Al recordar, la ficción comienza en el punto adonde llega la memoria, acepta el narrador y ensayista José Ramón Ruisánchez (Ciudad de México, 1971) a propósito de su más reciente libro, Torres, un ensayo autobiográfico en el que hace un balance de sus 50 años de vida, cumplidos en agosto pasado.
Obra confesional, hoja de ruta o guía de existencia, en este material publicado por Ediciones Era el profesor de Literatura Latinoamericana y Teoría Estética en la Universidad de Houston, Estados Unidos, se confronta con sus recuerdos, filias, emociones, relaciones sentimentales, viajes por diversas partes del mundo, gustos en las artes y creadores dilectos en el cine, la pintura y la poesía, así como con algunos hechos dolorosos, a fin de explorar la pregunta: ¿cómo habitan al adulto sus muertos, sus amores, el muchacho que alguna vez fue?
El libro fue presentado ayer en la Casa de Ediciones Era por el autor y Sergio Zurita.
En entrevista, José Ramón Ruisánchez señala que detrás de todo ejercicio autobiográfico siempre hay cierto corte de caja y destaca que este nuevo libro se publicó en el momento en que él cumplía 50 años y que, por lo tanto, había varios aspectos que tenía que reconsiderar.
“Tenía que pensar qué me ha hecho quién soy, qué he sabido ver y qué no; incluso, lo que más confieso es aquello que se me escapó, que estaba allí pero no supe ver en su momento”.
–¿Qué tan valiente se debe ser para emprender un ejercicio de esta naturaleza?
–El género es la confesión y si uno no va a desnudarse, ¿para qué entonces se sube al escenario? Es un libro de filias, de acumulación de amores, de una serie de cosas que me han producido placer, que me han resultado muy importantes, que me han tocado hondamente, como la muerte de mi padre, pero, sobre todo, trata sobre el crecimiento, sobre cómo esos gustos van cambiando, sobre cómo uno tiene amores adolescentes, tanto sentimentales como visuales y de lectura, y cómo la naturaleza de éstos se transforma con el tiempo.
Respecto de la carga de verdad y de ficción que yacen en este ensayo, el autor aclara que una de sus principales metas fue no mentir y crear una ficción autobiográfica, no sólo una recopilación de recuerdos personales.
“Es una obra llena de hechos, desde mi experiencia muy infantil en el Museo Nacional de Antropología hasta vivir en Washington DC cuando ocurrió el ataque al Pentágono y las Torres Gemelas (el 11 de septiembre de 2001). Todo eso corresponde a los hechos, pero inevitablemente las cosas hay que escribirlas y al hacerlo se modifican. Claramente, se cambian nombres y hay una ordenación para que el libro sea más sabroso y se presente como un todo coherente.
“Aunque está basado en hechos, siempre que ordenamos nuestra vida algo empieza a cambiar desde la primera palabra. Esto me ha pasado al compartir memorias con mis hermanos y gente de mi familia que me dicen que algo no pasó como lo dije. El recordar se genera siempre una ficción. Incluso cuando el autor no quisiera hacerlo, en cuanto elige una palabra ésta comienza a hacer lo que le da la gana, a competir con lo que uno quería”.
Tras asumir que en esta obra lo cotidiano guarda un equilibrio con lo académico y lo erudito, el narrador aclara que el título Torres tiene que ver no con la arquitectura, sino con la acumulación de elementos, con esas pilas de cosas, situaciones, lugares, hechos, nombres, dolores, abandonos, obras, amores, que cada quien forma a lo largo de la vida.