El viernes 4 de marzo, miles de manifestantes contra la alianza atlántica y contra Putin marcharon por las calles de Atenas contra la “guerra interimperialista en que los trabajadores deben escoger entre campos de ladrones rivales”. La marcha fue convocada por grupos y partidos de izquierda.
Las protestas se realizaron también en muchas ciudades griegas, bajo la consiga de “luchar por la paz, la amistad y la solidaridad de los pueblos. Abajo las guerras capitalistas”. Quienes las convocaron, se oponen a que Grecia participe en la incursión bélica de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el conflicto entre Rusia y Ucrania.
Grecia forma parte de la alianza atlántica desde 1951. Se ha involucrado en todas sus conflagraciones armadas, excepto contra Serbia, en 1999, una guerra sin declaración previa del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
En las izquierdas de ese país hay un amplio repudio a ese organismo, sin que eso signifique que avalen la invasión rusa de Ucrania. La demanda de salir de él, es generalizada. Durante los últimos 48 años, cada 17 de noviembre, miles de griegos se han movilizado para rendir honores a los estudiantes masacrados por los tanques de la junta militar que gobernaba en 1973 y contra la alianza atlántica. En un sondeo reciente, 63 por ciento de los griegos encuestados dijeron oponerse a que su país apoye a la OTAN en el actual conflicto.
Pero, según las grandes cadenas mediáticas, las protestas contra la guerra en muchas naciones integrantes de la Unión Europea, que se deslindan a tiempo de Putin y de la alianza atlántica, no son casi registradas por la prensa. Las únicas que merecen ser publicadas, son las que apoyan al gobierno de Volodymir Zelensky. Las demás no existen por decreto.
Se ha querido presentar al comediante Zelensky como un respetado estadista a la altura de los retos de la historia. Como si fuera una redición de El patito feo, el payaso televisivo se transformó en un imponente cisne político. Curiosamente, los mismos que han fabricado una nueva imagen del mandatario ucranio son quienes presentan a Vladimir Putin como un mediocre lunático megalómano, al que, el senador estadunidense Lindsey Graham, propone asesinar. Dice que “la única manera de que acabe esta mierda es que alguien en Rusia quite a este tipo [Putin] de en medio”, para hacer un “gran servicio” a Rusia y el resto del mundo.
Zelensky arrasó en los comicios de 2019. Su show televisivo de sátira política, Servidor del pueblo, centrado en mucho en la lucha contra la corrupción, le ayudó a construir una imagen de ciudadano ajeno a los partidos y la política institucional. En la primera vuelta obtuvo 30 por ciento de la votación. Arrasó en la segunda con 73 por ciento. Sin embargo, su popularidad comenzó a erosionarse rápidamente. Su primer año de gobierno fue caótico y lleno de escándalos. Poco antes de la ocupación rusa de Ucrania las encuestas le daban apenas 25 por ciento; 62 por ciento de los ucranios no querían que se religiera.
El relato olvida señalar que la neutralidad de Ucrania y el rechazo a ingresar a cualquier bloque militar que Zelensky decidió abandonar, está establecida en los documentos fundacionales del Estado ucranio moderno: la Declaración de Soberanía (adoptada el 16 de julio de 1990) y la Constitución (28 de junio de 1996).
La operación para inventar una realidad alterna lleva a que muchas agencias de prensa difundan masivamente fotografías de algunos vehículos blindados rusos destruidos por los militares ucranios, al tiempo que ocultan la información de la agencia de noticias TASS, que señala que, entre el comienzo del conflicto de Rusia con Ucrania el 24 de febrero y el 4 de marzo, las fuerzas rusas habían destruido 69 aviones en tierra y 21 en el aire.
El relato insiste, a pesar de la destrucción masiva de objetivos militares y de que las tropas rusas ocupan varias ciudades claves de territorio ucranio, en lo erróneo de los cálculos de Putin. La subestimación que hacen del aparato de inteligencia rusa es pasmosa. Aunque las evidencias de que Rusia está consolidando su invasión y de que más de millón y medio de ucranios han salido de su país, se empecinan en decir, una y otra vez, que las cosas no son así. Sin embargo, el Washington Post informa que Estados Unidos y sus aliados prevén como escenario un gobierno en el exilio, insurgencia interna y legión extranjera (https://wapo.st/3IQpCtl).
La salida de Angela Merkel dejó a la Unión Europea sin un liderazgo claro. La OTAN puede sancionar económicamente a Rusia, pero no prescindir de sus suministros de gas y petróleo. Puede hacer que sea expulsada de los torneos deportivos, pero no decretar zonas de exclusión aérea, a riesgo de extender la guerra. Los grandes consorcios de la moda pueden retirar sus tiendas y productos de Moscú, pero desde hace muchos años los rusos han sustituido importaciones.
El asunto no es nuevo. Desde la anexión de Crimea en 2014, Rusia ha sufrido cuatro momentos de grandes sanciones y ha salido adelante. Como señala Kevin Limonier, Móscú es una potencia soberana del ciberespacio. Dispone de un sistema casi completo de plataformas de servicios, independiente de los GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple).
La invención mediática de una realidad alterna es una herramienta de guerra, no de paz. Para comprender lo que sucede con la ocupación rusa de Ucrania, hay que llamar a las cosas por su nombre y poner sobre la mesa la verdadera correlación de fuerzas en el conflicto.
Twitter: @lhan55