Hace unos días se presentó en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (Cenart) el Ensamble Liminar (con la colaboración de miembros de Sonidero 13), para interpretar un programa monográfico dedicado a la música del compositor mexicano Samuel Cedillo, a través de cuatro de sus obras, todas ellas caracterizadas por un trabajo intenso y energético sobre el sonido como una materia casi plástica.
Estudio de contrapunto I. Una guitarra fija a una mesa, activada con dos arcos que exploran con intensidad toda la anatomía del instrumento, con algunas aproximaciones al slide guitar y la ayuda de una mano para pisar y puntear las cuerdas
Estudio de contrapunto II. Mismo principio operativo, pero ahora con serruchos en vez de arcos, y con el elemento de slide guitar más cabalmente asumido. En ambas obras, el accionar de los intérpretes produce una gama muy amplia de sonoridades, algunas de las cuales llegan a percibirse como si fueran sintetizadas.
Estudio de fenómeno, para cuatro pianos, algunos con afinaciones alternativas. Aquí, el modus operandi invariable es el clúster, es decir, el accionar muchas teclas a la vez. Primero, clústers de antebrazo y palma, y la idea va creciendo hasta llegar al clúster total, que es el accionar simultáneo de todas las teclas de los pianos con la ayuda de largas barras ¿de madera, plástico? Prácticamente todo el discurso de la pieza se desarrolla en fortissimo; se perciben, muy fugazmente, algunos contrastes entre los diversos registros de los pianos.
Canon B, para 12 cuerdas. En un espíritu sonoro semejante al de Estudio de fenómeno, la pieza es una especie de molto agitato a un alto volumen constante, sin contrastes dinámicos en la mayor parte de su trayecto. Sin conocer la partitura, asumo que esta pieza se desarrolla con un cierto grado de azar, lo que al final provoca el silencio consecutivo de cada uno de los instrumentos, hasta el silencio total.
Como era de esperarse, este concierto del grupo Liminar/Sonidero 13 se convirtió en una sesión sonora que generó reacciones muy diversas, contradictorias incluso, entre los asistentes. Al final de cada pieza, el compositor y los intérpretes fueron ovacionados por una amplia sección del público como si de rockstars se tratara, mientras que otros asistentes sólo miraban, en escéptico silencio. Lo más interesante del asunto estuvo en los comentarios que escuché después del concierto mientras todos abandonábamos el BlasGa. Tres de ellos me parecen dignos de ser glosados, en particular el último.
1.-“La verdad es que no entendí nada”. Ese no es un problema, en realidad. Que entiendan la música los músicos y los musicólogos; a nosotros los mortales comunes nos toca solamente disfrutarla... o no, pero no necesariamente entenderla. Mienten, en general, aquellos melómanos que dicen “entender” a Mozart, Beethoven o Chaikovski. Lo disfrutan, y nada más, y qué bueno que así sea. La música contemporánea, ciertamente, es un gusto adquirido, y su apreciación requiere, entre otras cosas, de atención, concentración y eso que los finlandeses llaman korvat auki, oídos abiertos.
2.-“Esto fue puro ruido y nada más”. Vale la pena recordar esta máxima: “Tu música es mi ruido, mi música es tu ruido” y, al mismo tiempo, tener en cuenta que en nuestra época cualquier sonido, cualquier ruido, puede ser habilitado como parte de un discurso con intenciones musicales. (Ahí están, por ejemplo, los muchos millones que adoran el reguetón; su música, mi ruido.)
3.-“Qué cosas más raras hace este compositor. Pero hay que darle chance, es que es mazahua”. Me parece un comentario indigno, desorientado y fuera de lugar, con una alta dosis de ese paternalismo condescendiente que hoy tiende a filtrarse por doquier. Leyendo entre líneas y extrapolando, se percibe en ello que el péndulo de la malentendida corrección política (misma que, además, parece estar volviéndose obligatoria) está gravitando velozmente hacia uno de sus extremos. La música de Samuel Cedillo se sostiene, o no, por sus valores artísticos intrínsecos, y no por las raíces étnicas del compositor, sean mazahuas, mixes, mapuches o maorís. Lo demás es ruido.