Desde la perspectiva económica y de negocios Rusia no pinta en los mercados globales. Su producto interno bruto representa tan sólo 1.8% del total mundial y los créditos que otorga no llegan ni a uno por ciento del total. Sin embargo, en materia de hidrocarburos es un gigante, ya que suministra 40 por ciento del gas que consume Europa y vende cerca de 20 por ciento de hidrocarburos que consume Occidente.
Por ello, cuando se trata de poner “fuertes” restricciones económicas a Rusia, Europa lo piensa dos veces. Occidente puede frenar sus exportaciones de bienes convencionales, de tecnología, aislarlo parcialmente del sistema financiero, pero no se anima a cerrar los ductos que transportan hidrocarburos.
Ahogar la economía de Rusia a través de cortar las ventas de combustibles a quien afecta es a Europa y al mundo. La semana pasada lo dijo claramente el primer ministro de Alemania, Olaf Scholz: “No tenemos más que seguir comprando gas y petróleo ruso”. La razón es que ni los países árabes pueden satisfacer la demanda agregada de energéticos en el corto plazo.
Pero si la guerra no se resuelve pronto, las restricciones a Rusia pueden llegar al petróleo y el problema de suministro se expresará en precios superiores a 200 dólares por barril (el fin de semana el Brent se acercó a 140 dólares).
Para el caso de México el incremento de los hidrocarburos se ha podido controlar parcialmente, ya que tenemos un precio presupuestado de 55 dólares por barril de exportación y si sube a 200 dólares se pueden subsidiar la gasolina y el diésel a través de los excedentes de las ventas al extranjero, como lo mencionó Rogelio Ramírez de la O la semana pasada al absorber los impuestos que pagan los distribuidores “para ayudarlos en sus costos”.
Pero el problema es que los recursos no alcanzarán para mantener los precios del gas, de los fertilizantes, de los granos y de las materias primas importadas, lo que se expresará en presiones inflacionarias.
Tanto en la economía global como en la nacional, el aumento de precios se mantendrá a lo largo del año, lo que se combina con un consumo restringido de mercancías, por la baja del poder adquisitivo de las mayorías. En estas condiciones no hay que descartar un proceso de estancamiento con inflación