowie jugó un papel importante para él y para miles de “chicos y chicas normales y corrientes, especialmente los que estaban algo marginados, los que se aburrían y los que estaban prufundamente incómodos con su piel”, argumentando que: “hay un mundo de gente para la que Bowie era el ser que le proporcionaba una poderosa conexión emocional y le daba la libertad de convertirse en otra clase de persona, en alguien más”.
Figura cultural de primer orden
Pocos son los momentos memorables, culturalmente hablando, capaces de cambiar nuestra visión del mundo. Las imágenes del asesinato de John Fitzgerald Kennedy o la llegada del hombre a la Luna son un par de ellos. Musicalmente hablando, el incendiario concierto de Queen en Wembley o la presentación de Sex Pistols en el Lesser Free Trade Hall en el 76, en su primer concierto en Manchester, son dos ejemplos importantes. “Lo que pasó con los Sex Pistols fue que, de algún modo, la cosa nos llamó la atención, porque después de tanto tiempo leyendo sobre bandas heavy metal nos parecía que era algo inusual” señaló en su momento Peter Hook, cofundador de la banda inglesa de pospunk Joy Division. Para Critchley el 6 de julio de 1972, la interpretación que Bowie hizo de Starman en el icónico programa de la BBC, Top of the Pops, es otra; aquella noche, el show fue seguido por una cuarta parte de la población británica. Bowie no fue el primer ejemplo de estrella de rock visto como extraterrestre existencial, también lo hicieron Robert Johnson, Elvis y Jim Morrison, pero fue el primero en presentarse como un extraterrestre real, así lo atestiguó Critchley: “me quedé con la boca abierta viendo como aquella criatura de pelo naranja enfundada en una maya de cuerpo entero, rodeaba con brazo afeminado el cuerpo de Mick Ronson”.
Influjo filosófico
La propuesta análitica que encontramos en Bowie fue realizada entre el extenso cuerpo de canciones grabadas por David –un inmenso corpus que se compone de 25 álbumes de estudio, nueve en directo, 46 recopilatorios, seis EP, 110 sencillos y tres bandas sonoras–. Entre los principales hallazgos presentados por el filósofo, se encuentran algunas de las influencias literarias presentes en las canciones del músico británico. En The Next Day, hay muchas canciones escritas desde la identidad de otro, ya sea el artifíce de otro, el artifíce mudo y amenazante de una matanza o el enigmático personaje del tema final, Heat, “hay en él una clara alusión a Nieve de primavera de Mishima”, señaló. Pero esta influencia no es la única; por ejemplo, en la grabación de V-2 Schneider, encuentra clara influencia de estrategias oblicuas, un juego de cartas desarrollado por los artistas Brian Eno y Peter Schmidt; Future legend se encuentra inspirada en Los chicos salvajes, de William Burroughs; Absolute beginners, grabada en 1986, fue titulada así por la novela de Colin MacInnes de 1959; y Oh! You Pretty things que está “repleta de referencias” al Zaratustra de Nietzsche. “Más en concreto, la canción defiende la inutilidad del homo sapiens y la necesidad de dar paso al homo superior”, indicó.
Momentos claves del artista
Sin el mínimo temor a precisar fechas exactas o hasta aclarar mitos que orbitan alrededor del creador de Space Oddity, Critchley logra determinar con exactitud momentos claves del artista, por ejemplo que Jump They Say esta inspirada en el suicidio de Terry Burns, medio hermano de Bowie que murió al poner su cabeza en las vías de un tren.
Otros cabos sueltos que se resuelven gracias a este documento son la relación entre Heroes, 11 álbum del músico, y Let’s Dance, (15). “Heroes es una balada sobre la fugacidad del amor, habla de robar tiempo, sólo por un día. Y eso es una canción de anhelo desesperado escrita desde la conciencia total de que la alegría es efímera”, comentó. “Let’s Dance es en escencia una canción evasiva y desesperada sobre los mismos dos amantes que describe en Heroes. Bailemos, canta Bowie, pues el miedo esta noche lo es todo”, afirmó Critchley.
Muy acercado a un análisis de Symon Reynolds, detalla en su libro millones de datos más: la edad, el dolor, el aislamiento, la pérdida del amor, el horror hacia el mundo y la sicosis inducida por los medios, entre otros, sobre el músico británico.
No es exagerado afirmar que Bowie resuta vital para cualquier interesado en el músico y en radiografiar, en los temas de las canciones, la vida de varias generaciones y también para todo aquel que esté interesado en los fenómenos culturales que se desprenden de la música británica.
Quizá no hay ningún secreto en utilizar la memoria para describir la experiencia estética hacia la música de Ziggy Stardust, que sigue vigente hasta nuestros días, es sólo que cuando Simon Critchley reúne todos estos recuerdos y experiencias, presenta de manera fehaciente un portentoso ejercicio que demanda trabajo riguroso, investigación exhaustiva y precisión filosófica, que, al aplicarlo a la obra de Bowie –en tanto celebración de artificio y culto a la imagen–, demuestra de qué manera el artista supuso una ruptura con los valores propios de la música de fines de los años setenta del siglo pasado y pone sobre la mesa cómo las industrias culturales pueden producir obras de gran valía sin renunciar a su obligación primordial, la cual es entretener.