En un libro sobre la interpretación (simbólica) de los sueños, me pareció que al llegar a la entrada de música la interpretación cedía cortés su sitio a la observación siguiente (cito de memoria): “oír música en el sueño es una gran felicidad”.
Si una canción no te hace vi-vir el tiempo que vives, que viviste,que vivirás, esa canción, así te gus-te mucho, no vale sino por cierto tiempo (¿cinco minutos, 40 años?)
¿La escuchas, la compones, la interpretas? Si te dice lo que eres de una u otra manera siempre, entonces tenle fe, bien que no sin reservas.
Mas si de esas reservas la can-ción hace nada, cuidado: te nombra, pide que la nombres y que al nombrarla a fondo nombres el tiempo que te tocó vivir, que vives.
Y que toques, que cuando menos toques, su intuible eternidad, la cual quizá ni siquiera imaginas y a la que por limpio, definitivo, certero trabajo de imaginación, ese hondo sentido de lo real –pase como de paso la canción (frases sólo aparentemente sueltas) o vengas escuchándola desde Dios sabe cuándo–, tan sorpresiva como sorprendentemente, verás, llegas.
Yo como pedagogo –dijo– soy autodidacta; así es que no me hagas mucho caso.
Un martes o un jueves a mediados de los 70 (Tepic 71, Roma Sur) en sesión de taller sólo estábamos Eduardo Langagne y yo. “¿Qué hacemos, Ricardo?” “¿Qué hacemos de qué?” “La gente no está viniendo...” “¿Tú vas a seguir viniendo?” “Sí.” “Yo también. Continuemos.”
–No hagas de tu estilo manierismo ni, menos, de tu manierismo manía; no pierdas el estilo de ese modo –dijo.
No busco la coherencia, busco la armonía, cuya coherencia, démosle juego al término, si no sagrada al menos algo de secreta tiene –y eso que la armonía, ya se sabe, es patente o no es.
–Esto de andar huyendo de mí mismo ya me cansó. Además, ni me sé perseguir… –dijo.
El sentido inasible, pero no imperceptible, de lo que pasa.
–No es lo mismo darse el gusto que darse al vicio, de lo que sea –dijo.
Una tristeza sin música, eso es tristeza.
–La poesía es la que te dice qué es la poesía, no los poetas –dijo.