Serenidad, silencio, intimidad, asombro y el gozo que transmitió Luis Barragán (1902-1988) en sus edificaciones afloraron durante un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes con motivo del 120 aniversario de su nacimiento.
“Sólo en comunión íntima con la soledad, el hombre puede hallarse a sí mismo. Mi arquitectura no es para aquellos que le teman”, son algunas de las palabras que pronunció el arquitecto jalisciense al recibir el Premio Pritzker en 1980, comparado con el Nobel en este campo, el único mexicano que ha recibido tal reconocimiento.
Dolores Martínez Orralde, moderadora del diálogo efectuado ayer, leyó fragmentos del discurso que dio Barragán en la ceremonia, después de que se le concedió el premio por dedicarse a la arquitectura “como un acto sublime de la imaginación poética”. En ese texto, reveló algunos conceptos sobre la ideología de su trabajo, entre los que incluyó la belleza, el silencio, la soledad, la religión, la alegría, la muerte y la nostalgia.
“La serenidad es el gran y verdadero antídoto para la angustia y el miedo”, recordó a quien trató de honrar estos postulados, ya fuera en su casa estudio en Tacubaya, donde convirtió el territorio volcánico y agreste del Pedregal en un espacio de vivienda en comunión con la naturaleza, o con las coloridas torres de Satélite, construidas en colaboración con Mathias Goeritz y el pintor Chucho Reyes Ferreira.
El arquitecto Guillermo Eguiarte, el escritor Jorge Esquinca y el antropólogo Alfonso Alfaro fueron los participantes en la mesa organizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) en colaboración con la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán.
Guillermo Eguiarte, director de la Casa Estudio Luis Barragán, consideró que es un buen momento para revisitar el pensamiento, legado, obra, influencias y espacios del ingeniero y arquitecto mexicano, quien nació el 9 de marzo de 1902, en Guadalajara, Jalisco.
Ubicada en el antiguo barrio de Tacubaya, la casa fue construida en 1948 y en ella habitó Barragán hasta su muerte, el 22 de noviembre de 1988. Abierta al público con vocación de museo, ha tenido un cambio en el perfil de visitantes, pues “se ha incrementado mucho el flujo de turistas extranjeros, esto hace que genere una gran sinergia con arquitectos, artistas e intelectuales, no sólo de México, sino del mundo”.
Eguiarte señaló que en el lugar lo que se ofrece “no es una visita, sino una experiencia, donde invitamos a abrir los sentidos”. Desde hace poco, hay recorridos nocturnos para experimentar la vivencia de soledad y serenidad entre sus muros.
Por su parte, Alfonso Alfaro consideró que Barragán es uno de esos artistas que logran que su obra se convierta en un hito constructor de su sociedad y sigue inspirando a creadores jóvenes. Lo que consiguió tiene que ver con haber “detectado y rescatado una serie de elementos de la cultura de este país que estaban operantes, pero invisibles”. Integró algo que estaba roto al fundir la cultura del mundo rural, con el urbano.
Jorge Esquinca apuntó que en la obra de Luis Barragán tradición y renovación dejan de ser discurso, gastada retórica, para convertirse en creación, voluntad del ser en armonía y contemplación. Consideró que trazó en los espacios abiertos los límites que hacen habitables los lugares. En sus casas, jardines, recintos y fuentes gravita la palabra humanidad.