Los bajos índices de aprobación del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, reflejan el escepticismo que muchos estadunidenses tienen sobre la posibilidad que se cumplan sus promesas de campaña. Aunque no ha sido un solo factor lo que haya determinado la crisis de confianza en el mandatario, uno de ellos ha sido crítico: el dislocamiento económico producido por la pandemia que durante dos años mantuvo al mundo en un virtual impasse.
En su informe sobre el estado de la nación, Biden reconoció esa realidad, pero también advirtió que la economía se recupera paulatinamente. Por lo pronto, el desempleo bajó a 3.5 por ciento, mismo nivel que prevalecía antes de la pandemia. La inflación, otro elemento preocupante para la mayoría de los estadunidenses, ha excedido los cálculos previstos; sin embargo, el gobernante señaló que se atenuaría mediante la acción conjunta del Tesoro y el Banco de la Reserva Federal, cuestión con la que un amplio número de expertos coinciden.
En el plano externo, también determinante en la baja de popularidad de Biden, la errática salida de las últimas tropas estadunidenses de Afganistán fue caótica y desconcertante. Había sido anunciada e iniciada por su antecesor, pero a Biden le tocó la suerte de completarla, tal como lo había dicho en su campaña por la presidencia en cumplimiento con los deseos de la mayoría de la población.
De inmediato sus números en la preferencia del público estadunidense, o una parte de éste, empezaron a caer verticalmente. Para muchos, la salida de Kabul fue un craso error, no sólo por la forma en que se efectuó, sino por lo que se percibió como una gran derrota de su ejército, dejando a un país a merced de una secta que sólo podía ser controlada mediante el poderío militar estadunidense.
Esa mesiánica forma de percibir el rol de Estados Unidos como policía del mundo es una de las causas de conservar, por sobre cualquier otra prioridad, un costoso aparato de guerra.
Por esa razón, cuando el presidente condenó enérgicamente los crímenes y atrocidades de su homólogo ruso, Vladimir Putin, en contra del pueblo ucranio recibió una sonora ovación. No faltó, sin embargo, quien criticara su tajante negativa de enviar tropas a aquella región, prudencia que algunos especialistas consideran que está determinada por la inconveniencia de declarar una guerra cuyas consecuencias son inciertas, dado el poderío nuclear ruso que Putin ha amenazado con utilizar. Y en este mismo plano, como lo expresó en ocasiones anteriores, tratar de evitar el uso de soldados en cualquier conflicto internacional para resolverlo por la vía armada, en lugar de los conductos diplomáticos, como lo exige un mundo más integrado y civilizado.
Amén del acostumbrado repaso de los avances en su agenda, no pocos por cierto, el mandatario se dirigió durante su discurso a la oposición para demandar la necesidad de que entienda la importancia de aprobar una reforma que garantice el derecho que todos tienen de votar, y no sólo algunos ciudadanos. Pero también la urgencia de avalar el paquete de beneficios económicos a los sectores más golpeados por la crisis, la disminución sensible en el precio de las medicinas, la importancia de asignar un presupuesto para el cuidado infantil, que son, al fin y al cabo, la vía para superar la pobreza y abatir la desigualdad.
Aún es temprano para aquilatar el efecto de la actitud del presidente demócrata en apoyo a Ucrania en el ámbito internacional, y a los más necesitados en el plano doméstico. Por lo pronto, el presidente aumentó sensiblemente su popularidad en las encuestas de opinión. Si los estadunidenses entienden su mensaje y la pertinencia de sus propuestas, y, por su puesto, la posibilidad de que se cristalicen en beneficio de la mayoría, pudiera ser la clave para que los resultados de la próxima elección sean favorables al Partido Demócrata en los diferentes niveles de gobierno.