No falta el comunicador chayotero, de sucia trayectoria panista por cierto, que está arremetiendo contra Juan Ramón de la Fuente (Estado de México, 1951), quien se encuentra al frente de la representación mexicana de la ONU desde diciembre de 2018.
Es de suponerse que ahora la consigna es darle palo, pues el enorme broncón que se armó en Rusia y Ucrania, por razón natural le ha dado un cierto protagonismo. Sin embargo, el hombre ha demostrado su valía, de la que había hecho gala en otras trincheras, y se está desenvolviendo en Nueva York con la mayor pulcritud conforme a los principios mexicanos de política exterior, mismos que se consolidaron en los años treinta del siglo pasado e ingresaron formalmente al artículo 89 de la Constitución Mexicana, cuando don Bernardo Sepúlveda fue canciller de la República.
El predicador de marras lo acusa de no ser miembro de la Asociación del Servicio Exterior Mexicano (ASEM), donde siguiendo disciplinadamente el escalafón no todos llegan a la cúspide. No tengo nada en contra de la ASEM, al contrario: he conocido a muchos de sus miembros y no pocos merecen un enorme respeto, pero no todos. En el caso actual hay que ver con reserva a quienes se colaron durante los 18 años de hegemonía panista, que incluye al traidor sexenio de Peña Nieto.
Pero es el caso de que entre los embajadores de dedazo se cuentan también grandes figuras de la diplomacia mexicana.
Bien se dice que para ser un buen político lo más importante es conocer y querer a México, lo que a veces no sucede con los “de carrera”, lo mismo que con cuates del presidente, que también arrastran por los suelos el nombre del país, como fue el caso de Videgaray y su andar de lambiscón de un gringo.
Puede revisarse con lupa la gestión del doctor De la Fuente y no se le encontrará falla alguna en el ejercicio de esa política exterior mexicana que ha tenido momentos de verdadera gloria, lo mismo con gente que llegó por designio presidencial.
Me vienen a la mente, por ejemplo, tres nombres de diplomáticos “improvisados” que no pudieron ser mejores: Luis I. Rodríguez Taboada: Francia 1940; Gonzalo Martínez Corbalá: Chile 1973; Gilberto Bosques: Francia 1939-1942, Portugal 1945-1950 y Cuba: 1955-1964.
Volviendo a Juan Ramón de la Fuente, cabe reconocer que a muy pocos desagradó su nombramiento. Sus antecedentes en delicadas funciones de gobierno lo avalaban desde antes como un personaje de primera calidad y no ha decepcionado a quienes aplaudimos su designación, hace ya más de tres años, incluyendo su espléndido desenvolvimiento en el Consejo de Seguridad.
En México, digan lo que digan, no se acumulan tantos laudos académicos sin merecimientos. Queda como testimonio que lo enaltece, entre otras cosas, su gestión como ministro de Salud en los años noventa, cuando era un joven cuarentón, además de otras danzas.
A la postre, podemos decir aquello de que ojalá todos los jefes de misión fueran como él y no como los que hemos tenido en Madrid y Barcelona, por ejemplo.
Quiero terminar diciendo que de casta le vino al galgo: su padre fue un personaje muy notable y, para mí, es aún más especial, mi colega historiadora muy notable, Beatriz R. de la Fuente, motivo de gran admiración para quienes tuvimos el privilegio de tratarla mucho.