La política se ha convertido en la arena de conflicto y enfrentamiento material, ideológico, de personalidades, pero, sobre todo, de intereses económicos profundamente arraigados que buscan acaparar mayor riqueza y poder para controlar países y personas que se encuentran en desventaja. En general, estos últimos no han logrado resistirse a la ambición y al egoísmo de los primeros, y defenderse de los ataques contra los valores más importantes del ser humano, como son la vida, la libertad y la dignidad.
Hoy estamos viviendo conflictos internos y externos que minan la convivencia comunitaria, los esfuerzos de reconstrucción y el avance hacia una sociedad menos desigual y más democrática. Esta situación de inseguridad ha dificultado la creación de incentivos para caminar hacia el rumbo del bienestar y del desarrollo. En este sentido, parece que al interior de nuestro país algunos intereses están implementando una estrategia de destrucción para frenar los cambios que el pueblo mexicano ha demandado por años; modificaciones que sentarán las bases de un nuevo modelo de desarrollo enfocado en disminuir la desigualdad y en eliminar la corrupción que ha sido tan destructiva en el caso mexicano.
Por esta razón, es de vital importancia centrar nuestros esfuerzos en atacar las grandes causas que originan los problemas de mayor trascendencia. Se debe partir del hecho de que ninguna sociedad democrática y próspera se ha construido a partir de los niveles de desigualdad tan profundos como los que observamos en México. La acumulación de poder en manos de unos cuantos, así como la injusta e insultante distribución de la riqueza nacional, extremadamente concentrada en el uno por ciento más rico de la población, origina un desequilibrio en las oportunidades a las que se tiene acceso para la participación en la vida pública, lo que representa una amenaza para cualquier sociedad democrática.
En el caso de México es claro que los partidos de derecha y los grupos políticos y empresariales más conservadores, incluyendo los legisladores que los representan, jamás estarán de acuerdo con los cambios en la política económica nacional que tengan como fin frenar y sacudir su mundo de comodidades. No buscan cambiar nada; por el contrario, quieren más privilegios y protección para continuar con esa acumulación –a veces enfermiza– de utilidades y riqueza a cualquier costo.
A ellos, los verdaderos enemigos del cambio, les gustaría mantener el control del poder económico sobre el político, pero esos tiempos terminaron. En su más reciente visita a México, así lo percibió el ex presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, quien advirtió que la oposición en nuestro país no va a dar tregua y utilizará todos sus recursos y contactos para intentar frenar el proyecto de la Cuarta Transformación. Sin duda se trata de una reflexión muy valiosa, ya que Lula da Silva ha vivido esta misma resistencia de la oligarquía internacional ante el esfuerzo para devolverle la política a los ciudadanos de a pie.
En México, los grupos económicos predominantes han invertido inmensos recursos en contra del proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador. Con calumnias, mentiras y difamaciones han intentado desprestigiar y detener las reformas históricas que hacen justicia al pueblo mexicano. De la mano de asesores, medios de comunicación, intelectuales orgánicos que han prostituido en muchos casos sus ideas, su educación y su cultura, así como de políticos en desgracia, sicólogos y expertos en mercadotecnia han tratado en numerosas ocasiones de dañar la imagen del gobierno actual.
El fin de la corrupción endémica, el crecimiento del resentimiento contra la desigualdad y la pérdida de sus cuantiosos ingresos han sido golpes duros para aquellos que estaban acostumbrados a influir en la toma de decisiones. Hoy están furiosos y magnifican los errores que pudieran existir mientras minimizan los logros, avances y triunfos de esta nueva estrategia que surge de las necesidades y demandas que México necesita.
Los que estaban acostumbrados al privilegio y a la ostentación ahora han llegado a extremos desesperados en sus ataques. Su frustración no les permite ver con claridad que el país ya cambió y que estamos avanzando hacia un nuevo modelo de desarrollo basado en la equidad, la justicia, el respeto y la dignidad de las mayorías, y sobre todo de la clase trabajadora.
En general, el entorno externo ha dificultado la socialización de los grandes cambios y logros –muchos de ellos históricos–. Eventos exógenos, como la pandemia, las guerras internacionales, como el actual enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, la inseguridad y la competencia económica y comercial entre empresas y naciones han logrado detener parcialmente los esfuerzos de transformación y, en especial, las reformas han avanzado más lento de lo esperado. Sin embargo, el rumbo y el destino de nuestro país siguen siendo correctos y van en la dirección que los mexicanos estábamos esperando desde hace 80 años.
Seguramente en los próximos años México caminará hacia nuevos niveles de desarrollo, una consistente modernización, un mayor bienestar y una prosperidad compartida para toda la población.