Las guerras son, en todos los casos, eventos irracionales de suma negativa, pues todos pierden o lo que uno gana es muy inferior de lo que el otro pierde, con un costo enorme para el que se asume como vencedor de la contienda. Pero ahora es peor: los perdedores podemos ser todos los seres humanos, con la amenaza de una conflagración nuclear mundial, un escenario fatal que creíamos superado con lo que llamábamos el fin de la guerra fría. Es una locura que esté nuevamente viva, a la vista de todos.
Por eso es necesario que países de neutralidad ideológica, como México, llamen a un acuerdo de paz por las vías del diálogo, la civilidad y la diplomacia, partiendo de una premisa fundamental: proscribir el uso de las armas nucleares, en este conflicto y en cualquier otro, para siempre.
Es cierto que, en los reacomodos de la geopolítica a partir del fin de la guerra fría con la caída del muro de Berlín, en 1989, así como la disolución de la Unión Soviética seguida del fin del Pacto de Varsovia, en 1991, se han afectado severamente los equilibrios Occidente-Oriente, concretamente, la seguridad nacional de Rusia ha quedado vulnerable ante sus adversarios de la OTAN, y más aún con la occidentalización de algunos de sus propios aliados internos, las repúblicas que constituían la URSS. Hoy Rusia percibe como una amenaza a su seguridad la anunciada incorporación de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN. Pero de esta situación no puede derivarse la reactivación del riesgo de una guerra mundial con armas letales que terminen dañando irreversiblemente a todos.
Lo esencial es proteger la vida del ser humano, más cuando el resorte es el espíritu de la geopolítica mundial, como ha ocurrido en el Medio Oriente, en Yugoslavia, Corea o Vietnam, y muchas veces en América Latina, bajo la impronta de la doctrina Monroe del destino manifiesto: América para los americanos.
Esto sin ignorar que las guerras tienen sus propios incentivos perversos que se retroalimentan a sí mismos. Las armas exigen guerras y las guerras exigen armas. Un dato que llama poderosamente la atención es que los cinco países con más peso e influencia en la ONU, los que tienen derecho de veto en las decisiones fundamentales, son también los cinco principales productores de armas. La guerra como una mentira y como un negocio, como lo resume Eduardo Galeano.
En este entorno de intereses mercantiles dominantes, más allá de las ideologías confrontadas del pasado que aducían alguna racionalidad, el mundo se ha convertido en un lugar donde cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños. Cada minuto también se gastan 3 millones de dólares en la industria militar, que es una fábrica de muerte. Millones de personas se ven obligadas a abandonar su casa y su patria, como en Ucrania, donde los desplazados podrían superar 5 millones, según la Unión Europea.
En lo económico, las consecuencias de la guerra en Ucrania han sido también mayúsculas. Los precios del petróleo y el gas se han disparado a niveles récord a medida que la crisis ha empeorado. El precio del petróleo subió 25 por ciento en lo que va del año, más de 100 dólares el barril. Pero, de escalar el conflicto, el precio podría aumentar hasta 140 dólares, según los expertos del mercado energético mundial, lo que impactaría los de por sí ya elevados niveles de inflación en muchas naciones del mundo, incluido México.
En una espiral de efectos tóxicos, el incremento en la inflación también obligaría a un alza de las tasas de interés, mientras el encarecimiento del crédito estimularía una nueva recesión mundial bajo el formato doblemente lesivo de una estanflación.
A ello se podrían agregar aumentos significativos en los precios mundiales de los cereales, pues Rusia y Ucrania son líderes, después de Estados Unidos, en la producción de maíz y trigo.
En los mercados financieros, y sobre todo en el mercado cambiario, el impacto ya ha sido descomunal. Los datos son contundentes. El New York Stock Exchange ha perdido en 2022 una cifra superior a 8 por ciento, 2.2 billones de dólares; el Nasdaq se ha depreciado en más de 13 por ciento, una pérdida de 4 billones de dólares. En el mercado de valores de Tokio el retroceso es de 500 mil millones de dólares y en Alemania de 350 mil millones.
Es decir, si sumamos sólo estos cuatro grandes mercados cambiarios, la guerra ha generado pérdidas cercanas a 7 billones de dólares. No están incluidos los mercados de las economías medias, como la de nuestro país.
Si hacemos un corte en el tiempo, el mundo apenas estaba emergiendo de la contracción económica provocada por la pandemia del covid-19 cuando ya estaba enfrentando otro flagelo, el de la guerra y sus efectos económicos y psicológicos de incertidumbre en onda expansiva, comenzando por la desconfianza en las inversiones productivas, las estables y las que generan empleo.
Pero esta vez hay un grave factor adicional que desborda el perímetro de la economía: hoy está en riesgo la existencia del ser humano. Es imperativo que México y la comunidad internacional se pronuncien y exijan un acuerdo de paz en la guerra Rusia-Ucrania, además de que se proscriba para siempre el uso de las armas nucleares. No es sólo el destino de las partes el que está en juego, ahora es el mundo entero.
* Presidente de la Fundación Colosio