En medio del alud de videos y fotos de las brutales agresiones a seguidores del Atlas en el estadio Corregidora de Querétaro, un periodista deportivo de cuyo nombre no habría que acordarse nunca, tuiteó: “La primer (sic) cifra extraoficial es de 17 muertos”. El dato parecía consistente con las imágenes de personas exánimes, desnudas, golpeadas y ensangrentadas que dejó la violenta tentativa de linchamiento colectivo en contra de integrantes de la barra del equipo visitante. Desde la dudosa atalaya del sentido común resultaba desde verosímil hasta seguro que muchos de los agredidos hubieran perdido la vida.
En cuestión de minutos la certeza cundió, impulsada por testimonios de personas en estado de shock, supuestos testimonios textuales que inflaban la “cifra de muertos”, alocuciones tremendistas obviamente montadas, pretendidas conspiraciones para ocultar los fallecimientos y, como no falta en estos tiempos, fotografías de cadáveres tomadas en otro espacio y en otro tiempo que “certificaban” la pretendida masacre.
Usuarios de izquierda, derecha y extremo centro se lanzaron en brazos de la especie y criticaron e insultaron a placer al gobernador de Querétaro, Mauricio Kuri, y al titular de la entidad organizadora del partido, Mikel Arriola, no por los imperdonables descuidos y omisiones en la seguridad del estadio, sino porque encabezaban una conjura para ocultar a los muertos. Muchos obradoristas adoptaron la creencia de los fallecidos como una prueba incontestable –como si hiciera falta– del pésimo gobierno de Kuri; otros, que se creen los inventos mediáticos de la oposición oligárquica, se aferraron a la idea de los muertos para subrayar la polarización y hasta la “ingobernabilidad” en tiempos de la Cuarta Transformación. Y no faltaron los equidistantes y los “apartidistas” que abrazaron la hipótesis porque les daba una oportunidad invaluable de exhibir su propio heroísmo justiciero, siempre dispuesto a desenmascarar las sórdidas maquinaciones de la autoridad.
Hasta ahora, cinco días después de ese sábado terrible, muchas personas siguen convencidas de que el encuentro derivó en decenas de asesinatos, y no vacilan en acusar de encubrimiento criminal a quien se atreve a señalar un dato contundente: que no hay pruebas de que en el estadio Corregidora haya muerto una sola persona, sin que ese señalamiento implique minimizar la barbarie de la violencia de la barra del Querétaro contra los seguidores del Atlas, ni atenuar las responsabilidades del gobernador y del presidente de la Liga Mx.
Cuando se pretende ocultar un fallecimiento hay que esconder el cadáver y eso se traduce en una desaparición. Cuando hay muertos y/o desaparecidos, los familiares y allegados reclaman y denuncian. Las circunstancias en el estadio queretano en 2022 no tienen nada que ver con las condiciones que imperaban en 2011 en Allende, Coahuila, donde el terror al que estaba sometida la región impidió la divulgación de una incursión criminal que dejó medio centenar de desapariciones forzadas y cuyas víctimas se presumen muertas.
Pero a falta de certificados de defunción o de denuncias formales por desaparición, la única manera de sostener la versión de los supuestos homicidios en el estadio era inventar hipótesis de conspiraciones a dos bandas entre Kuri y su homólogo jalisciense, Enrique Alfaro, de cuya entidad provenían los agredidos; una que circuló copiosamente en las redes decía que alguien había estado visitando a los familiares de las víctimas “mortales”, ya fuera para amenazarlos o para ofrecerles 20 millones de pesos a cambio de que dijeran que sus seres queridos estaban vivos. Para el lunes siguiente, la conspiración tuvo que abarcar al gobierno federal, pues tanto el subsecretario de Seguridad, Ricardo Mejía Berdeja, como el presidente Andrés Manuel López Obrador dieron por buena la información oficial de Querétaro en el sentido de que no hubo muertos.
El episodio muestra, por un lado, la preocupante facilidad con la que una irresponsabilidad periodística puede dar pie a fake news asumidas como verdades y defendidas con pasión por cientos de miles de personas, un aspecto inquietante de las devastadoras ondas expansivas que tienen lugar en las redes sociales. Por el otro, ha dejado en evidencia que, por monolítico que parezca el domino de Acción Nacional en Querétaro, su gobernador panista dista mucho de tenerlas todas consigo en la opinión pública. Por último, hay que exigir que el organismo que rige el futbol nacional haga algo efectivo para prevenir la violencia en los partidos, que el gobierno queretano sancione las tremendas omisiones que dieron lugar a la confrontación y que procure juicios apegados a derecho para los culpables de las agresiones y que los afectados por éstas tengan una recuperación rápida y plena.
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